23 noviembre 2024

Imaginaos 150.000 hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio, temerosos del ejército nacionalista del general Queipo de Llano. No hay más que un camino. No hay más vía de escape. La ciudad que buscan es Almería, y hay que andar hasta allí cerca de 200 kilómetros (…) Tienen que caminar mujeres, ancianos y niños… tambaleándose, tropezando, abriéndose los pies en los pedernales polvorientos, mientras que los fascistas los bombardean sin piedad desde los aviones y los cañonean desde el mar».

El testimonio pertenece a la libreta de anotaciones de Norman Bethune, reputado cirujano pulmonar canadiense que acudió a la Guerra Civil española como voluntario del Socorro Rojo. Su testimonio escrito y las fotos de su ayudante, Hazen Size, es de lo poco se conserva de uno de los episodios más trágicos, y desconocidos, de la Guerra Civil: la llamada desbandá.

El 6 de febrero de 1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano llegaron a Málaga. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la provincia ya estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los milicianos republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era la ruta de la costa, un camino que hoy se recuerda como «la carretera de la muerte» (la actual N-340).

«Por tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y alemanes, atacaron a miles de civiles inocentes»

Por el norte de Málaga llegaban las tropas italianas; por el oeste, el ejército de Queipo de Llano; y por mar, los buques del bando franquista. «Por tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y alemanes, atacaron a miles de civiles inocentes», asegura la historiadora de la Universidad de Málaga, Encarna Barranquero, autora del libro Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio.

Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta de la costa. Saber con precisión cuánta gente murió es imposible, aunque algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó el río Guadalfeo. «Sólo en la fosa común del cementerio de San Rafael de Málaga ya se han identificado a más de 4.300 víctimas», señala Andrés Fernández, arqueólogo y responsable científico de las investigaciones en el cementerio de San Rafael.

«Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio desnudos todos bajo el sol… Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio… cuatro días perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras, tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio, buscándose en las sombras», prosigue el relato de Bethune.

«Lo peor que una persona puede ver»

Una de esas niñas que caminaba junto a su familia es Natalia Montasaroa. Tenía 13 años aquel 7 de febrero de 1937. Hoy, 76 años después, recuerda para Público, con voz temblorosa, lo que vivió durante aquellos días.

Salimos de Málaga el día 7 a las diez de la noche. Teníamos miedo porque oíamos a Queipo de Llano por la radio, que decía: ‘Malagueños, maricones, ponedle pantalones a la luna’. La carretera estaba llena de gente. No se me olvidará nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó nada…», recuerda Natalia, quien en 1937 tenía apenas 13 años.

La familia de Natalia, no obstante, no llegó nunca a Málaga. El ejército italiano los alcanzó antes. «La cuarta noche de travesía recuerdo que veíamos muchas luces detrás nuestra. Le pregunté a mi padre que qué era y me dijo que se trataría del alumbrado de alguna localidad. No era cierto. Se trataba de los tanques italianos. La gente se escondió en el monte. Desde los tanques disparaban con las ametralladoras a todo lo que se movía. Al día siguiente regresamos al camino, una mujer escondida en la cuneta había sido aplastada por los tanques. Ya no tenía sentido seguir adelante, los nacionales habían cortado la carretera de Motril», asegura.

No obstante, la peor parte del camino aun no había llegado para la familia de Natalia. A pesar de que ya no corrían el peligro de ser atacados por el ejército italiano, el camino de vuelta a casa dejó marcadas en su retina «lo peor que una persona puede ver».

«Por la carretera vimos muchos muertos: milicianos ahorcados; una familia entera (el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la cabeza; muchos prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes de caer en manos de los nacionales. Cuando llegamos a Málaga a mucha gente la encerraron en un barco que había en el puerto, y a otros muchos los fusilaron», sentencia Natalia.

«Lo más cercano al infierno»

Salvador Guzmán, de 85 años, sí consiguió llegar a Almería con su familia. Su padre, José Guzmán, era el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de Coín (Málaga), gobernado por una coalición de PCE y PSOE. Su huida arrancó la madrugada del 7 de febrero. En un coche, «similar al Renault 4-L de los 60», la familia del alcalde de la ciudad y la suya emprendieron un largo camino con destino en Almería. En total, diez personas en un coche de 1937.

«Lo primero que se queda en mi retina sucedió nada más salir de Málaga. En un cruce, vi como un hombre le pegó un tiro en la sien a sus dos hijas, después a su mujer y, por último, a él mismo. Fueron los primeros muertos que vi en mi vida pero, desgraciadamente, no fueron los últimos», recuerda para Público Salvador, que asegura que a lo largo de su travesía su vehículo fue objeto de los disparos de los buques del bando franquista el Cervera y el Canarias.

«Los primeros misiles los tiraron a nuestro coche porque pensarían que éramos tropa. Aquello era lo más cercano al infierno que he visto nunca. Conseguimos refugiarnos en un corte de la carretera. Entonces, vimos a unos paisanos de Coín que también huían. Les dijimos que no pasaran, pero no nos hicieron caso. Vimos como su coche reventaba en cientos de pedazos», asegura Salvador.

“Vimos como abrieron las compuertas de un pantano llevándose a muchísima gente por delante”, recuerda un superviviente

Cuatro días después, la familia de Salvador consiguió llegar a Almería. Por el camino quedaron cientos de víctimas. «Vimos como abrieron las compuertas de un pantano llevándose a muchísima gente por delante entre gritos de desesperación de sus familiares», recuerda. La llegada a la capital almeriense, no obstante, no puso fin al peligro.

La aviación italiana estaba esperando a los fugitivos. «Los aviones italianos vinieron todas las noches. Bombardeaban el centro de la ciudad donde había miles de refugiados», relata Salvador, que se encontraba refugiada en la casa de unos amigos de la familia. Las noches de bombardeos sobre la capital de Almería serían los últimos que la familia de Salvador pasara unida. Terminada la guerra su padre fue detenido, humillado públicamente y encarcelado. En 1947, fue fusilado.

El bombardeo sobre Almería fue recogido por el doctor canadiense, quien llegó a la ciudad tras cuatro días trasladando enfermos desde Málaga a la ciudad almeriense. «Cuando aquellas 50.000 personas exangües habían llegado al sitio que creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas, alemanes e italianos, desataron sobre la población un nutrido bombardeo… arrojaron diez bombas en el centro mismo de la ciudad, en la calle principal de Almería, donde, amontonados en el pavimento, dormían exhaustos los refugiados. La calle parecía un degolladero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado por las llamas de los edificios que ardían», escribe Norman Bethune en su cuaderno.

“Su único crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo”, sentencia el doctor Bethune

La dureza de la imagen y la crueldad del destino de los republicanos que huyeron de Málaga llevó a a Bethune, a los supervivientes y a los historiadores contactados por este diario a pensar que la operación de los ejércitos del bando franquista se trataba de un plan organizado de exterminio. «¿Qué crimen habían cometido estos hombres de la ciudad para ser asesinados de modo tan sangriento?», se pregunta Bethune en la conclusión de sus escritos. «Su único crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo; moderado paliativo contra la carga aplastante de siglos de codicia del capitalismo», concluye.