Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres (PARTE 5) NO DESAGRADARÁS
No desagradarás
“Es muy injusto que mi jefe vincule mi belleza con mi valor en el trabajo”, Tamara, Chile.
Hace solo un par de meses, Tamara (Santiago de Chile, 28 años) tuvo que enfrentarse a uno de los momentos más incómodos de su vida: su jefe le “recomendó” usar ropa ajustada para ir a cerrar negocios con los clientes. “Me dijo que ya no estaba tan guapa como antes y que lo mejor era empezar a usar ropa apretada”, recuerda. Ella es jefa del área comercial de una empresa de importaciones de textil desde hace cinco años y tiene bajo su cargo a todo un grupo de mujeres que son su apoyo para hacerle frente a este acoso que vive en el trabajo. ONU Mujeres, junto con la Organización Internacional del Trabajo, alertan de que la “hipersexualización de las mujeres alimenta la idea de que no son sujetos de derechos sino objetos para el consumo masculino” y aclara que esto refuerza los mandatos sociales sobre sus cuerpos.
“Ese día llegué a mi casa y me puse a llorar. Me sentí violentada, invadida, yo no le pedí su opinión y es muy injusto que mi jefe vincule mi belleza con mi valor en el trabajo”, cuenta. Coincide con ella la psicopedagoga Gabriela Galleguillos (Santiago de Chile, 37 años), quien ha tenido que lidiar con comentarios que iban desde las groserías, como “los gordos me dan asco”, hasta los políticamente correctos sobre que su peso era “un peligro” para su salud, concreta. Y aclara que, de cualquier manera, estos mensajes le comunicaban que “su cuerpo no era correcto”.
Galleguillos era una niña de ocho años cuando empezó a subir de peso, un hecho que le hizo sentirse excluida. “Tenía que usar ropa para mujeres adultas… ropa fea, no podía elegir y yo quería verme como todas mis amigas, como una niña”. Después empezó el miedo al rechazo, el aislamiento y finalmente dejó de hacer actividades que le gustaban para evitar mostrar su cuerpo. Pero su vida dio un giro de tuerca, cuando a sus 35 años notó que su sobrina pequeña empezó a sentir inseguridades con su aspecto. “Entonces decidí que esto debía terminar”.
Tanto Galleguillos como Tamara reconocen que se han sentido criticadas y juzgadas por su apariencia física desde la infancia. “A mí no me gustaba mi color de piel, porque mis compañeros de clase me decían que parecía indígena. Empecé a utilizar maquillaje con un tono más claro al mío”, reflexiona Tamara.
Javiera Menchaca es voluntaria del área de estudios del colectivo la Rebelión del Cuerpo desde hace cuatro años, una organización de la que Galleguillos y Tamara también son parte, y que dedica su trabajo a sensibilizar y denunciar el impacto de los roles y estereotipos de género en la construcción de la identidad de las mujeres. “Esta es una sociedad que se lucra con nuestra inseguridad. Nos venden cremas y tratamientos para bajar de peso, para quitar la celulitis. Entonces nos dimos cuenta de que la inconformidad con nuestro cuerpo no es algo superficial ni banal, es un problema colectivo y político”, explica la socióloga.
Este bombardeo de estereotipos y cánones de belleza, que presionan a las mujeres a responder a ellos y las discrimina si no cumplen con esta expectativa, es lo que la socióloga Esther Pineda define como violencia estética. “Se caracteriza por ser sexista, racista, gordofóbica y gerontofóbica porque exige feminidad, blanquitud, delgadez y juventud”, zanja la investigadora, en entrevista con este diario. Y aclara que esta problemática se ha mantenido vigente en el tiempo, “porque ha sido tradicionalmente desestimada y abandonada”. Ella misma ha vivido rechazo por su identidad negra y latinoamericana. “Cuando comencé a interactuar en espacios comunitarios, escolares y en el espacio público se me repetía que era fea, porque era negra, porque tenía la nariz redonda, los labios grandes, por el cabello rizado. Pero me di cuenta de que esto mismo les sucedía a muchas más mujeres”, relata.
La violencia estética comienza en la infancia. “En la escuela unas niñas me decían que tenía una cara muy fea, que me maquillara. Les hice caso y me vestía como me recomendaban”, dice con tan solo 10 años Dominique de la Fuente. Julieta Rojas, de 11, asegura que ha sentido presión por parte de sus amigas. “Querían que me pintase las uñas o el pelo, y eso me hacía sentir muy mal”. Ambas son miembros de la Red Niñez Valiente, un espacio creado para fortalecer el encuentro y aprendizaje de niñas y jóvenes de Chile, entre 7 y 18 años. “Si supieran cómo nos sentimos las mujeres por dentro, cambiaría el trato que nos dan”, concluye De la Fuente. En 2021, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) advirtió de que, a escala mundial, el 15,3% de estudiantes que han sufrido acoso “refieren que son objeto de burlas por la apariencia de su cuerpo o su cara”, y que son las niñas las más propensas a sufrirlas.
“Nuestro as en la manga es el pensamiento crítico. Queremos que nuestras niñas sean lideresas, porque nuestro objetivo es hacerle frente a esos estereotipos que intentan alejarnos de los espacios públicos y de la toma de nuestro propio poder”, dice Carla Ljubetic, directora de la Fundación Niñas Valientes. Según concreta, “a los cuatro años de edad estos cánones de belleza ya se instalan en las mentes de las niñas”, en donde se les impone el uso de faldas, pendientes o trajes de princesa. “La educación tiene ese poder tansformador para impedir que esto se siga reproduciendo”, finaliza.
POR PAULA HERRERA
FOTO: CINTAS ARRIBAS