De las comunas a las sectas 3.0: así te lavan el cerebro
Los expertos alertan del auge de estos movimientos de captación de la mano de las terapias alternativas, el ‘coaching’, la salud y el ecologismo mal entendidos
Se tumbó en el sofá y cerró los ojos. Aún no había cogido del todo el sueño cuando se vio a sí misma abriendo la puerta de su habitación. Todo estaba oscuro. Sintió que esa oscuridad se abalanzaba sobre ella. Días antes había percibido lo mismo en el pasillo de su casa, y le transmitió entre «miedo y rechazo». Patricia Aguilar era una adolescente de 16 años que vivía con sus padres en Elche cuando publicó este mensaje en una página de Facebook llamada ‘vida paranormal’. Quería que algún usuario le ayudara a interpretar qué significaba aquella presencia. «Te escribo por privado», le respondió un desconocido. Nada más cumplir los 18, Patricia desapareció sin dejar rastro y cruzó el Atlántico para unirse a Steven Manrique, un peruano de 32 años que se hacía llamar ‘príncipe Gurdjieff’.
Historias como las de Patricia Aguilar o la de Alex Batty, el menor británico que desapareció hace seis años en Benahavís (Málaga) y que fue localizado la semana pasada cuando vagaba por una carretera del sur de Francia tras escapar de la «comuna espiritual» en la que vivía con su madre y su abuelo, demuestran el peligro de los llamados «grupos sectarios» y su capacidad para infiltrarse a través de una pantalla con acceso a Internet.
Pero, ¿qué define a una secta? Luis Santamaría estudió Teología, da clases en un instituto y es un miembro destacado de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas: «Es un grupo social depredador que practica el mimetismo y el señuelo. En todos se produce una manipulación mental, que puede darse en diferentes grados, y siempre hay un engaño. Captan a nuevos miembros ocultando su realidad interna y usan un escaparate atractivo para una parte de la sociedad, ya sea mediante grupos religiosos, culturales o terapéuticos».
Para Santamaría, el fenómeno sectario está en pleno «auge». Cada vez hay más, afirma, «y llegan a más gente gracias a internet y las redes sociales, que deberían hacernos más inmunes, pero que en realidad nos han vuelto más indefensos». La pandemia, añade el teólogo, no fue un momento de crisis para ellas, como pudiera pensarse, sino al contrario: «Se convirtió en una oportunidad de captación».
El contexto social es clave en el desarrollo de estas organizaciones. «Si la religión no es algo atrayente en ese momento, las sectas de este tipo van a tener un éxito menor. Ahora triunfan las que están en torno a una espiritualidad difusa, como el crecimiento personal o el ‘coaching’. Y eso es una trampa importante, porque mucha gente se acerca al grupo pensando que no es una secta porque no es religiosa», explica Santamaría.
La Comisaría General de Información, más conocida por sus unidades antiterroristas, tiene un grupo especializado en investigar sectas y un correo electrónico donde informar sobre ellas con garantía de anonimato (sectasdestructivas@policia.es). Ayer mismo dieron a conocer una operación en la que se detuvo en Cáceres a una pareja que ofrecía psicoterapias alternativas para «curar la homosexualidad» mediante sexo con la gurú. La inspectora jefe que lo dirige afina el concepto con el que trabajan: «En la Policía Nacional hablamos de ‘sectas destructivas’ porque no todas tienen necesariamente que ser negativas, aunque socialmente se las vea así. Entramos en el terreno de la libertad que tiene cada uno de hacer lo que quiera». La definición policial sería: «Grupos o personas que usan la captación, el control y el adoctrinamiento de otros individuos como mera herramienta para conseguir fines económicos, sexuales o de otro tipo».
Luis Santamaría completa el símil de la pesca: «En las redes se exponen aspectos de la propia vida, de la intimidad, por lo que es más fácil obtener información para saber qué anzuelo lanzarte y cómo atraparte».
Clasificación
Aunque hay distintas clasificaciones de sectas, el teólogo prefiere ordenarlas por su doctrina. Las religiosas de origen cristiano son ahora las que menos éxito tienen. Santamaría contabiliza 99 de origen cristiano; «según mis cálculos, representan el 12% del total en España». En el país habría en torno a un millar de grupos. Y aporta otro dato: se calcula que el 1% de la población de los países occidentales pertenece a alguna secta. «En España serían unas 400.000 personas».
En segundo lugar estarían las sectas de origen oriental, que proceden del budismo o del hinduismo. Luego estarían las de tipo «esotérico u ocultista», las ufológicas (que creen en los OVNIs) y por último las denominadas ‘new age’ o sectas de la nueva era, un cajón de sastre donde entran el ‘coaching’, las terapias alternativas o un falso estado del bienestar.
José Miguel Cuevas es doctor en Psicología –su tesis se tituló ‘Evaluación de persuasión coercitiva en contextos grupales’– y profesor en la Universidad de Málaga. En 2001 empezó a trabajar en el ámbito de las adicciones. En 2004 implantó con su equipo un programa de atención a víctimas de sectas y familiares del Ayuntamiento de Marbella, «el único centro público que lo tiene en España», aclara el especialista, que es el responsable del servicio. Por el diván de Cuevas han pasado cientos de personas, entre ellas la propia Patricia Aguilar. «Mi prima hizo ‘clic’ y empezó a hablar del tema el día que fue a ver a José Miguel Cuevas», confiesa Noelia Bru, que aparcó su vida durante año y medio para buscar a Patricia. De aquella experiencia ha nacido la Asociación Afectados Información Sectas (Afise), que preside Noelia y en la que colaboran el psicólogo o el youtuber Carlos Tamayo, que se ha infiltrado en varios grupos.
Cuevas prefiere hablar del ‘nuevo sectarismo 3.0’, que ya no requiere de presencia física: la manipulación es online. «De vez en cuando haces un retiro y te reúnes con el grupo, pero el día a día es a través de internet y no hace falta un gurú claro y manifiesto». Las sectas originales, las 1.0, eran aquellas en las que «vas a una comuna y hay una persona que te come el coco y te manipula directamente de una forma burda, aislándote del medio social». Entre ambas estarían las 2.0, explica el psicólogo, que son las que emplean técnicas de persuasión, pero sin un aislamiento absoluto: «Vives en casa, con tu familia, pero de vez en cuando vas a un centro donde te manipulan».
El psicólogo advierte del «crecimiento brutal» de grupos sectarios de la nueva era, «de carácter conspiranoico y pseudoterapéutico», donde el campo de la salud es «la temática estrella» para captar adeptos. «La nueva era –sigue Cuevas– es un sistema contrarrevolucionario que surge en el contexto de la guerra de Vietnam y que los movimientos ‘hippies’ acogen con fuerza».
«Nos puede pasar a todos»
En las décadas siguientes, surgieron una serie de gurús que crearon la literatura que serviría de base a estos grupúsculos. En la actualidad, Cuevas observa una «mezcolanza de contenidos» esotéricos, religiosos, culturales o económicos. «Va todo en un pack. Empiezas por ir a ver al chamán y te vuelves un hombre místico». La prima de Patricia Aguilar advierte: «Hay una secta para cada uno de nosotros, creada a medida con alguna de nuestras aficiones: senderismo, ejercicios en la playa… No sabemos identificarlos porque no sabemos que nos va a pasar. No hay nada peor que creer que nunca te va a suceder a ti y que vas a tener un familiar en los carteles de desaparecidos o captado por una secta».
En la policía prefieren hablar, más que de grupos, de «comportamientos sectarios destructivos». La inspectora jefe mide cada palabra, consciente de los delgados (y difusos) límites entre la libertad, la moralidad y la legalidad: «Las sectas se adaptan a la demanda del mercado. La sociedad ahora reclama crecimiento personal, encontrarse mejor con uno mismo, volver a los ancestros, a una vida más básica. Pero no se deben criminalizar las actividades, sino determinados comportamientos, que pueden recaer sobre la organización o únicamente sobre sujetos concretos. No por meditar o hacer yoga dentro de un grupo es algo delictivo, sino aprovecharse de esa circunstancia para conseguir un beneficio económico o atentar contra la libertad sexual».
En cifras
1.000 grupos sectarios
Se calcula que operan actualmente en España, la mayoría considerados de la ‘nueva era’.
12% de las sectas detectadas
Son de tipo religioso y de origen cristiano, según un estudio del teólogo Luis Santamaría
400.000 personas
personas estarían dentro de una secta en España, teniendo en cuenta la estimación de los expertos de que el 1% de la población de los países occidentales pertenece a algún grupo sectario.
Santamaría aclara que la obtención de dinero o de sexo no son fines de las sectas, «sino medios, engranajes importantes del proceso de suplantación de la personalidad», puntualiza el teólogo. «Si el líder controla a los adeptos, al final le van a entregar su propia vida. Imagínate que alguien pone toda su sexualidad a disposición del líder, el poder que le está otorgando». El problema de esos abusos es que serían a priori consentidos, porque «la persona tiene la capacidad de discernimiento», por lo que no habría delito: «Lo difícil –interviene la inspectora jefe– es probar que se trata de un consentimiento viciado, porque el adepto no tiene capacidad para negarse».
Para acreditar esas agresiones sexuales necesitan apoyarse en informes de peritos en psiquiatría o psicología expertos en la materia, como José Miguel Cuevas: «Se sienten tan condicionados que todas sus decisiones pasan por un filtro externo. Llegan a dirigirte sexualmente hasta el punto de tener relaciones con personas que no son de tu orientación. Incluso he tenido casos de alteración del pasado y reconstrucción de la memoria donde las víctimas estaban convencidas de que sus padres habían abusado de ellas, sin ser cierto, o que había intentado asesinarlas, para provocar un miedo a la familia».
Lo que más llama la atención a los policías de la Comisaría General de Información, y es una visión que comparten todos los expertos, es cuando los padres entran en esos grupos y «arrastran a sus hijos», que crecen y normalizan conductas que no deberían vivir los menores, y que van desde no asistir a clase hasta relaciones sexuales propiciadas por los progenitores con un halo de espiritualidad o de autoayuda».
La entrada en la secta conlleva cambios de hábitos en el sueño o en la comida y, por extensión, «facilita el cansancio mental y físico» de la persona, lo que la hace más vulnerable, explica la inspectora jefe. «Tu capacidad de discernimiento ha bajado y no vas a percibir los detalles, la dicotomía cada vez más agresiva entre el grupo y lo exterior (lo positivo frente a lo negativo). Te van entreteniendo y, al mismo tiempo, van cerrando todos los canales de información donde podrías contrastar lo que te cuentan».
La receta de su éxito es que empujan a los adeptos a «buscar la divinidad dentro de sí mismo», explica Santamaría, «y eso te lleva a empoderarte, pero acabas adorando o siendo esclavo de alguien que se cree más Dios que los demás». Es lo que se conoce como gurú sectario. «Las sectas que perduran y que más triunfan son aquellas donde el líder no es un vulgar estafador, sino alguien que se cree lo que dice, ya sea por un delirio mesiánico o por un perfil megalomaniaco», cuenta el teólogo. «Habría que hacer –continúa– un diagnóstico psiquiátrico serio, pero diría que los rasgos serían los de una personalidad narcisista, paranoide, asocial y psicópata, lo que los convierte en muy convincentes para sus seguidores. En los suicidios colectivos, el cadáver del gurú ha aparecido entre los muertos, es decir, ha sido víctima de su propio delirio». Pero esa personalidad carismática, capaz de arrastrar consigo a otras personas, siempre necesita una grieta, una circunstancia de crisis donde el gurú te ofrece una tabla de salvación. Patricia Aguilar había perdido en 2015 a su tío José Manuel, que era como su hermano mayor. Su familia cree que eso la hizo más vulnerable para caer en manos del ‘príncipe Gurdjieff’ con quien llegó a tener una hija.
«Ante una desaparición, hay que tener en cuenta la hipótesis sectaria»
Sucedió 27 días después de cumplir los 18. Noelia Bru estaba en la tienda de segunda mano que regenta en Benidorm cuando su madre entró y le soltó a bocajarro: «Patricia ha desaparecido y falta un dinero (6.000 euros) en casa». Su reacción fue coger el móvil y marcar el número de su prima. El teléfono estaba apagado. Esas navidades habían estado intercambiando fotos. Su cumpleaños fue una celebración muy especial. Era la primera vez que la familia se reunía tras la pérdida de José Antonio, tío de Patricia y primo de Noelia, al que ambas estaban muy unidas.
«Rebusqué en la habitación de Patricia porque estábamos seguros que había alguien de por medio que la habían engañado o la había estafado. Investigué a nivel personal, sin una preparación previa. Me tocó vivirlo desde cero y tuve mala suerte de no acudir a otras personas que pasaran por lo mismo, lo que me habría ahorrado algunos trámites», cuenta Noelia, que ahora preside la Asociación Afectados Información Sectas. Ella sabía que a Patricia le llamaban la atención el esoterismo, el más allá, donde la joven trataba de encontrar respuestas a la muerte de su tío. Unas anotaciones y las búsquedas por internet le llevaron a descubrir la doble vida que su prima había mantenido frente a la pantalla.
«Al investigar sus perfiles, apareció este tipo –Steven Manrique, que en ese momento se hacía llamar ‘príncipe Gurdjieff’–, que se ofreció como un guía espiritual y la enamoró. La convenció de cosas que ella necesitaba escuchar: una sociedad sin guerras, el fin del mundo, y que él era el elegido, el enviado».
El teólogo Luis Santamaría afirma que, igual que sucedió en el caso de Patricia, probablemente haya sectas detrás de algunas desapariciones inquietantes: «La hipótesis sectaria hay que tenerla en cuenta porque significa salir de tu entorno familiar y entrar en una nueva de tu elección». Tras año y medio desaparecida, Patricia Aguilar fue rescatada en julio de 2018 en la selva de Perú y llegó a España el 11 de agosto de ese año.
FOTO: Vector Pro
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