Las palabras de Manuel Martín, tan rotundamente honestas porque en ellas el corazón manda, nos protegen de caer en la autocomplacencia fatua, en la ignominiosa desidia, en la ausencia de empatía y solidaridad

Granada, en primavera, se viste con su traje verde que asombra a los pájaros cantores que habitan en las ramas más altas de los plátanos de Puerta Real; mientras, una sinfonía de colores se adueña de las calles grises del invierno convirtiendo en un arco iris las gotas que escapan de la fuente de las Batallas. Por eso allí, anteayer, cuando la tarde caía y era la luz más dulce, en el marco de la Feria del Libro que este año se adelanta para coger el testigo del FIP, Manuel Martín presentó su recopilatorio de artículos bajo un título tan afortunado como necesario: ‘Que el corazón no se pase de moda’.  Manuel, que es un hombre machadianamente bueno, un ejemplo de compromiso ético humanista, ha sabido entretejer con esas manos siempre prestas al abrazo y a la amistad unas columnas de fondo de periódico, de estas que te salvan el domingo, que te ayudan a reflexionar, incluso, sobre cuestiones que una no se hubiera planteado. Es nuestro Defensor de la Ciudadanía la voz de la conciencia de la sociedad civil que perturba y pone en alboroto a quienes se acomodan a unas vidas en las que conceptos como solidaridad, justicia social y dignidad les quedan muy lejos. Porque Manolo, con la dignidad de sus gestos cotidianos y esa voz mesurada que no necesita de gritos para hacerse oír entre las gentes, nos las acerca, nos las pone enfrente desde las páginas de esta casa que es IDEAL, evidenciado que hacer el bien va mucho más allá de dar los buenos días o ceder el asiento en el autobús. Que hay que posicionarse frente al sufrimiento, la falta de misericordia o la ausencia de solidaridad que intentan adueñarse de la sociedad contemporánea.

Vivimos una época extraña donde el hombre se acerca al precipicio de ser un lobo para el hombre, tal y como ya afirmaba Hobbes. De ahí que las reflexiones atinadas de Manuel Martín tengan todo el sentido porque reflejan, igual que un espejo, un modo de estar en el mundo desde la autenticidad, desde el uso de la razón que refuerza al corazón (o a la inversa) buscando argumentos contundentes para rehumanizar nuestro proceder cotidiano. Ya avisó Fromm de que este siglo iba a ser el del individualismo ajenado, el del aislamiento ensimismado que viene cargado de infelicidad, aunque las redes sociales nos vendan sonrisas de cartón piedra.  Y eso alguien debe contarlo, nombrar la verdad y ponerla en pie frente a nosotros, para que no se pierda  el norte de la brújula.

Desde hace mucho vengo pensando que las palabras conforman el último refugio que nos ampara. Las de Manuel, tan rotundamente honestas porque en ellas el corazón manda, nos protegen de caer en la autocomplacencia fatua, en la ignominiosa desidia, en la ausencia de empatía y solidaridad. Basta aferrarse a ellas para anclarnos a la esperanza,  para entender que resultan herramientas de primera necesidad, noticias urgentes que debemos compartir con los demás sabiendo que hemos encontrado un fanal para alumbrarnos y permitirnos avanzar entre tanta penumbra como acecha entre la grisura de esta época gris en la que proliferan la mezquindad y la falta de escrúpulos. Una época en la que únicamente tomar partido por la integridad ética y traspasar con alegría la frontera que separa el yo del nosotros puede salvarnos.

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