Carla Simón, directora de ‘Alcarràs’: «Es importante que las mujeres contemos a los hombres nuestra versión de la masculinidad»
La directora de ‘Alcarràs’, película con 11 nominaciones a los Goya, se consagra como representante de una generación de cineastas que ha cambiado el paradigma.
Con solo dos largometrajes en su carrera, Carla Simón (Barcelona, 36 años) no deja de sumar reconocimientos. La directora ha llevado a su segunda película, Alcarràs, a alcanzar 11 nominaciones en los próximos Goya —que se celebran el 11 de febrero en Sevilla— tras alzarse con el Oso de Oro del Festival de Berlín, incluyendo mejor película y dirección. Se trata de una historia familiar, como su ópera prima, Estiu 1993, con la que ya se hizo con el Goya a la mejor dirección novel en 2018. Su método pasa por el uso de actores no profesionales para encontrar los matices que necesitan sus personajes: “Para Quimet de Alcarràs pusimos mucho trabajo en encontrar el actor que pudiera dar esto. No nos servía un hombre así duro sin más. Tenía que transmitir cierta ternura”, cuenta. Tras esta declaración que refleja su detallismo se esconde una mujer exhaustiva con las necesidades de cada etapa de fabricación. El origen de esta manera de entender procesos, como hacer una audición de más de 9.000 personas para encontrar actores no profesionales (Mireia Juárez, directora de casting, dice que el de esta película puede que fuera el proceso más caro del cine español), o apostar por semanas de ensayos entre los elegidos para generar dinámicas previas a los acontecimientos de la película, forma parte de una metodología propia.
Una de sus colaboradoras estrechas, Carla Sospedra, productora delegada en Alcarràs, aclara: “La duda le permite abrir todas las opciones posibles, que no quede nada por ver o valorar y, a partir de ahí, ir cerrando y perfilando. Encontrar la mejor opción. La insistencia en trabajar así viene de ahí: tener todas las opciones para empezar a dudar y de esa duda ir dibujando lo que va a salir en pantalla”. Es una rara avis en una industria acostumbrada a rutinas de producción rígidas. Sin embargo, su productora ejecutiva, María Zamora, entendió que el método de Simón tenía que poner los equilibrios en otros lugares: un desarrollo largo y mucho trabajo con los actores para explorar su necesidad de búsqueda. “Yo dudo un poco de la gente que no duda”, afirma Simón. Y lo aplica como un dogma metodológico: “Hay una necesidad de educar en esa duda. En el trabajo en colaboración hay que poder decir ‘esto no lo tengo claro, ¿qué pensáis?’. Hay que construir el proceso creativo como algo que está vivo. Dialogar.” Ana Pfaff, montadora de sus dos largometrajes, completa: “Cuando pensamos en abordar Alcarràs nos dijimos que nos venía grande. Era un reto, pero nos metimos a hacerla y la hemos hecho. Su trabajo es muy colaborativo, de aprender haciendo”.
Por méritos, Carla Simón es la punta de lanza de una generación de directoras que suma nombres como Elena López Riera o Clara Roquet. Si bien es cierto que las une la categoría de una mirada desde la sensibilidad femenina, la tentación de la colectivización pertenece al ámbito de la mercadotecnia. Carla Sospedra, que además de productora delegada de Alcarràs es miembro de la junta directiva de la asociación catalana Dones Visuals, matiza la voluntad de agrupar: “La etiqueta ha favorecido de cierta manera. Obviamente, el cine está muy ligado al marketing. Para internacionalizar nuestro cine ha sido clave. Es bueno que se hicieran políticas a favor del cine de mujeres, etc. Durante unos años han venido muy bien. Ahora es hora también de romper eso y de decir que dentro de esta etiqueta hay mil puntos de vista. No existe un cine de mujeres como tal. Son mujeres cineastas. Pueden tratar todos los temas, géneros, presupuestos”. Zamora concluye: “También tiene que ver con el relevo generacional. Somos una generación de productores que llevamos ya quizá casi 20 años empujando voces nuevas. Hace unos 12 años me dije: ‘Llevo hechos siete cortos y dos largos y son todos de maromos. ¿Dónde están las mujeres? Y me puse activamente a buscarlas’. Hoy es una realidad que está para quedarse. Hay más ojos que miran, y son de mujeres”.
Sobre esa mirada a la hora de construir relatos cuenta Simón que “ahora que hablamos de la importancia de que haya mujeres haciendo cine para contar bien a las mujeres, también es importante que nosotras contemos a los hombres nuestra visión de la masculinidad, porque siempre ha sido al revés. Hay que pensar en la masculinidad, con Alcarràs lo hemos hecho. El campo de Lleida es una zona en la que el patriarcado está muy presente. Para mí era importante, sobre todo con Quimet, que se viera esa otra cara. La cara tierna que veo en mis tíos y en los agricultores que conozco”.
Bajo una capa de costumbrismo documental y de retrato de familia, Alcarràs esconde una obra más potente. El poder de la cinta está en su capacidad de disimular que contiene el mundo entero y que logra que la representación cinematográfica sea una obra ajena al tiempo gracias a su transparencia y elocuencia de pocos sobresaltos. Ana Pfaff afirma que “hablamos mucho de una frase de Bresson, ‘buscar la emoción mediante la contención de la emoción’. Si lo das todo de entrada igual creas más pudor que empatía”. Simón confiesa que tenía rodado un final con todos los personajes llorando y lo sacó del montaje: “No me pareció justo. Cuando veo películas que siento que me conducen me molesta un poco”.
Es la vida y nada más, capturada en una obra sin exhibiciones formales y sin tics cansinos y moralizantes. Una belleza serena generada desde las decisiones más pequeñas: “Con Daniela, la directora de fotografía, tomamos varias decisiones estéticas. Nunca mirar a los personajes por encima del hombro, nunca poner la cámara en sitios donde ellos no estarían. Me gusta acompañar a los personajes”. Gran parte de la universalidad del relato se ganó, según Zamora, en laboratorios de escritura internacionales, comprobando que una historia extremadamente local apelaba más allá de la Terra Ferma: “Hubo input internacional, que a mí, como productora ejecutiva, me interesa porque va posicionando el proyecto en el mercado. Y es bueno para los guionistas. Reciben un feedback que no es el de su entorno”. Alcarràs tiene ecos del Chéjov de El jardín de los cerezos, de la disputa universal de lo viejo y lo nuevo, la mirada crepuscular de un mundo que muere. En el núcleo está un trato verbal sobre el usufructo de unas tierras dado de palabra por una deuda de honor con origen en la Guerra Civil. Cuenta Simón que “hay algo con el tema muy complejo de la propiedad de la tierra que nunca se ha solucionado. Se arrastra casi desde la Edad Media. Nos atraía esa idea de traer algo antiguo. Es una zona en la que la Guerra Civil aún está muy presente en el paisaje, con búnkeres y trincheras, en la memoria de la gente”.
Con esta obra que se alzó con el Oso de Oro consigue una película coral con una familia como armazón dramático. Con algún trazo autobiográfico, pero ya totalmente en el terreno de los grandes relatos. Algo que completa con la exploración de su intimidad en cortos como el reciente Carta a mi madre para mi hijo. Andar a vueltas con la familia ha traído alguna reacción inesperada. “Me sorprende que se haya calificado Alcarràs como una película conservadora porque pone acento en la familia”, dice. “Me parece una opinión un poco vieja. La época de mis padres era un momento donde se necesitaba romper con la familia. Era un valor conservador, pero hoy yo veo que es más bien un refugio, un sitio importante al que, tal y como van las cosas, está bien agarrarse”. Una realidad con mil dobleces y complejidades empequeñecida por calificaciones en forma de eslogan de trazo grueso. Como todo lo que va rápido.
FOTO: Carla Simón lleva camisa de MARCIANO GUESS, pantalón de IKKS, botines de JIMMY CHOO y pendiente de YNÉSUELVES. Foto: Alba Yruela