María Domínguez Remón y los que nacieron en la década de los años 40

A los que hicieron cantar en el patio del colegio y brazo en alto el Cara al sol, los que aprendimos de memoria la retahíla dogmática del catecismo de Ripalda, los que no conocíamos por entonces los versos de los poetas rojos y, se nos negó que llegaran a nuestras manos historias como la de María Domínguez Remón.  

María Domínguez tenía fisonomía de mujer jornalera. Nació el 1 de abril de 1882 en el pequeño pueblo de Pozuelo de Aragón (Zaragoza). Fue de cuna muy humilde; sus padres eran jornaleros y, siendo ella una niña, les ayudaba en las tareas de labrar la tierra, vendimiar, recoger aceitunas en los fríos días de noviembre, segar utilizando hoces o guadañas que encallecían sus tiernas manos y, cuantos menesteres se les asignaban en aquel paupérrimo hogar. María creció en aquella España profunda, donde el analfabetismo se conjugaba con las grandes desigualdades sociales y las injusticias, por tal motivo, su afán al hacerse moza fue aprender a leer y escribir. Su piel, conservó siempre ese olor de la tierra de labranza.
 
Al cumplir los dieciochos años sus padres le concertaron un matrimonio de conveniencia, algo que se concebía normal por el machismo imperante de la época. Durante siete años sufrió humillación y maltrato por parte de un marido. Cansada de aquel infortunio huyó del hogar con lo puesto y fue caminando por montes y cerros hasta Navarra. Desde allí tomó un tren para Barcelona. Sólo llevaba en sus faltriqueras dos reales de capital conyugal y un pequeño préstamo que le dio una amiga suya. En Barcelona entró a servir en una casa, al mismo tiempo que con los ahorros que fue guardando adquirió una máquina de coser para recomponer medias; trabajo que alargaba hasta altas horas de la madrugada.
 
Fue por entonces cuando María Domínguez comenzó a cultivar su mente; una mujer que decidió darle un nuevo rumbo a su vida y dedicarla a lo que siempre anheló: leer y escribir. Su voracidad por la lectura y sus dotes de autodidacta la impulsaron a convertir aquella niña de campo en una mujer amante a la cultura; leía todo cuanto caía en sus manos. De esta forma comenzó a escribir sus primeros artículos con cierta rabia y con una sencilla y eficaz filosofía en el Heraldo de Aragón, hecho que la fue encaminando a los entornos republicanos y mantener contacto con intelectuales de izquierdas.
 
Se le despertó su conciencia feminista y su compromiso social para utilizar sus artículos en la defensa de los movimientos feminista y en propagar la idea de que los ciudadanos y ciudadanas no necesitan la caridad ajena, sino la justicia social para ganar un sueldo digno sin el menoscabo de distinción de sexo, raza o religión.
 
Le atraía con fuerza el trabajo de la docencia, por lo cual ejerció como maestra rural no titulada en el caserío de Mendiola en Navarra. Su salud quedó quebrantada y tuvo que dejarlo, pero más tarde, se presentó a los exámenes en la Escuela de Magisterio de Pamplona sacando nota para aprobar. De nuevo cayó gravemente enferma a consecuencia de la epidemia de gripe de 1918 que la tuvo año y medio en cama.
 
Al quedar viuda del hombre que la maltrataba y del que no podía separarse; por razones obvias del patriarcado de aquella época, aunque se mantuvo lejos de él y, después de un tiempo, contrajo matrimonio con un hombre al que realmente amaba, y se traslada con su nuevo esposo a Gallur. Junto a él, participó en la constitución de la UGT.
 
Fue alcaldesa del pueblo de Gallur, estuvo apenas un año, pero su labor fue intensa. La primera partida presupuestaria fue para crear una escuela pública. Volvió de nuevo a su labor docente como maestra que abogó por la enseñanza igualitaria entre niños y niñas y que compartieran el mismo pupitre. También su pasión por la escritura dio como fruto su libro: «Opiniones de Mujeres», donde defendía la ley del divorcio y la igualdad en tiempos tan difíciles para la mujer a consecuencia del imperante machismo desaforado, además, resaltaba en sus artículos la libertad de pensamiento, el voto femenino, la lucha contra la opresión y las injusticias, liberar a hombres y mujeres de los prejuicios culturales y religiosos, de la defensa de la enseñanza pública y de la cultura como motor de cambio, fomentar el valor y el amor no impuesto sino elegido libremente y que toda relación de sexo entre parejas fuese consensuada y consentida por ambos.
 
Con el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, ella y su marido buscan refugio en su pueblo natal. Su hermana les da cobijo en su casa, pero ambos son delatados y detenidos.
 
En la madrugada del 7 de septiembre de 1937 María Domínguez es conducida al pueblo cercano de Fuenjalón y fusilada en las tapias del cementerio. Su cuerpo es echado en una fosa común. Días más tarde, se asesina a su marido Arturo Romano.
 
Sus restos fueron recuperados de una fosa común el 21 de enero de 2021, gracias a los análisis de ADN. Su cráneo presentaba en la parte occipital un orificio producido por impacto de bala. Junto a ella se pudo hallar una peineta, cuatro horquillas del pelo, restos de unas humildes sandalias y dos botones de su vestido.
 
Los que ya peinamos hebras blancas, somos como los árboles viejos que están llenos de nudos y nidos, además, vislumbramos nuestra tumba a tiro de piedra por el irrefutable designio de la Madre Naturaleza.
 
Es por lo que, pisando ya las hojas ocres del otoño, mujeres como María Domínguez Remón, son como un faro que nos dan luz para no perder la brújula y evitar tropezar mil veces mil con la misma piedra; sólo así, podremos terminar con el odio que sigue envenenando algunos corazones y conseguir cerrar para siempre las heridas del alma que nos dejó un episodio que nunca tenía que haber ocurrido convirtiendo al país en una gran fosa común por ideologías enfrentadas y por el nefasto golpe militar hacia el gobierno legítimo de la República que fue elegido por sufragio universal.

Mat Conde Jiménez

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