En Granada somos de oraciones adversativas, de poner el pero (sintáctico o literal) a cualquier asunto porque, como ya avisaba Federico, Granada ama lo diminuto.

Ahora resulta que hay quien toma como criterio para votar a los  candidatos/as al congreso y al senado que sean granadíes de pura cepa, desde sus los tatarabuelos de sus tatarabuelos, desde que Boabdil paseaba La Alhambra con permiso de Isabel y Fernando o, ya puestos a ser generosos y que no se diga que somos unos radicales al estilo del PNV de Arzalluz y de aquella historia suya del RH negativo identitario vasco, al menos desde que los Reyes Católicos dejaron Granada a cargo de los caballeros XXIV, los elegidos mantenedores del concejo de la ciudad con Hernando del Pulgar al frente, allá por 1495.

Por lo tanto, la recién elegida alcaldesa Marifrán Carazo debiera  emitir cuanto antes un edicto avisando de que, quien no se apellide Granada, Venegas, Alarcón, Zegrí, Vázquez Rengifo, Belvís o Manrique de Mendoza, por ejemplo,  debe abstenerse de pretender representar los intereses de la ciudad porque el granadino, según este modo de pensar reduccionista y añejo, nace; no se hace por su compromiso con lo que implica defender los intereses de Granada sino por la pureza de sangre de cristiano viejo.

Por lo tanto, o se bautiza a la criaturita recién nacida en Puerta Real o aledaños o el candidato será calificado poco menos que como advenedizo, foráneo, paracaidista o ganapán. Esto es: un forastero (o forastera -que es mucho peor, porque todo el mundo conoce que las mujeres valientes nunca han sido de fiar-) que a saber qué busca, que viene a aprovecharse del sacrificio de tantos ilustres paisanos que han dejado el listón tan alto (nótese la ironía) que resulta insuperable para alguien que no haya mamado la idiosincrasia patriotera del lamento. Porque Granada, una Granada rancia ya, sigue encerrándose, como decía Lorca,  en su ensimismamiento de jardín pequeño y atardeceres eternos,  sin recordar que somos el fruto más rotundo de la multiculturalidad y que, desde ese punto de vista, jamás nadie puede sernos ajeno si su pretensión es dedicar los próximos cuatro años a defender nuestros intereses firmemente que es exactamente lo que muchos nunca se plantearon siquiera cuando tuvieron oportunidad. Es decir, si demuestra que tiene un proyecto para afrontar nuestros retos, si evidencia la capacidad de gestión más allá del gesto baladí.

Ya conocemos a muchos paisanos que nos utilizaron de palanca para medrar y olvidarse de cómo llegaron a la carrera de San Jerónimo; por ello, a quien venga a plantear algo con sentido y responsabilidad debiera escuchársele con la atención que merece antes de lapidarlo, como acostumbramos. Aseveraba Ganivet que no se debe seguir ciegamente un derrotero fijo.  Por eso tenemos derecho a rectificar la percepción de una persona si nos convencen sus argumentos; merecemos tener esperanza en un futuro con un mayor protagonismo de las necesidades de Granada en los foros de decisión de España.  De ahí que estas elecciones que vienen sean tan importantes: o elegimos a personas carismáticas con experiencia y prestigio acreditado capaces de representarnos dignamente, de abrirnos puertas y participar en la transformación del porvenir, o favorecemos que se de otro paso más al vacío. Ante esta disyuntiva, aplíquese la razón, pero sin olvidar el lema de los Granada-Venegas: el corazón manda.

foto: ideal

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