Habrán comprobado como desde la segunda quincena de agosto, hasta bien entrado septiembre, las televisiones se pueblan de spot que nos incitan a iniciar, y supongo que a terminar, colecciones

 

La vuelta de vacaciones suele ser una época de buenos propósitos. No suele fallar lo de dejar de fumar, para quienes aún siguen suicidándose con cada cigarrillo, lo de aprender inglés, para quienes año tras año, hemos sido incapaces de aprender más allá del thank you, wellcome o hello de la lengua de Shakespeare; apuntarse al gimnasio para quitarse las lorzas, cultivadas con tanto esmero en el chiringuito y luego ya están la paz en el mundo y la fraternidad universal, aunque estos dos propósitos no dependan tanto de nosotros, ya que cada año que pasa nos los están poniendo más difíciles quienes mandan de verdad.

En caso es que, en nuestra inmensa debilidad humana, difícilmente pasamos de comprar algunos chicles de nicotina, que inevitablemente poco después languidecen en el cajón de la mesita de noche con el primer blíster sin acabar, mientras apenas si hemos reducido uno o dos cigarrillos al día; nos convencemos que lo del trabajo hace imposible que podamos seguir las clases de la academia de idiomas, pero que sin falta el próximo verano nos apuntaremos a un campus en Irlanda y apenas si estrenamos la equipación deportiva de última moda que nos hemos comprado en el Decathlon, esperando que se nos pasen las agujetas del primer día de gimnasio.

Creo que todo lo anterior es lo que empuja a editoriales y empresas de todo pelaje a inundar los kioskos de los coleccionables más disparatados. Habrán comprobado como desde la segunda quincena de agosto, hasta bien entrado septiembre, las televisiones se pueblan de spot que nos incitan a iniciar, y supongo que a terminar, colecciones que podrían enmarcarse en la peor galería de los horrores.

El fenómeno no es nuevo, pero sí persistente, lo cual sorprende en un mundo de vértigo tecnológico y de costumbres. A pesar de las redes sociales, la telefonía 5G, la inteligencia artificial y la realidad virtual, en esas empresas, hay quienes están convencidos que es una buena idea proponernos que construyamos un Ford Mustang GT 350 de 1967, a escala 1:6, después de ensamblar no menos de 300 piezas en cómodas entregas semanales y acompañadas por su correspondientes fascículos y que en el improbable caso de que lo termináramos, apenas si cabría en nuestro salón de casa, .

Es posible que ustedes se decanten por esa maravillosa biblioteca de la literatura universal en ejemplares poco más grandes que una caja de cerillas y cuya lectura nos provocaría un principio de ceguera irreversible, eso sí, con una monísima minivitrina para guardar la colección.

Perdonen mi curiosidad. ¿Ustedes, qué coleccionan?

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