FRÍO EN EL TUÉTANO (Juan José Millás)
La infancia está en el tuétano del adulto, porque crecer es ir ocultando tras diversas capas, a la manera de un vegetal liliáceo, lo que uno fue.
La capa de hoy esconde al individuo de ayer y la de ayer al de anteayer. Al final de todas hay un humilde espermatozoide vivaqueando en busca de la luna llena, el útero, en cuyas paredes incrustarse y perecer para ser alguien. Yo, cuando me desprendo imaginariamente de las sucesivas capas que me ocultan, llego invariablemente a un centro helado. Pasé mucho frío de pequeño, no sé si porque el clima era más riguroso entonces o porque teníamos menos ropa, quizá las dos cosas. La cuestión es que el niño que llevo en los tuétanos continúa tiritando. No he hecho otra cosa en la vida que trabajar para quitarle el frío, pero todo ha sido inútil.Y sé que el día que me muera, cuando le dedique mi último pensamiento, continuará sentado en el bordede la cama, echándose el aliento en la punta de los dedos para darse un poco de calor.
Recuerdo que en su día vi la película «El espía que surgió del frío» solo por el título. Aquel espía y yo teníamos en común que procedíamos del mismo sitio. Luego leí la novela de Le Carré en la que está basada y me sentí completamente identificado con aquel personaje que en la pantalla representó magistralmente Ricchard Burton.
Por entonces, yo no había estado nunca en el Berlín Oriental, ni siquiera conocía el muro que separaba a unos de otros, pero también venía del frío, así que comprendí perfectamente la amargura del personaje y la necesidad de buscar calor en el pecho de una bibliotecaria comunista. Leo todos los libros en cuya cubierta aparece la palabra «frío» porque sé que en la primera página, o como mucho en la segunda, hablarán de mí. Continúo buscando una receta para calentar a aquel niño que todavía se pasea descalzo y en pijama por el centro de mis huesos, aterido a causa de la temperatura ambiental. Llevo, en fin, el frío en los huesos.
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