23 noviembre 2024

Nada es para siempre. Los logros más significativos en el plano social hay que mimarlos, cuidarlos, alimentarlos para que no fenezcan, para que no sean usurpados por los usurpadores
sociales.

Los grandes logros, como una sanidad pública, gratuita, universal; como una educación pública, universal, gratuita; una asistencia social para quienes la precisen, para enfermos, para la tercera edad; unas garantías en la aplicación de la justicia… Nada de esto es definitivo, nunca lo ha sido. Ha costado mucho esfuerzo, convicción, sacrificios, diálogo, capacidad de enseñanza y de aprendizaje, aparcar diferencias para encontrar convergencias.

Mucho de todo y, sin embargo, no es definitivo. Cualquier hecho, cualquier pensamiento que en un momento de especial debilidad pueda expandirse echará abajo estos logros que deben
ser base de una convivencia en una sociedad que se levanta cada día para ser mejor que el día anterior.

Hay gentes acechando, capitales acechando, intereses acechando a encontrar su oportunidad. El poder es la debilidad más enorme del ser humano, y lo arrastra hasta donde sea preciso para ser alcanzado. El para qué es otra historia. Y esto lo estamos viendo cada día, aunque miremos para otro lado, porque está aquí, entre nosotros. Quién podría decirnos hace apenas tres años que pasaríamos por una pandemia mundial a estas alturas, cuando solo falta que nos digitalicen físicamente, cuando creíamos que el futuro solo era una proyección del presente; o que algunos rusos harían ver a los demás algo que nos llevaría a situaciones detodos los tiempos: la guerra que puede arruinar todo esto.

Parece que con mantener nuestros móviles activos ya estamos bien. Nada es para siempre, empezando por la vida misma.