ATARFE: Un paseo por el residencial fantasma de Granada donde no queda más que desvalijar
La urbanización Medina Elvira de Atarfe tiene seis edificios de pisos en ruinas arrasados por el abandono, los ladrones y los okupas, a los que echaron a final de año
En la urbanización Medina Elvira de Atarfe solo se escuchan los pájaros y el zumbido de la línea de alta tensión que corona la colina. El silencio es absoluto en la mañana de un día laborable pero pasear por este entorno de vistas privilegiadas no transmite paz sino desasosiego. Los grandes bloques de edificios y esqueletos inmobiliarios donde se apiñan más de mil pisos vandalizados y llenos de pintadas, provocan a plena luz del día entre pena y miedo. De noche, solo lo segundo. Medina Elvira es lo más parecido en Granada a un pueblo fantasma abandonado o arrasado por una guerra o catástrofe natural.
Catorce años después de que la urbanización que abanderó la pujanza del ladrillo en Atarfe entrara en crisis y las promotoras se marcharan dejando edificios sin terminar, andamios colocados y tres grúas sobrevolando el cielo, en en los bloques inhabitados de Medina Elvira no queda ya ni un solo cable que robar. Los edificios que están terminados –se construyeron 1.008 viviendas y 558 llegaron a tener licencia de primera ocupación– están desvalijados. Hace tiempo que se arrancaron las últimas ventanas, persianas, porterillos y cualquier otro material fuese cual fuese su valor. De rematar lo que dejaron en pie los ladrones se han encargado el pase del tiempo y la falta de mantenimiento.
Las calles urbanizadas están rajadas, las arquetas volaron, las casetas de los pozos para recoger las aguas residuales están saqueadas, las farolas están descabezadas y las señales de tráfico descoloridas, como los viejos carteles que anunciaban las promociones de lujo. Las publicaciones posteriores al estallido de la crisis estimaron que en este cementerio inmobiliario quedaron enterrados más de seis millones de euros de la época.
Los últimos vecinos ilegales que ocuparon uno de los edificios fueron desalojados a finales del pasado año. De recuerdo de su paso dejaron un muestrario de graffitis que se extiende desde las fachadas hasta las piscinas y un reguero de basura y botes de spray en la colina.
El campo de golf
El campo de golf, cerrado desde el año 2011, languidece convertido en un patatal y en improvisado circuito de entrenamiento de motos.
En el desolador pueblo fantasma queda, no obstante, un reducto con vida. Una urbanización, con control de accesos y vigilancia privada, donde residen unos treinta vecinos, según los cálculos municipales. El resto de los edificios del residencial cuenta con vigilancia privada pagada por la entidad de propietarios para preservar la seguridad y evitar que se devalúe más su patrimonio mientras intentan sacar adelante el plan de rescate, que pasa por reordenar todo el sector, construir mil nuevas viviendas y resucitar los antiguos edificios para sacarlos al mercado.