«ESAS PEQUEÑAS COSAS…»Mujeres solas en la oscuridad por Carmen Morente

 Mujeres solas en la oscuridad Pudiera ser el título de una novela policíaca o de terror, o también el título de un thriller, que se diría ahora. Pero no, Mujeres solas en la oscuridad es el relato de la situación que viven las mujeres, jóvenes y menos jóvenes, que cada mañana acuden a la parada del autobús de Santa Amalia para dirigirse a sus respectivos trabajos en la ciudad de Granada antes de que salga el sol.

Oscuridad casi absoluta, la marquesina desaparecida hace años, destruida por algún salvaje a motor que se la llevó por delante. El paisaje no puede ser más inquietante; un farolito que más bien podría ser el decorado para un video en el que dos enamorados bailan un tango.

A medida que van llegando, las mujeres se agrupan en un gesto de sororidad. Se inician las conversaciones, con la mirada siempre pendiente de ver aparecer al “amarillo”. Dificultades cotidianas, muchas se han levantando muy temprano para dejar las tareas de casa resueltas.

Sociológicamente la parada del autobús nos demuestra que algunas cosas no han cambiado tanto como pensamos, o como deberían haber cambiado. Junto al reducido número de jóvenes que se dirigen a los centros de estudio se encuentran las mujeres que marchan a la ciudad para sus centros de trabajo, como limpiadoras en los grandes hospitales; la mayoría son empleadas del servicio doméstico, o cuidadoras de mayores, o acompañantes de enfermos en los hospitales. No aparecerán en las estadísticas, pues es una excepción que estén dadas de alta en la Seguridad Social. Llega Pepa, tan guapa como siempre, y llega Cristina, “que es funcionaria de carrera”, acompañada de su madre. Todas se conocen y si falta alguna se preguntan qué ha podido ocurrir.

Me acerco con frecuencia a ellas cuando salgo a caminar y conversamos sobre la nefasta situación de la parada del autobús. Ya reclamaron al Ayuntamiento e, incluso, al Consorcio de Transportes, pero nada se ha solucionado. Hace unos días, al pasar a unos metros del lugar, una joven me pregunta si voy a tomar el autobús; está sola en la oscuridad, ha perdido el de las 07:00 y teme llegar tarde al Instituto de La Chana, pero en realidad se siente insegura de estar sola en la oscuridad al borde de una carretera. Muy jovencita, de rasgos aindiados, me cuenta que se levanta muy temprano pues tiene dos hermanos y ayuda a su madre, que se marcha a trabajar, a arreglarlos y a resolver la preparación de la comida, a dejar la casa ordenada… Le digo que no se preocupe, que a esa hora pasan muchos autobuses y enseguida comenzarán a llegar mujeres a la parada, que yo me quedaré con ella hasta entonces. Y eso hago. Cuando aparece el primer grupo de mujeres la dejo en compañía y me marcho discretamente.

Converso esta mañana con mi fisioterapeuta sobre este asunto y me cuenta que todas las mañanas pasa a las 06:45 por allí y se sobresalta al observar a las dos mismas mujeres solas en la oscuridad. En cualquier caso, no es solo un problema de sensibilidad, de tenerla o no tenerla, sino también de derechos y, en este caso, dadas las particularidades descritas, del derecho de las mujeres a sentirse seguras en cualquier circunstancia. Todas sin excepción, también las trabajadoras.

Ahora, con el cambio de horario vuelven a fastidiarnos el reloj biológico, pero, al menos, a eso de las 07:00 en la bóveda celeste estará clareando. Los fenómenos sociales permiten un análisis multifactorial. Esperamos que las autoridades y las instituciones aprovechen los siguientes meses, hasta el próximo cambio horario, para iluminar de modo adecuado y suficiente y sobrado la parada del autobús de Santa Amalia y para reponer la marquesina destrozada hace años. A mí me da vergüenza ajena, pero la vergüenza es, como la sensibilidad, un elemento subjetivo. La dejadez y la inoperancia, por el contrario, son una irresponsabilidad pública.

Esas pequeñas cosas…

C. Morente

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