María Lejárraga por el corazón helado de España
La escritora, recuperada tras décadas oculta tras el nombre de su marido, fue candidata socialista en las elecciones de 1933, donde actuó como decidida feminista en defensa de la mujer rural
Desde el alba recorría carreteras desiertas que se borraban con la lluvia, pasaba las noches frías en pueblos olvidados por los mapas, atravesaba entre cañaverales la oscuridad negrísima de la sierra. Aquel mes de noviembre de 1933, la escritora María Lejárraga se internó en el corazón helado de España. Era la candidata del Partido Socialista por Granada en las segundas elecciones de la Segunda República. Sin embargo, durante su campaña no difundió doctrina política, sino que intentó salvar a las mujeres de la miseria de la vida cotidiana: “Hablaré a las mujeres, siempre a las mujeres, que son las que hacen el alma de los pueblos”.
Gracias al rescate de sus libros, los trabajos de investigación y el documental A las mujeres de España, de Laura Hojman, María Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874 – Buenos Aires, 1974) es ahora una autora reconocida tras muchas décadas escondida tras el nombre de su marido Gregorio Martínez Sierra. Ambos crearon una pareja artística en la que ella escribía y él producía los espectáculos, pero quien firmaba todo era Gregorio Martínez Sierra. Esa sociedad continuó incluso cuando se separaron al iniciar él una relación con la actriz Catalina Bárcena. Cuando María Lejárraga se marcha al exilio tras la Guerra Civil, sufrió muchas necesidades al tener que luchar por sus derechos de autor frente a la hija de Gregorio y Catalina. Su vida es la tragedia de alguien que busca recuperar su nombre.
Una mujer sin nombre, como aquellas a las que en noviembre de 1933 intentó convencer de que algunas cosas podían cambiar. Lejárraga publicó las memorias de su experiencia política en un libro editado en 1952 ya desde su exilio, Una mujer por caminos de España. Recuerdos de una propagandista (Renacimiento).
Esa María Lejárraga que recorre la Granada de 1933 se nos presenta como una decidida feminista que intenta cambiar la realidad de la mujer rural: “No tienen preparación ninguna para ejercer su derecho al voto, ni siquiera idea de lo que significa ir a votar”. Su intención era bien diferente de la que inicialmente había defendido su partido. Los socialistas intentaron impedir el voto femenino por considerar que las mujeres estaban influidas por el clero y, por lo tanto, votarían a la derecha. Lejárraga criticó al Gobierno republicano por no hacer efectivo desde el principio el voto femenino, como señaló en un artículo de Mundo Gráfico el 28 de junio de 1931 y que recupera el investigador Juan Aguilera Sastre en el estudio introductorio: “A estas alturas, ¿qué ha podido impedirles la concesión del voto a la mujer? (…) Porque supongo que no se les habrá ocurrido pensar otra vez en la inferioridad. Una mujer no está menos capacitada que un peón albañil para ejercer el derecho al sufragio”.
La campaña contó con muchos obstáculos. En Guadix, las campanas impidieron que se escuchara el mitin y en Castril, donde “el cacique lo puede todo porque lo posee todo”, se encontraron con la plaza vacía. Cuando lograron convocar a unos cuantos hombres y a una mujer se produjo el pánico al aparecer un carro con “cuatro borricos cargados de formidables haces de leña, lanzados al trote y azuzados por las voces de unos cuantos mozuelos”.
Además, aquella campaña quedó teñida por una tragedia. Algunos simpatizantes socialistas que habían acudido a un mitin sufrieron un accidente al regresar en una camioneta que cayó desde un puente a 70 metros. Murieron 23 personas. “Con aquella carne y aquellos huesos triturados, habíanse llenado 23 sacos y así, sin dejárselos ver a las mujeres, poniendo un nombre sobre cada uno, se enterraron en nuestra presencia en las 23 sepulturas. Soplaba un viento helado de otoño en montaña, corrían por el cielo negras nubes que echaban a la tierra sombras de alas de buitre. Vuelta a Granada, en la noche ciega…”.
Una de las cosas que más lamentaba la autora era el temor de las mujeres “a la venganza de los amos”. En las segundas elecciones, las de 1936, las mujeres habían aprendido que el voto era realmente secreto y que, si ellas no lo desvelaban, nadie podía conocer sus papeletas. “Pero en aquella primera salida estaban seguras de que el amo que daba trabajo a sus hombres o la señorita en cuya casa servían podía penetrar el misterio del papelito y tomar venganza”, explicaba. María Lejárraga obtuvo un escaño por Granada junto a Fernando de los Ríos y Ramón Lamoneda, pero su partido perdió las elecciones, iniciándose el bienio conservador republicano.
La rabia de sus discursos dibuja una realidad aún anclada en los caducos parámetros del siglo XIX. “No temáis al cacique, mujeres. No hay que temerle. Hasta en esta provincia, ya no es más que un fantasma… Si quiera vengarse, ya no es suyo el poder, ya no es suya la Guardia Civil. La ley está contra él”, escribió recordando desde el lejano exilio su voz perdida en los pueblos de esa España olvidada. María Lejárraga nunca pudo regresar a España.