«Malafollá granaina» por Juan Carlos Uribe

La hay para repartir. Tan nuestra como los Piononos o las Maritoñis. Tan perversa y enrevesada como la madrastra de Blancanieves. Tan ya internacional como desconocida a poco que nos adentremos en ella a estudiarla en detalle.

Poco o muy poco queda ya por decir y escribir sobre la malafollá de los granaínos. Nuestro querido experto y maestro José García Ladrón de Guevara (DEP), en su ensayo “Informe deforme sobre la mafollá granaína a través de los tiempos” (1990), obra ilustrada por el genio “Martínmorales”, nos da una verdadera clase magistral. Un verdadero estudioso sobre esa particularidad del carácter granaíno.

Después vinieron otros como mi admirado D. Andrés Cárdenas. Nos deleitó, desde un punto de vista entre instructivo y jocoso, con su libro “Manual del perfecto malafollá”. En él nos hace ver como algunas personas son la malafollá hecha carne. Son la quintaesencia, lo más puro y acendrado de ella. También nos indica el camino, con ejemplos del día a día, para poder identificar los diversos tipos de “malafollás”. Sí, porque hay múltiples ramas, como si fuera una carrera de ciencias.

Hoy les voy a hablar sobre la más típica. Sobre ese “bufido” que nos puede soltar cualquier empleado de comercio, banca u hostelería, por poner algunos ejemplos, cuando vamos a solicitar su ayuda o información. Sobre esa cara agria y de cabreo constante e infinito que nos hace sentirnos empequeñecidos ante él o ella y dispuestos a pedirle perdón por haberle consultado. No hay que confundir nunca la malafollá con la mala educación, que también la hay. Ambas tienen connotaciones y diferencias muy bien definidas. Yo les hablo de la primera.

Mientras la malafollá es algo intrínseco al granaíno, le puede venir desde nacimiento y grabado en sus genes, la educación se enseña, se puede incluso entrenar a lo largo de la vida. Con ejemplos correctos donde mirarse desde niño, un granaíno puede ser educado, cortés e impecable en el trato. Pero si de malafollá se trata, aquí no hay tu tía, se es o no se es. Y aunque se puede intentar suavizar, el poder de los genes está ahí. Es fácil distinguirla también de cuando alguien tiene un mal día y nos muestra esa acritud por influencias externas. A todos nos ha pasado estar tristes o incluso enfadados con el mundo de vez en cuando. Aun así no es excusa para que en nuestro trabajo seamos punzantes con los demás. Yo entono el “mea culpa” en esto. Me ocurre de vez en cuando.

Tomaba hace unos días unos vinos con mi buena amiga Susana que acababa de llegar de un viaje de relax por toda la cornisa norte de España. Nos encontrábamos en un conocido local de Granada donde, además de vinos, cervezas y refrescos, venden buenas viandas de cerdo, quesos y similares.

-Empezamos bien –me dijo con cara de enfado-, la camarera no nos hace ni puto caso. Llevamos ya cinco minutos y nos ha mirado varias veces y nada.

Susana tiene unas expresiones que, pudiendo parecer groseras en otras personas, en su boca resultan hasta graciosas por el tono y la naturalidad con que las dice. Ella es así.

-No entiendo por qué la gente aquí tiene esa malafollá –prosiguió-, por allá por el norte son súper amables. Incluso en Málaga te tratan de otra manera y con una alegría que te hace sonreír. Yo ya no paso ni una. Un minuto le damos y si no viene nos levantamos y nos vamos. Además, yo un vino me lo tomo tranquilamente en mi casa, aquí lo que estoy pagando es el servicio y no voy a permitir que me ignoren –concluyó.

-Cuando voy fuera de Granada me paso el día con las lágrimas en los ojos de felicidad, dando las gracias por atenderme como a una persona…..que paga. Sin embargo aquí, muchas veces, cuando entro en algún comercio o bar, me dan ganas de decir: “vámonos que parece que hemos venido a molestar” -remató.

Yo le di la razón. Además, y como últimamente viene siendo habitual y se está convirtiendo en costumbre, me dijo: “Sobre esto deberías escribir algo”. Y aquí me tienen.

Mi amiga traía lo que solemos traer todos –al menos yo- cuando volvemos de un viaje a otras latitudes. Junto con los imanes de la nevera y algún recuerdo, nos traemos la mente limpia y descontaminada. Otra forma de ver la vida, otros tiempos más pausados y sobre todo el propósito de enmienda con respecto a tener más paciencia, ser más amable con los demás y hacer uso con más asiduidad de la sonrisa. Cosas así. Pero claro, eso nos dura exactamente unos 3 días desde nuestro regreso. Hay estudios al respecto. Después volvemos a lo de siempre. Susana llevaba ya de vuelta un par de semanas y, aunque seguía haciendo las comparaciones entre los caracteres de los norteños y los granaínos, empezaba ya a darse por vencida ante tal baño de realidad. En Granada la malafollá está por todos lados, gana por goleada.

En un momento de la conversación, mirando de reojo a la camarera e implorando al cielo que no tardase mucho en atendernos porque Susana es una mujer de carácter, le dije que yo mismo había intentado, vanamente, encontrar algún motivo por el cual esto es así.

Debe de ser porque trabajan mucho, cobran poco y están sobre explotados y esto les tiene cabreados todo el rato –le dije. No encuentro otra razón. O eso o es que la malafollá es más contagiosa que la rubeola.

Y por fin se acercó la camarera –no la que desde un principio llamábamos con gestos repetidamente, que seguía con cara larga detrás de la barra- sino otra mucho más alegre, amable, predispuesta y servicial.

-¡Vaya! -pensé- todavía nos queda algo de esperanza al respecto, quizás la malafollá hoy se dé por vencida.

 
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