21 noviembre 2024

Hace apenas unas horas murió en Granada, su ciudad de siempre, el poeta Rafael Guillén, en mi opinión uno de los poetas más solventes de las últimas décadas. Su figura y su obra están apareciendo en los medios, por lo que voy a centrarme aquí en el aspecto humano del personaje, con el que mantuve algún contacto y al que saludé en tantos encuentros del panorama cultural granadino.

Fue uno de los más reputados poetas de la generación del cincuenta y dio un impulso a la poesía en Granada, muda desde el asesinato de García Lorca. Junto a otros poetas y artistas plásticos locales fundó un movimiento poético, Versos al aire libre, en que cupieron las diferentes concepciones de cada uno de sus miembros sin el menor problema por el eclecticismo. Poco después, se refundaron en el grupo Veleta al Sur, que hizo de nuestra ciudad un verdadero faro del que irradió una resplandeciente fuerza creadora.

Desde los cincuenta hasta ahora, Rafel Guillén ha publicado unos 25 poemarios, uno de los cuales, Los estados transparentes, le valió el Premio Nacional de Poesía en 1994. También ha escrito libros de viajes y uno muy especial sobre Granada, Granada. Invención del aire, con fotografías de Ángel Sanchez.

Repartió su vida entre su trabajo profesional como empleado de banca y sus grandes pasiones. La primera de estas fue Nina (en realidad se llama Áurea), su mujer, amante, musa y eterna acompañante. Otra de sus grandes aficiones fueron los viajes, algo que llevó a la pareja a recorrer medio mundo y que sirvió de tema para muchos de sus poemas y libros de viajes. La edición fue otra de sus aficiones y una colección de cuadernillos, manuscritos e ilustrados por pintores locales, salieron de su iniciativa, la colección Papeles de Carro de san Pedro, nombre tomado de la calle en que vivieron tanto él como su compañero de armas Francisco Izquierdo. No conviene olvidar su decisiva respuesta a una convocatoria de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que cristalizó en la Academia de Buenas Letras de Granada, en cuya formación tanto tuvo qué ver.

Andrés Cárdenas, Rafael Guillén y Eduardo Castro en las jornadas sobre periodismo y literatura

Cada vez que don Rafael participaba en un acto, allí iba yo: anónimamente lo acompañé cuando el Centro Andaluz de las Letras le invitó en la Cuadra Dorada de la Casa de los Tiros a una lectura de sus poemas, o cuando el Centro Artístico lo homenajeó. o cuando la Biblioteca de Andalucía presentó la recepción de su legado y su biblioteca, generosamente donados por el poeta.

La «Capilla Pichina», en el Restaurante Carmen Mirador de Morayma

Era muy serio, pero cuando entraba en materia desplegaba un humor socarrón y divertido que contrastaba con su contención habitual. Participó en unas Jornadas sobre periodismo y literatura que organizaron la desaparecida Asociación de la Prensa y la Academia de Buenas Letras. Contó cómo accedió a la poesía, cómo conoció a su compañero José Carlos Gallardo que pasó de ser un interno en el correccional de San Miguel Alto a ser monitor de la institución, de la noche al día y sin transición. Contó, entre las carcajadas de los asistentes, como se reunían en su casa los pintores y poetas para preparar las publicaciones del grupo. Las sesiones creativas daban paso a beber unos vinos y a las bromas, a veces subidas de tono, hasta que Nina intentó poner orden porque los temas y las carcajadas no se adecuaban a una casa donde vivían cuatro niños. Se trasladaron entonces al Carmen que Mariano Cruz tenía unos metros más arriba en el Albayzín. De cuando en cuando, con una amplísima sonrisa, decía “¡Qué tropa!”. Recuerdo aquella tarde en que lo presentaban los periodistas Andrés Cárdenas y Eduardo Castro. Andrés le insistía: “Rafael, Rafael, cuenta lo de la Capilla Pichina”, y embalado lo contó: cuando se fueron al Carmen de Mariano Cruz, actualmente Restaurante el Carmen Mirador de Morayma, y desapareció la presencia de los hijos, los pintores decidieron decorar el aljibe ya sin cortapisas ni censuras. Lo contaba: “Cayetano Aníbal pintó una verga monstruosa y encabalgados íbamos todos los demás. O un cielo que empezaba mostrando nubes que poco a poco se convertían en culos y tetas…”. Y repetía su mantra: “¡Qué tropa!”.

Durante una actividad del Centro Artístico alguien le preguntó cómo era posible que aún su ciudad no le hubiera concedido el Premio García Lorca de Poesía: “Porque no he nacido ni en Cuba, ni en México, sino al lado de san Juan de Dios”. Al año siguiente fue premiado.

Le dediqué uno de mis relatos, uno de los que más me gustan, La mujer que leía a Machado y cuando en 2017 tuve la osadía de publicar mi libro autoeditado Mariana contemplando las mareas, le llevé a su casa un ejemplar. Me atendió de una forma tan hospitalaria que me daba apuro, pues ese día cumplía años y la casa se iba llenando de sus hijos y de un enjambre de nietos. Tuvo la gentileza de regalarme dos de sus libros; Prosas viajeras y Versos para los momentos perdidos, un libro delicioso que guardo con verdadero cariño.

En su poema Ser un instante escribió un verso que siempre me ha sobrecogido: Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo. El tiempo, la edad y la pérdida no consiguen ni conseguirán enturbiar la contundente belleza de su poesía. Que la tierra le sea leve.

Alberto Granados

foto: Rafael Guillén (Imagen de Álex Cámara en Ahora Granada)

publicado : en el blog de Alberto Granados

https://albertogranados.wordpress.com/