22 noviembre 2024

Si los recuerdos de Antonio Machado eran un patio de Sevilla, los míos son el paisaje y las calles deAtarfe de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado.

Sí, ya lo sé, han pasado muchos años y uno se ha hecho mayor. Pero hay recuerdos, vivencias, actitudes que siguen  intactas, que te acompañan con los años, que no se olvidan. Son tus señas de identidad, tu cultura, tus puntos de
referencia. Son el armazón y los anclajes que sostienen el cuerpo de este viejo barco.

Viene a cuento esta pequeña introducción porque aunque mi infancia y mi adolescencia ha quedado muy lejos, aquella generación a la que pertenezco y no reniego, con todos sus pros y contras, fuimos educados en unos valores morales, en unos códigos de conducta, en unas señas de identidad, en una actitud en la vida que para nada tenían que ver con la represión política y religiosa dominante en aquella época.

Evidentemente había sus excepciones, faltaría más. Aunque hayan pasado los años, aquella educación no tiene fecha de caducidad, aunque vista con la educación imperante hoy en día se considere errónea, caduca, trasnochada y moñas. Porque acaso, la amabilidad, la generosidad, la buena educación, el respeto, la cortesia, ¿no son valores que no están sujetos a modas imperantes o a gustos de una época concreta o los vaivenes que marquen la política o una clase social?

Recuerdo que en casa, tanto nuestros mayores como nuestros padres, con sus ejemplos y sus palabras nos transmitieron unos valores humanos eternos. Para nosotros era un hecho perfectamente habitual y cotidiano, ceder el paso y el asiento a las personas mayores, el saludar a las personas con las que nos cruzábamos en la calle, el usted, el por favor y gracias formaban parte de nuestro vocabulario diario, cuando estábamos en clase y entraba el maestro o el profesor, nos levántabamos como impulsados por un resorte y se hacía el silencio. Sin el respeto hacia los demás no puede existir la libertad.

Éramos conscientes que en nuestras relaciones con los demás había unas normas no escritas, unos límites que ni se debían, ni podían traspasar. Hasta para divertirnos no teníamos por qué transgredir las normas al uso. Era otra forma de vivir, ni mejor ni peor, simplemente distinta.

Es cierto que vivimos otros tiempos, otra época distinta, el problema es que hemos pasado de un extremo a otro. Y la línea que separa la libertad del libertinaje, es tan delgada que se puede traspasar fácilmente. Porque mi libertad acaba donde empieza la del otro. Para los que pertenecemos a otra generación, ver como se han perdido las esencias de los valores esenciales en la convivencia diaria como el respeto, la tolerancia, la generosidad, la cortesís es muy triste. Esta degradación moral del individuo conduce a un punto sin retorno, a un viaje a ninguna parte.

Lo que se ha avanzado a nivel tecnológico se ha perdido en calidad humana. Hemos caído en una espiral de violencia fisica y verbal, en una zafiedad, en una descortesía, en una intolerancia y en una falta de respeto preocupante. Y cada día avanzamos a más y peor. ¿En qué clase de monstruos nos estamos convirtiendo? Y lo peor es que a nivel educativo y familiar, con este ejemplo, ¿qué monstruos estamos generando?

Menos mal que la pandemia nos iba a hacer mejores y saldríamos reforzados como mejores personas para construir un mundo mejor, según los iluminados y demagogos profetas políticos. Por favor, que el último apague la luz, cierre la puerta y tire la llave a la alcantarilla. Agradecido.

Francº L. Rajoy Varela