«Aquelarre político» publicado por Alberto Granados
Fue un profesor de la UGR el que, en un ciclo de coloquios sobre la prensa local, utilizó el término aquelarre para definir la situación política actual.
Me pareció una definición exacta, y eso que su intervención tuvo lugar hace tres años. ¿Cómo definiría el sabio profesor esta feria de las vanidades en que se ha convertido nuestro país desde entonces? Sin duda, él conoce –repito que es sabio y discreto, si es que ambas cosas no son la misma- mil sinónimos del término aquelarre, pero a pesar de su sabiduría creo que le resultaría difícil encontrar otro término más exacto. Más que por el valor denotativo de la palabra (= Reunión de brujas), por el connotativo: situación que produce horror, caos preocupante, desastre absoluto. Nada más parecido a la situación generada tras las elecciones del pasado 20 de diciembre.
Hace ya una temporada que vengo diciendo que entre PP y PSOE han generado una vida política envenenada, un peligroso despegue de la realidad y un olvido imperdonable de su verdadero objetivo: la ciudadanía, sus problemas, su bienestar. Ambos partidos han estado más preocupados por lograr o mantener su parcela de poder, hasta el punto de que no han sabido leer lo que los indignados les gritaron en las plazas, después en los escraches y, finalmente, en la búsqueda de otra nueva política, pretendidamente depositada en los llamados partidos emergentes. Si ahora tenemos la seria amenaza de Podemos, han sido PP y PSOE quienes con su falta de reacción han incubado el huevo de esta serpiente populista, contradictoria y desestabilizadora.
Desde la transición, el PP (en aquellos tiempos de Fraga, Alianza Popular) ha cumplido su papel de opción política para la derecha (y la ultraderecha, por mucho que pretendan ser de centro). En los tiempos de Adolfo Suárez era una derecha cosmopolita, europea y hasta cierto punto civilizada.
Por su parte, el PSOE supo encarnar los sueños de libertad del espectro de izquierda, especialmente, cuando el PC se reconvirtió en una mezcla desigual de opciones de izquierda, siempre desunidos y sin problemas en hacer la pinza al PSOE.
Cuando Felipe González llegó a la Moncloa en 1982 nos pareció que era posible dejar atrás el pasado franquista de forma definitiva. El PSOE consiguió impregnar toda la corriente política de entonces: estuvo presente en los sindicatos, en las asociaciones de vecinos, en los movimientos feministas, en todo grupo que aspirara a recuperar la libertad secuestrada por el franquismo. Después, toda esa aura socialista desapareció y sólo quedaron los favores clientelares y el derroche de dinero público. Tal vez se trataba de paliar la desaparición de la ideología y de las ilusiones que González había canalizado. Desaparecido el dinero con la crisis, no quedó nada más que una jerarquía empecinada en mantener sus privilegios, amarrada a los cargos, sin pensar siquiera en dimitir y dejar a alguien más capacitado al frente de las responsabilidades que, obviamente, no han sabido llevar a buen término, vistos los resultados elecctorlaes. Desde entonces es un partido errático, sin norte y sin un líder claro e incuestionado.
La normalidad democrática de la transición se hizo añicos a partir de dos hechos: en primer lugar, la radicalización del PP desde la llegada al poder de Aznar. Pese a sus declaraciones de centrismo, es desde entonces un partido cada vez más conservador, con planteamientos regresivos en lo social y en lo político. No les produjo el menor sonrojo mentir en el atentado del 14M, desautorizar a sus oponentes en términos tan agresivos como inadecuados (¡Váyase, señor González!), endurecer el régimen de libertades (la Ley Mordaza: que les pregunten a los titiriteros), sacar una reforma laboral esclavista y decimonónica, una ley educativa elitista (la LOMCE), dedicar una legislatura a gobernar exclusivamente para el mundo financiero empresarial, ofender a los familiares de las víctimas del franquismo, ocultarse tras un televisor para no dar la cara… Y sobre todo, Rajoy y su equipo han consentido la corrupción estructural de su partido, que llega a extenderse como un virus por varias comunidades y que parece alcanzar a los más altos escalones de sus jerarquías (varios tesoreros imputados, sobresueldos, los papeles de Bárcenas, Gürtel, Valencia, Fabra, Matas…).
El otro factor es el caso de los EREs. A diferencia de la corrupción del PP, en Andalucía la corrupción, con ser gravísima, no parece formar parte del propio tejido del PSOE andaluz. Más bien parece ser el caso de unos altos cargos que hicieron su voluntad y salpicaron a otros muchos cargos, incluidos los dos expresidentes, Chaves y Griñán. Por la tibieza con que el PSOE actuó, pedí la baja en el partido tras siete años de militancia: yo creo que, como poco, todos los que habían estado en el Gobierno andaluz, en vez de estar recolocados en suculentas canonjías, tendrían que haber desaparecido de todos los cargos orgánicos, por designación o electos.
Ambos partidos, enfrascados en sus parcelas de poder y en lavar sus insoslayables corruptelas, parecen haberse olvidado de la ciudanía, que lleva gritando y exigiendo la limpieza, la regeneración democrática, la limitación de mandatos, la eliminación de las llamadas “puertas giratorias”, la modificación de la Constitución, el cambio en el sistema electoral basado en la Ley D´Hont, las listas abiertas, el problema de Cataluña, la penosa situación económica (por mucho que los voceros traten de vendernos la imagen de que todo está resuelto gracias a la política de Rajoy), la ausencia de perspectivas de nuestros jóvenes que jamás podrán volver a su país…
Todos estos problemas, muy serios, tendrían que haberse abordado, pero nadie ha querido meterse en harina, sencillamente por si tomar una postura (necesaria, según la sociedad) podía perjudicarlos electoralmente. Un país paralizado políticamente por un puñado de votos arriba o abajo.
La ocasión perfecta para la irrupción de los populismos. Y surge la figura de un comunicador nato, un pico de oro, que predica todo lo que la gente (especialmente los que no han vivido la transición y se ven excluidos del sistema) desea oír. Pablo Iglesias crea Podemos, partido que recoge muchas de estas incuestionables demandas de la sociedad, y su movimiento alternativo es ahora una amenaza. Me cuesta trabajo decirlo, pero así lo siento. Me he resistido a entrar en esa ola de desprestigio de la formación de Iglesias, pero ha bastado el recuento de las urnas para que aparezcan los tics más detestables de la misma casta que él censuraba: el reparto hipotético de poder que le exigió a Sánchez para formar gobierno es sintomático (y muy peligroso). Ese pisar fuerte siendo el último que llega, esa exigencia de pleitesía, siendo la tercer fuerza… no me gustan en absoluto.
Y cuando el Rey llama a Rajoy para que forme gobierno, este desiste por saber que no cuenta con apoyos. Pero la noticia de El Mundo de hace unos días es escalofriante: el derrotado presidente intentó manipular a Felipe VI para que le facilitara la investidura. Desvergüenza absoluta, indignidad repulsiva en un anodino presidente que jamás ha actuado por derecho y que tendría que haberse ido a su casa por consentir la mala práctica de la política. Después de desistir una vez e intentar la maniobra con el Rey, aún se permite desprestigiar los intentos de Pedro Sánchez. ¿Nos toma por imbéciles?
Mientras tanto, el líder socialista intenta formar un gobierno imposible. Si lo consigue con Podemos será un presidente rehén y sólo cosechará desprestigio y fracaso. Y unas nuevas elecciones remitirían a unos resultados similares, si no mucho más graves, según la encuesta del CIS de hace una semana.
Rajoy no puede ser presidente tras blindar a los corruptos de su partido y permitir que se machaquen los discos duros con las pruebas. Pedro Sánchez no debería serlo, si con ello se echa en brazos del errático y peligroso Podemos. Albert Rivera está ahí, como la cara amable de la derecha, viéndolas venir. Unas nuevas elecciones nos llevarían a una situación similar ¿Hay alguna salida?
Un aquelarre, como enunció el mencionado profesor. Un siniestro sudoku donde no hay forma de encajar un solo número. Hago mías las palabras de César Vallejo: España, aparta de mí este cáliz.
Alberto Granados