«Atarfe, 28 de diciembre de 1952.» por Mariano Poyatos Augustín

En este relato, intentamos plasmar aquella época de los años 50. El autor no había nacido, y los datos que se recogen se encuentran en el fondo de la memoria de unas cuantas personas mayores.

La mañana, fría y lluviosa, se reflejaba por la calle Nueva hacia abajo. A veces, los riachuelos se acercaban a las aceras, en otras ocasiones, de forma caprichosa, se recogían en el centro de la calle. A la altura del depósito del agua, la calle Nueva daba paso a la calle de las Heras, dónde sabía que tenía que dividirse para evitar egoísmos de otros tiempos. En primer lugar, se acercaba a Encarnación «La Canala» bajando hasta Victoria Zurita y Carmen «La Marcelina», luego tomaba velocidad hacia el centro en un barro que los niños lo moldearían al salir de la escuela.
 
A la altura de Mercedes Torres, Conchita Román y Paco de Virginia, se abría una boca calle que daba al molino de aceite, mezclándose el olor con el pan recién hecho del horno de pinos.
Frente a la calle, la vivienda de un niño inocente que supo la terrible reacción de un brasero inoportuno. En la casa de las Panaeras, el bullicio era constante, una joven de veinticuatro años, se arreglaba con un vestido negro, para lucir como novia. Los lutos de la época, obligaban a esas costumbres. En la esquina de la calle había una fábrica de gaseosas y sifones, seguramente ese líquido espumoso tendría un dulzor tan suave que ahora sería difícil reproducir.
 
Como los responsables eran muy emprendedores, tomaron el negocio del butano, por ellos, a nadie le hubiese faltado nunca ese gas que en la actualidad es tan apreciado.
Al intentar salir la novia a la calle, observó las dificultades que suponía atravesar la zona embarrada. Su hermano Paco Panaero, la tomó en brazos como si fuese una niña, a él no le importaba ni la lluvia ni el barro ni el humo de color de la fábrica de carrillo. A esos familiares reunidos, se les daba bien el hacer el pan, tanto a ellos como a sus descendientes.
 
Llegados a la iglesia, antes de entrar, la novia tomó un pequeño ramo de flores. El cura comenzó su liturgia en latín, era la costumbre de aquella época. Lo que no sabía el sacerdote era que pasado el tiempo, los hijos de la novia llegaron a dar clases de mecanografía, griego y latín, a diferentes vecinos.
 
PUBLICADO POR MARIANO EN FACEBOOK  EL 28 de diciembre de 2022
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