21 noviembre 2024

El escritor atarfeño más antiguo del que se tiene noticia es Abu Isaac. En diciembre del año 1066, Abu Isaac tenía unos setenta y seis años.

En su infancia había recibido una esmerada educación, en su juventud había ostentado importantes cargos políticos cerca de los visires ziríes, y desde hacía veinte años vivía retirado en su finca en la ladera de Sierra Elvira, desde donde contemplaba en los atardeceres la esplendorosa Granada y la decadencia irremisible de su ciudad natal, Atarfe.

Hacía tiempo que había enviudado, pero vivía rodeado del calor de la carne turgente de sus concubinas y, aunque no había tenido hijos, a menudo recibía las visitas entrañables de su sobrino predilecto y sus antiguos alumnos, especialmente a uno de Alhendín y otro de Atarfe.

Tenía la piel color ceniza, los ojos perdidos entre los rugosos párpados aún conservaban el brillo árabe, la respiración dificultosa pugnaba entre sus costillas como un pajarillo y la boca desdentada se movía convulsivamente. Su vieja metafísica de alfaquí, había sido sustituida por la verdad insobornable de la naturaleza la verdad de la higuera que cada otoño le ofrecía sus frutos y las cabras que se reproducían tenazmente para asegurarle su sustento.

Dedicaba sus días a cuidar su finca y a escribir poemas ascéticos sobre la caducidad de la vida, la ruina sobrecogedora de su ciudad natal y la levedad de los placeres mundanos. A su edad y con esta forma de vida, los ancianos son personas apacibles y que destilan bondad y escepticismo.

¿Qué poemas escribe por entonces Abu Isaac ben Tuyabi al Ilíberis? Leamos uno de estos poemas, es un mutagarib escrito en diciembre de 1066 dirigido a sus paisanos:

“Esos judíos que antes buscaban en los basureros unos harapos coloreados con que amortajar a sus difuntos ahora se han repartido Granada, cobran los tributos, visten con elegancia, degüellan reses en los mercados, y el mono José ha ensolado de mármol su casa. Y vosotros, los señores, los fieles, los puros, vais andrajosos, sois miserables, estáis hambrientos, os roban y tenéis que mendigar a su puerta. Corre a degollarlo, que es cordero cebón; coge su dinero, porque tú eres más digno que él”.

Se ve que era un poco bruto, pero, como decían los americanos de sus dictadores hispanoamericanos: son unos hijos de perra, pero son nuestros hijos de perra. Así, como paisano nuestro, merece nuestra atención. Pero, ¿a qué se debe este resentimiento? Retrocedamos en su biografía. El rey Badis, viejo y alcoholizado, había nombrado cadí a José Nagrela, un financiero judío perteneciente a un influyente clan.

En aquellos días habitaban en Granada más de diez mil judíos, por lo que era denominada entre los geógrafos árabes, Granada la judía. Poco a poco, el palacio fue poblándose de judíos, ante las protestas de los musulmanes ortodoxos, como el escricto observador de su religión Abu Isaac. La consecuencia fue su destierro a Atarfe, desde donde rumiaba su odio antisemita, mientras le mantenía vivo la esperanza de la venganza. No cesó de propagar el antisemitismo entre sus seguidores y fomentó su exterminio. Así se gestó el primer pogrom de la historia. Ese es el dudoso mérito de Abu Isaac.

II

El 29 de diciembre de 1066 el frío aliento de la noche helada cayó sobre el Albaicín empujando a sus habitantes a sus casas. Mientras los judíos leían alrededor de la bujía el Torah, los musulmanes aguardaban el grito del almoacín con los cuchillos sujetos a sus manos encallecidas. Memorizaban los versos del alfaquí iliberitano, que habían sido reproducidos con grana en las tapias de sus casas: Corre a degollarlo… Habían acogido a sus hermanos de religión de los pueblos próximos, que al cierre de las murallas, se habían ocultado en sus casas.

Con la sangre cegándole los ojos y los cuchillos tintándoles en las manos, al comenzar su oración el almoacín salieron a los callejones del Albaicín. No les dieron tiempo a defenderse ni a huir. Antes de que pudiera correrse el aviso, en cada casa, una a una, habían penetrado los fanáticos musulmanes, ebrios de odio, asesinando a sus habitantes, hombres, mujeres, ancianos y niños. Una tormenta de chillidos, gritos y lamentos inundó aquella noche el Albaicín, mezclados con los versos que repetían sus verdugos. Abu Isaac, testigo de la matanza, asistía complacido a su terrible venganza. Más de cinco mil judíos muertos, y entre ellos sus enconados enemigos, los Nagrela, que habían sido las primeras víctimas, traicionados por su guardia.

III

Como va hemos indicado, Abu Isaac de Elvira era, sobre todo, un eximio poeta, editado y comentado en mezquitas y círculos literarios de Granada, Fez, Rabat y Damasco. La fama de su diwan, compuesto por treinta y cinco piezas perduró hasta el siglo XV.  Aparte de la invectiva contra los judíos, la colección se compone de dos elegías, dos panegíricos, cinco poesías de circunstancias y veinticinco poesías ascéticas.