«Personas que nunca tienen la culpa de nada» por Joan Carles March
Hay personas que no tiene nunca la culpa de nada. Hay personas que siempre echan balones fuera y que, pase lo que pase, nunca tienen la culpa de nada. Siempre evitan condenar sus actos cuando acarrean consecuencias negativas y acusan a los demás como responsables.
Estas personas que siempre echan balones fuera son personas que no asumen su propia responsabilidad y se consideran siempre inocentes, sin influencia en los acontecimientos. Es un estilo basado en no comprometerse e implicarse, probablemente, por miedo a tener que asumir las consecuencias de los propios actos.
Vivimos en una sociedad egocéntrica donde nos hemos transformado, cada vez más, en seres que se enfocan plenamente en sus propias necesidades, deseos y miedos.
Existen elementos que pueden situarse como desencadenantes de estos comportamientos y actitudes yoístas como la omnipresencia de las nuevas tecnologías, aunque hay quienes piensan que la sociedad ya estaba bañada de egocentrismo antes y ahora solo se ha potenciado. Nos nutrimos de aprobaciones y elogios digitales que inflan nuestro ego.
Responder por nuestros actos y hacernos cargo de las consecuencias se ha vuelvo algo infrecuente.
Además, se las puede reconocer porque siempre buscan culpabilizar a otro de sus propios errores. Son desafiantes, no atienden a razones, no reconocen defectos y, además, son una fuente inagotable de argumentos que respaldan sus puntos de vista. Hablan de uno/a a sus espaldas, son muy dogmáticas y casi siempre están envueltos en algún drama. Con ellos es difícil mantener un diálogo que no acabe en la confrontación.
Pensamos que nuestra propia percepción de la realidad es la más valiosa y, por extensión, que no tenemos responsabilidad en las situaciones de las que formamos parte. Comprometernos, responder por nuestros actos y hacernos cargo de las consecuencias de estos se ha vuelvo algo infrecuente.
Algunas de las estrategias para evadir responsabilidades son por ejemplo la proyección que es una de las más frecuentes: atribuir a las demás personas nuestros propios sentimientos, motivaciones y deseos para no reconocerlos como propios. Se proyectan sobre otras, a quienes se culpa cuando hay un sentimiento de enfado, frustración o tristeza. También se puede hacer uso del ataque para evadir un compromiso. En este caso, la persona tiene conciencia de haber cometido un error, pero decide atacar antes de que se le reclamen responsabilidades.
Junto a la proyección, está la evitación que es otro mecanismo frecuente, donde se da una huida o escape de la situación cuando intentamos que alguien cumpla un acuerdo.
También se puede optar por la negación, donde la persona se ha comprometido a algo y se lo recordamos, lo negará.
El desgaste también se emplea como recurso ante este tipo de situaciones. Consiste en centrarse en un detalle mínimo y argumentar sobre ello prolongadamente. De este modo, la persona no se centrará en el problema o en las consecuencias de sus actos, sino que redirige la atención hacia otro punto alejado de la cuestión central.
En otro punto, hay quienes optan por la intimidación: recurrir a vejaciones, desprecios o burlas para echar balones fuera y no asumir la propia culpa.
Tienen serios problemas a la hora de gestionar sus emociones y por eso no son capaces de sentir empatía y remordimiento. Ambas habilidades requieren preocuparse por los demás. El sentir remordimiento y empatía por los otros hace que nos lo pensemos antes de engañar, mentir y manipular a otras personas. Si no lo sentimos, difícilmente dejaremos de repetir estas conductas. Al final, son seres dañados que dañan.
Nos movemos a diario en esa danza que oscila entre el interior, lo íntimo, y lo exterior, lo colectivo, lo social. Necesitamos buscar los pasos esenciales precisamente para recuperar algo vital: ver que no somos las únicas, que hay otras personas a las que podemos hacer daño. Lo cierto es que hay que ver al resto y encontrar la manera de no perder el equilibrio entre lo propio y lo ajeno.
Consejos prácticos para convivir con una persona que no tiene la culpa de nada. Ante todo, mucha calma. Perder la paciencia y gritarles es darles motivos para reafirmarse en sus puntos de vista.
Evitar la confrontación directa: Son personas que necesitan entrenar su flexibilidad y salirse de su egocentrismo para darse cuenta de que hay otros puntos de vista para explicar la realidad y también para darse cuenta de que ellos tienen influencia en su vida y en la de otros, que ellos están presentes, que la vida no es el mundo contra ellos.
Analizar nuestra relación con ellos: Es importante analizar si la relación es muy intensa y hay mucha negación de la propia responsabilidad y mucho victimismo o bien es algo más superficial y acaban admitiéndolo.
No lo dejemos pasar: si es alguien que nos importa no debemos dejar pasar este tipo de conductas siempre, porque no es bueno para la persona pero, sobre todo, porque se puede volver en nuestra contra y que acabemos siendo cómplices o comportándonos del mismo modo. Es importante practicar la asertividad y tratar de evitar, con cariño, que esa persona alimente esa especie de fantasía narcisista (yo soy bueno, los demás son malos) en la que está metido.
Por tanto, cuando la dinámica de echar la culpa a los demás va dejando demasiados destrozos en la propia biografía de los implicados o en sus relaciones, se hace necesario examinar más de cerca qué está pasando junto a un profesional.
Para concluir, quienes caminan por el mundo eludiendo responsabilidades y desconfiando además de las acciones ajenas, no solo envenena ambientes y los contaminan de malestar y sufrimiento. También ellos lo pasan mal; al fin y al cabo, con sus conductas lo único que consiguen es elevar la incomodidad y la contradicción.
Joan Carles March