Dolores Reyes, la escritora que triunfa desde los suburbios dando voz a las mujeres asesinadas
Redactó su primera novela, ‘Cometierra’, madrugando para evadirse de las demandas de sus siete hijos, pero sin intención de convertirse en escritora. Hoy es una de los nombres más destacadas de la nueva literatura latinoamericana y publica ‘Miseria’
En Caseros no hay librerías, pero sí bolsas de basura donde asoman garras y crestas de gallo, evidencias de algún conjuro mágico. “No es campo ni es ciudad, pero es un mundo de gente. Hay población y población y población. Es un lugar musical, muy sonoro, los olores de las comidas y los picantes te invaden. Si tengo que escribir, me alejo al interior de mi casa y aun así se escuchan los camiones que pasan”, dice Dolores Reyes (Caseros, 45 años) sobre esta población del conurbano de Buenos Aires donde nació, creció y aún vive con seis de sus siete hijos. Entre esas calles ruidosas escribió Cometierra (Sigilo, 2019), la historia de una adolescente que puede encontrar personas desaparecidas tragando la última tierra que tocaron. El éxito de su primera novela fue inmediato: vendió 50.000 ejemplares solo en Argentina y se tradujo a 15 idiomas. Reyes publica ahora en España Miseria (Alfaguara), ambientada en Liniers, un barrio popular en los márgenes de la ciudad de Buenos Aires.
Liniers es un mundo. Conviven allí adivinas con santerías católicas; comidas rápidas de multinacionales con anticuchos asados en la vereda; vendedores de espejos con abogados que prometen soluciones a “falsas denuncias”. “The Counselor, Yatiri. Orienta sobre tu destino amoroso”, se lee en un pequeño volante de letras azules que Reyes recibe en mano. “Me encantan”, dice, y lo guarda en un bolsillo donde acumula otra media docena. Tiene los ojos y el pelo muy negros y los labios rojos como estallados. Cuando habla, su rostro duro se distiende y su sonrisa es enorme. Reyes disfruta en estas calles de culturas híbridas, donde Miseria dará vida y Cometierra usará “su don” para encontrar a víctimas de feminicidios.
Dolores Reyes “Hablo del horror de la vida concreta, un horror político y social”
“Cruzando el puente estaba lleno”, dice, “pero ahora pintaron. Ofrecían prostitución, videntes y mujeres desaparecidas. Ese sincretismo está en las paredes, como si fuese un mosaico hecho de caras, con prostitutas y mujeres que faltan. Y las fotocopias de gente desesperada. Yo me quedo parada, no puedo seguir de largo”, dice Reyes entre los puestos callejeros. Lo mismo le pasa a Cometierra cuando llega a Liniers desde Pablo Podestá. Cuando ve la pared cubierta de fotos decide volver a eso que había prometido abandonar: comer tierra para ver a esas mujeres cautivas en una pieza mugrosa, en una cama de hospital o atravesadas por los gusanos bajo la basura de algún baldío. Su némesis será Miseria, una ser de luz que espera un hijo de Walter, el hermano de Cometierra. “Miseria es pura exterioridad y vida. Es un personaje que me cruzaba siempre, esas chicas descarnadas a las que les pasó de todo, con una historia terrible y que a la vez son un encanto, un imán para todos. Son también las pibas más violentadas”, dice Reyes.
A principios de los años noventa, cuando tenía 16 años, sus padres la echaron de casa “por militar en un partido trotskista”. En el colegio hacía campaña por el aborto cuando nadie hablaba de ello. También leía como una posesa. Se enamoró de un músico que la doblaba en edad, se hizo “más punk que dark”, vio morir a muchos de sus amigos de sida y a los 21 años ya tenía cuatro hijos. “Por supuesto que hoy elegiría maternar desde otro lugar”, dice. “Siendo tan chica no estás eligiendo libremente y menos en situación de calle. Pero, por otro lado, desde mi feminismo me interesa transitar el tema de las maternidades. No tengo separado un feminismo no materno”. Luego estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires, pero no terminó. Y llegaron otros tres niños, de una segunda pareja. “Soy una anomalía, lo tengo clarísimo”, dice y ríe.
“Pobreza y explotación. Eso ofrece la sociedad argentina a los pibes de 13 y 14 años”
El feminismo pinta la piel de Reyes. Su primer tatuaje representa a una mujer que recibe un disparo por la espalda. Bajo el cuerpo arqueado de la víctima se lee “Basta ya de chic@s muert@s”, “así, con @, el primer lenguaje inclusivo”. En sus antebrazos ahora lleva como un trofeo las portadas de sus dos novelas. Cuando se tatuó por primera vez ya era maestra en Pablo Podestá, en escuelas donde se cruzaba “todo el tiempo” con “muchas Cometierra y Miseria”. Pero aún no armaba historias con ellas. Hace unos 10 años decidió “espantar la nube oscura” que sentía sobre su cabeza y volvió “al lugar en el que había sido feliz” cuando era una niña que escribía cuentos. Se anotó en un taller con Selva Almada y Julián López, y por primera vez sintió que eso de escribir podía funcionar. “Cuando leía los avances de lo que luego fue Cometierra no volaba una mosca. Recuerdo que en un lugar de muchísima gente se levantó una chica y se fue dando un portazo. Pensé que no le había gustado, pero me dijo después que se había ido a llorar al bar porque no podía más. Ese día sentí que lo que yo escribía generaba algo”.
Reyes es nocturna. Dice que antes de la salida del sol se siente más lúcida, aunque no fue por elección, sino por circunstancias inevitables. “Mi casa siempre es un quilombo, mis hijos me interrumpen por más que les suplique por favor que me dejen escribir. Por eso a las cuatro de la madrugada, a veces con despertador y a veces porque me despierto sola, me levanto y me pongo a escribir. El único momento que hay silencio en ese barrio y en ese hogar es de madrugada. Mis novelas están muy pegadas al universo de lo onírico, a la noche y al amanecer”, dice. Cuatro años le llevó terminar Cometierra, una novela que nació sin aspiraciones de publicación. Su autora ni siquiera quería ser escritora. “Por eso me tuve que acomodar en muy poco tiempo. Salió Cometierra y me empezaron a llamar de eventos afuera, y yo decía: ‘¿Y ahora qué hago?’. Fue difícil, porque vivía en otro mundo. Recuerdo que estaba en una escuela de Podestá bien al fondo, una zona muy marginal, y llama mi agente para decirme que Harper Collins había ofertado por la traducción en Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, hasta en la India. Yo miraba a mi alrededor y decía: ‘De qué me está hablando”.
Es una tarde azul del otoño argentino y Reyes toma un café en un bar de Palermo, el barrio hipster de Buenos Aires. Saca el móvil y muestra orgullosa la foto de los botines de fútbol que la noche anterior le compró a su hijo menor en Liniers, el barrio donde realmente está a gusto. “Mirá el comercio, se llama BrujoSport”, dice, y vuelve a reír. Pero enseguida se pone seria. Cuenta que en marzo dejó finalmente de dar clases en la escuela, el sitio donde sacaba las historias de esos jóvenes que son la sangre de sus relatos. “¿La sociedad argentina qué les ofrece a los pibes de 13 y 14 años?”, se pregunta. Y se responde: “Pobreza, precarización, explotación y en el caso de las pibas sexualizarlas, usarlas y tirar su cuerpo a la basura. En esos contextos hay un acortamiento de la infancia y de la adolescencia. En la clase media tenés hijos que se quedan en casa hasta los 30 años, pero allá la familia se disolvió, tu viejo está preso, lo mató la cana [la policía]. Eso es lo que me cuentan mis alumnos: ‘Papá nos dejó y tengo que cuidar a mis hermanos’ o ‘Trabajo en la verdulería de la vuelta”.
¿Cómo atravesó el feminismo a esos jóvenes de barrios marginales? “El feminismo vino para disolver mandatos y hacernos pensar en cosas que en realidad están liberando a todes, no solo a las mujeres. Me he pasado Navidades con amigos de mis hijos porque no quieren que vengan los tíos a decirles que los llevan a debutar [sexualmente]. Chicos claramente gais que los violentan y ya están en octubre sufriendo por Navidad o Año Nuevo. Saco mucho de ellos para componer, porque nuestros hijos nos dan sopapos de realidad. Por eso no me puedo oxidar, tengo que estar en contacto para captar eso”.
Esos adolescentes han recibido a Reyes con los brazos abiertos. “Arman cuentas de Instagram o videos diciendo: ‘Yo soy el Walter’, ‘Yo soy Cometierra’. Tengo encuadrados dibujos que me mandan de pibes que no conozco”, cuenta, segura de que muchos de aquellos jóvenes nunca se habían asomado a una novela. “He dado instrucciones de cómo comprar un libro. ‘Pasé por la librería, no vi tu libro’, me escriben. Y cuando les pregunto si entraron me dicen que no. ‘Entrá y pregunta, hay unas personas ahí que venden los libros’, les digo. Y después, supercontentos, me mandan su foto con el libro”.
“El feminismo vino para disolver mandatos y hacernos pensar en cosas que en realidad están liberando a ‘todes’, no solo a las mujeres”
La génesis de Miseria, cuenta, fue más ordenada, con menos horas de escuela y más atención en la escritura. La protagonista tiene 16 años y está embarazada. Trabaja en una casa de regalos en Liniers, donde conoce a Tina, que resultó ser una matrona que la ayudará a dar a luz. Hay también brujas que ayudan y otras que causan daño, perros vagabundos que buscan compañía, hijos trans y, como en la primera novela de Reyes, mujeres que desaparecen. Miseria es la contracara de Cometierra. “Yo me veo en los dos personajes femeninos”, dice la autora. “En mi proceso de escritura soy superreflexiva y oscura, veo policiales, leo casos de desapariciones. Y Miseria es mi otro lado, el afuera, la amistad, lo luminoso, la relación de amor con mis hijos”. La Reyes oscura es la que mira al lente de la cámara dentro de una iglesia o en el cementerio; la Reyes luminosa es la que cuenta su historia.
¿Tiene Reyes alguna obsesión? Sí, que su escritura no aburra. “Quedó algo ahí del capítulo corto, con un enganche. Pensaba en la concentración semántica de la poesía, de podar palabras para que gane en potencia. Soy muy fan de Juan José Saer, y a Saer no se lo lee demasiado. Mis alumnos me dicen que les aburre. Como sentía que me apuñalaban me dije que iba a hacer algo que no aburriese”, explica. Tanto Miseria como Cometierra tienen una prosa picada, casi periodística. Y siempre, siempre, la desaparición como esa ausencia que provoca pesadillas, en un país donde la dictadura hizo del desaparecido una estrategia de aniquilación. “Me interesa el horror de lo real, ni siquiera de lo fantástico. No trabajo con un fantasma o un Drácula. Hablo del horror de la vida concreta, un horror más político y social. Claramente en Argentina el horror ha sido la violencia desde el Estado y desde los machismos hacia las mujeres y también los niños”, dice.
“Nuestros hijos nos dan sopapos de realidad. Por eso no me puedo oxidar. Saco mucho de ellos”
Reyes se inscribe en una corriente de narradoras latinoamericanas que le ha abierto las puertas. “Pienso en Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Guadalupe Nettel, Jazmina Barrera, Claudia Piñeiro o Brenda Navarro. En el tema de las violencias, Latinoamérica está produciendo cosas muy interesantes”. En el caso de Cometierra y Miseria, dice, hay, además, cuestiones universales que resuenan en lectores de sitios tan dispares como Sídney o Estambul. Y piensa en “la relación de hermanos, la pérdida de la mamá o el pasaje de la infancia a adolescencia”. “El tema de los feminicidios puede parecer un tema muy latinoamericano, pero está extendido por todo el mundo”.
Ha tomado dos cafés y el fotógrafo la espera en el cementerio de la Chacarita. Antes de partir quiere contar la historia de una compañera del taller literario que se llamaba Marina. “Su tío la había violado a repetición cuando era una niña. Eso la quebró y entraba y salía de psiquiátricos”. Un día cualquiera, recuerda, Marina le regaló una pluma. “Me dijo que algún día iba a firmar con ella un montón de libros de Cometierra. Esa chica que entraba y salía de los psiquiátricos escribía con nosotros y se sentía bien, pero un día se colgó porque no aguantó más. En ese momento ni siquiera quise comprobar cómo había muerto. Hasta ahí te persigue la violencia machista”.
‘Miseria’. Dolores Reyes. Alfaguara, 2023. 336 páginas. 19,90 euros. Se publica el 4 de mayo.