Primero llegó la primavera de verde esmeralda, después los poetas para construir una patria habitable donde cupiera la democracia de los libros, de todos los libros, y ahora, se acercan los políticos despaciosamente, con sonrisas cargadas de promesas y su carta de los Reyes Magos en la mano.

En Granada tenemos la fortuna de no aburrirnos casi nunca porque nos entretienen los mandamases con sus guerras pequeñas, con sus minucias prêt à porter, siempre listas para ocupar las charlas de barra de bar, ésas donde se arreglan los grandes problemas del mundo a cada rato. Con doce candidaturas nos esperan unas semanas animadas, de esas donde las batallitas dialécticas al modo ‘Pimpinela’  madre in Spain van a sustituir a las telenovelas turcas del momento, con sus desdichas por capítulos y sus venganzas, porque siempre provoca más morbo ver a un conocido ejerciendo  de protagonista del drama que a un guaperas lejano tratando de conquistar a la chica en apuros.  

Y el acontecimiento del mes para el personal que ronda la Plaza del Carmen es, evidentemente, obtener los votos suficientes para lograr sus actas de concejales.  Lo cual que se han dejado ya de tonterías y buenas palabras entre ellos, de puñalitos que apenas caben en la mano o de  elegantes dagas venecianas y han sacado la albaceteña por lo que pueda pasar. Aquí la cuestión es preservar la silla cueste lo que cueste.

Mientras PP y PSOE están acercando su ideario a cada barrio, a cada calle o a cada portal, en la confluencia de la izquierda no han sido capaces de llegar a un acuerdo y  cada piensa hacer la guerra por su cuenta, olvidándose de que la mayor decepción para un votante es que le demuestren fehacientemente que, más que las ideas, aquí la cosa va de poder, de marcar territorio aunque esto implique pegarse un tiro en el pie porque, como ya nos explicaban en la escuela, todo lo que no suma, acaba por restar.  Desde este posicionamiento a algunos les ha dado igual dinamitar ‘Granada se encuentra’ y decepcionar a figuras con prestigio como Baltasar Garzón o Carmen Capilla, representantes ultimísimos de aquella izquierda unida que cofundaron a mediados en los ochenta. De aquellos tiempos ilusionantes de  capacidad para el consenso queda poco. En cuanto abandonó Julio Anguita la política activa, todo fue pérdida, camarillas intestinas, caída libre en un pozo sin fondo. La función que cumplía IU de reivindicación de un federalismo republicano anticapitalista la rentabilizó después de las asambleas de indignados del 15-M la estructura de Podemos.  Desde entonces, tal y como tenía marcado Pablo Iglesias en su hoja de ruta,  Izquierda Unida se ha ido disolviendo una vez que ha quedado copado su espacio (y su discurso) por los morados. Por esto debieran haber asumido que la realidad es santa e integrarse en la lista encabezada por Elisa Cabrerizo, una mujer que ha ido cobrando prestigio por su talante conciliador y comprometido con los movimientos ciudadanos que trascienden a las ideologías. El problema vendrá cuando la noche del 28M no les salgan las cuentas que permitan salvar la negra honrilla con un par de concejales. A ver entonces de qué manera explican el fracaso; cómo justifican el desastre de haber acabado por no aprovechar la oportunidad, como avisaba Góngora,  convertidos en tierra, en humo, en polvo, en sombra. En nada.

 

 

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