«MARÍA, LA MUJER DE ORCE» por Remedios Sánchez

En este país, aparte de cafres obscenos, también tenemos gente con talento que, gracias a su esfuerzo, al sacrificio cotidiano, logran alcanzar sueños que parecían imposibles.

Y quiero referirme, naturalmente, a María Pérez, nuestra deportista de Orce, que ha convertido Granada en una revolución de apasionado entusiasmo. En una tierra donde no llegan tantas buenas noticias como debieran, el talento de María, que desde pequeña ha hecho de la marcha un modo de entender la vida, es una hazaña, una proeza que trasciende lo individual para alcanzar lo colectivo, la demostración de la capacidad de las mujeres para lograr ser lo que cada cual quiera con limpieza, honestidad y verdadero pundonor.

Imagino las múltiples dificultades que habrá pasado nuestra flamante medalla de oro de 20 y 35 kilómetros marcha del Mundial de Budapest (sólo un oro parece que se quedaba corto para la orcerina) hasta alcanzar este momento histórico. A partir de ahora, habrá quien se atreva a cuestionar al ‘Hombre de Orce’, el fósil del primer homínido europeo descubierto por el paleoantropólogo José Gibert y sus colaboradores en Venta Micena; pero lo de María Pérez implica la constatación de que la mujer de Orce es una realidad santa e incuestionable, una perfeccionamiento revolucionario en el deporte femenino que nos da su dimensión real a pesar de haber estado tan preterido, tan infravalorado incluso dentro del propio sector.

Para eso ha llegado María (también la selección Femenina de Fútbol, nuestras campeonas del Mundial, conste), para cambiar la perspectiva y poner el foco en lo que importa; y lo trascendental de su ejemplo es la perseverancia en estos tiempos de modernidad líquida (donde demasiada gente quiere triunfar apresuradamente, nada más llegar), esa fortaleza para luchar con una misma y contra las circunstancias para desafiar los embates de la existencia y vencer al final, para no acomodarse a lo que mande el discurso patriarcal machista,  tan asentado aún en ciertos espacios como la Federación de Fútbol. Lo que ha logrado María implica mucho más que dos medallas; supone dar otro golpe al techo de cristal, ejemplificar el auténtico feminismo con hechos. Porque ya lo dijo Gil de Biedma: que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde.

Demasiados jóvenes vienen con voluntad de comerse el mundo en dos bocados, pero luego, perdida esa inocencia, se descubre que la vida muerde, que desgarra la piel con dientes de pantera, de machismo vergonzante y resulta obligatorio ser fuerte, resistir a la estulticia y avanzar, compitiendo con la cabeza alta, sin perder de vista el objetivo, porque al futuro hay que mirarlo de frente y saludarlo con una sonrisa franca y la mano tendida.

Eso es lo que ha hecho nuestra marchadora, esta mujer con resistencia de acero y corazón de niña alegre y tímida del altiplano granadino. Pero que nadie olvide que su victoria épica, la gran corona de laurel que ciñe hoy su frente, es haberse convertido en un espejo para los niños y niñas que abren los ojos a la realidad. Su gesta requiere una pedagogía activa para que se tome conciencia de la igualdad entre hombres y mujeres, para que se normalice en cualquier disciplina desde la naturalidad, desde el orgullo colectivo de tener referentes como María, que representan a la mejor España, esa España en la que creemos y que nos enorgullece.

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