Solo un 30% de ciudadanos han cambiado varios hábitos y ahorran, separan, reutilizan y compran productos sostenibles. Hay otro 35% que no hace nada de nada. Y estos son los milenials, sobre todo los varones

Si queremos mitigar las peores consecuencias de esta crisis, tenemos que remar todos en una dirección para que no nos atrape el tsunami. Está claro que no tenemos consenso en el hacia dónde ir, y que las medidas de sostenibilidad débil predominan sobre las de sostenibilidad fuerte. Incluso en el disenso, estamos de acuerdo que este modelo no puede sostenerse y tenemos que distanciarnos de él.

Para los consumidores-ciudadanos remar para distanciarse implica usar menos recursos (lo que exige comprar menos o comprar mejor), extender la vida útil de lo que compramos, reutilizar y recircular, y elegir las opciones con mejor huella ecológica y mayor huella social. O dicho de otro modo, exige repensar el consumo de una manera profunda y orientarlo, si no al decrecimiento, al menos al enough.

En resumen, adoptamos las prácticas fáciles y nos acomodamos  en las que ya veníamos haciendo, pero esas no son las que hacen avanzar al barco. Y a este ritmo no vamos a llegar muy lejos. 

El 19 de enero presentamos el primer Monitor de Consumo Sostenible realizado por Procter and Gamble y Universidad Pontificia Comillas. El estudio cuantifica la penetración en la población española de diferentes hábitos de sostenibilidad. Los resultados muestran que las prácticas de conservación de recursos, como el ahorro de agua y energía o la reutilización de recursos, están instaladas en la sociedad con cifras medias superiores al 80%. También perfila al consumidor más sostenible como una mujer de más de 55 años.

Después de oír los datos del estudio, una amiga me mandó este mensaje: ¡Qué lejos estamos! Y es que, si leemos de forma crítica los resultados, efectivamente estamos lejos.

El estudio muestra que esto ahora mismo no ocurre. Los comportamientos que estamos priorizando no son los que tienen más impacto en el problema. Cuando les preguntamos a los consumidores qué creen que ayuda más a la sostenibilidad, mencionan las prácticas más fáciles, digamos, las que no implican un cambio sustancial en el estilo de vida. Separar residuos, apagar el grifo al lavarse los dientes o las luces en las habitaciones vacías son las prácticas mencionadas como deseables por más del 80%. Usar el transporte público o cambiar la dieta para reducir el consumo de carne son mencionadas por el 40% y el 7%, respectivamente, pese a que tendrían mucho más impacto en la reducción de emisiones que todas las demás (juntas).

En el supermercado, la sostenibilidad del producto sigue siendo el quinto criterio en orden de importancia; solo 3 de cada 10 productos en nuestras despensas tiene algún beneficio medio ambiental. Algo más del 10% no está dispuesto a pagar por ningún beneficio ambiental y 3 de cada 10 dicen no estar interesados en los temas de sostenibilidad. Los que buscan estos beneficios ambientales priorizan ingredientes naturales y envases reciclables/reciclados. Otras prácticas de mayor impacto como la producción sostenible o circularizada son mencionadas por menos de un cuarto de los encuestados.

Solo un 30% de ciudadanos han cambiado varios hábitos y ahorran, separan, reutilizan y compran productos sostenibles. Hay otro 35% que no hace nada de nada. Y estos son los milenials, sobre todo los varones. La generación que más información ha recibido sobre los problemas ambientales es la que menos dispuesta parece a moverse para cambiarlos (lo que vuelve a confirmar que el consumo sostenible no es un tema de formación, sino de voluntad). 

No solo reconocen hacer poco o nada en relación a la sostenibilidad – ni siquiera separan residuos-, sino que además son los que expresan más rechazo hacia este problema. Tienen además una estereotipación más negativa del consumidor sostenible, por lo que no parece que quieran imitarlo ni ahora ni en un futuro cercano. 

Lo preocupante es que, por lógica de reemplazo, esta es la generación que gestionará las instituciones cuando el tsunami esté más cerca. ¿Y qué pasará entonces si un porcentaje significativo de esta generación ni siquiera se quiere subir a la barca?

¿Cuánto más vamos a tardar en hacer una gran alianza para movilizarnos en la buena dirección? ¿Cuánto vamos a tardar en darnos cuenta de que este asunto no es de este partido o de este otro – como no lo son las vacunas, la seguridad ciudadana o la conservación del patrimonio-? ¿Cuándo vamos a aceptar que nos urge a todos, porque todos vamos a sufrir las consecuencias si seguimos sin hacer (casi) nada.

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