«LLUVIAS DE BAJA INTENSIDAD» por Remedios Sánchez

Con el ritmo melodioso de una lluvia leve hemos empezado en Granada un año nuevo, que es un niño pequeño que apenas acaba de nacer y al que ya andamos exigiéndole que haga milagros.

Mantenemos esa inocencia de quien siempre espera, como cuando éramos niños y escribíamos la carta a los Reyes Magos. Principiamos 2024 con una carga inmensa de buenos deseos, de esperanzas eternizadas que llevan décadas durmiendo el sueño de los justos en el cajón donde se guardan, también, las buenas palabras que han acabado por convertirse en una oquedad a la que no responde ni el eco.  Por eso volver a pedir que avance la ciudad con agilidad, en consonancia con la transformación que ansiamos desde hace casi cuatro décadas, es casi una entelequia para el personal porque el granadinismo militante lleva aparejado un componente de resiliente melancolía, de infinita paciencia anclada en los zapatos, de dulce tristeza serenada al compás del tiempo.

Por estos lares todo lo que pasa es de baja intensidad, empezando por la llovizna que ha custodiado a sus Majestades de Oriente  como un rocío apresurado que refresca algo los campos y perfuma el paisaje, casi como un tímido preludio primaveral.   Nos aferramos a la mínima posibilidad de que hubiera llegado el instante preciso para dar el salto al porvenir, ese que se nos resiste tanto, porque tal vez no siempre luchamos con el mismo tesón que nuestros vecinos de al lado (léase los malagueños) o los primos sevillanos.

Granada y su provincia necesitan un empujón, un chaparrón persistente, un viento fuerte y alegre que limpie el alcanfor y la nostalgia de lo que nunca sucedió, un impulso institucional que debe venir de todas las administraciones; si acaso tuvieran la bondad de dejar de ponerse la zancadilla unas a otras y centrarse en lo trascendental, en el progreso. Ahora vendría la pregunta clave: ¿qué es lo trascendental? Pues lo de siempre, porque aquí somos inasequibles al desaliento aunque no nos lo pongan fácil; lo cual que, la carta ciudadana a la clase política del momento, como la de cualquier niño a sus Majestades de Oriente, pide lo habitual de cada año:  la mejora de las infraestructuras y las comunicaciones (ay, esa variante de Loja), qué se agilice el tema del corredor Mediterráneo, que la presa de Rules empiece a conducir  agua (caso de que tengamos), que Granada sea capital de la ciencia y la cultura procurando que no se nos tome el pelo desde Madrid cuando optamos a algo (y sí: me refiero a la Agencia Española de Inteligencia Artificial) o que la zona Norte deje de ser noticia por los constantes cortes de luz que impide a sus vecinos hacer vida normal desde hace más de una década y los va aislando paulatinamente…

Ya se ha dicho: la actitud granadí no es la de la exigencia visceral revolucionaria sino la del desencanto doliente; pero, a poco que se perciba una brújula de liderazgo, una oportunidad de avance, nos aferraremos a ella con ambición ilusionada.  Porque Granada se asemeja un poco al alma de Ganivet, sí; pero también, en ocasiones, asoma, aunque sea de perfil, el ímpetu de Mariana Pineda o la inspiración de Federico como un torrente creativo. Es esa pasión contenida la que alguna vez (y puede ser en  este 2024) tendrá que desbordarse para salvarnos.

A %d blogueros les gusta esto: