Hasta la semana pasada, cuando en Granada nos referíamos a la cumbre, lo que le venía a la cabeza al personal era el Mulhacén o unos esquíes deslizándose por la nieve; pero, fue llegar el jueves pasado, y hemos empezado a darnos cuenta del valor de la polisemia, de que una cumbre implicaba poner a nuestra ciudad en el centro del mundo, como en los tiempos de Carlos V, pero ahora con Felipe VI y Pedro Sánchez ejerciendo de hacedor del evento.

Lo cual, que nos hemos encontrado una situación inédita: de no venir a Granada ni un mandamás de Madrid salvo en periodo electoral (para pedir el voto prometiendo unas comunicaciones fluidas con Madrid) hemos pasado a tener moviéndose por la ciudad a líderes mundiales: de Macron al alemán Scholz pasando por Ursula Von der Layen, todos con sus coches oficiales, sus delegaciones, sus servicios secretos y sus escudos antimisiles. Lo sabemos porque lo han ido narrando todas las televisiones en directo, impactadas por el entorno y haciéndonos una publicidad impagable, porque incluso los lideres granadíes han dado la mejor imagen en estos días en los que, para salir bien en las fotos internacionales, había que centrarse en sonreír y no zancadillear al rival.

Pero si un espacio ha brillado con luz singular ha sido La Alhambra, donde el personal ha dado, una vez más, muestras de su capacidad indesmayable para lograr que nada falle con el monumento más sublime del orbe como fondo indescriptible de fotos que son ya históricas y que evidencian que, cuando vamos todos a una, triunfamos.

Y así se han quedado los dirigentes de cincuenta países, incluido Zelenski​, la estrella invitada de última hora: deslumbrados frente a tanta belleza armónica, ante la fusión de culturas que somos sin esfuerzo. Y les ha dado tiempo a hablar de geoestrategia, de la paz o de la ampliación de la Unión Europea, lo cual tiene su gracia, porque precisamente las bases las sentó en el mismo sitio hace casi cinco siglos el nieto de los Reyes Católicos, cuando se convirtió en dueño y señor de la jaula de grillos que era entonces (y aún ahora) Europa como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de España, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y los Países Bajos, archiduque de Austria y duque de Borgoña.

Fue en 1526, para más señas, con Castiglione, Navagiero, Boscán o Garcilaso departiendo en el Generalife, paseo va, paseo viene para el cabildeo propio de la política cortesana y acompañada, como esta vez, del amor por la cultura patria. Porque nadie olvide que el soneto se implantó -de verdad- en estos lares gracias a tan providencial encuentro. Pero sucede que, como aquí tenemos la costumbre de buscar los tres pies al gato a cualquier situación en vez de sacar pecho, hay quien anda quejoso porque durante cuarenta y ocho horas no se haya podido mover a sus anchas por el centro o haya tenido que aparcar un poco más lejos, sin darse cuenta de que fastos de esta notabilidad y relumbrón sientan las bases para que venga un turismo de mayor poder adquisitivo que llene las arcas municipales y nos baje el paro.

Porque ahí está la clave: en pensar a lo grande, en diseñar, siquiera de vez en cuando, acontecimientos difícilmente superables, por mucho que, como aseveró Lorca, Granada ame lo diminuto.

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