«Agua para todos, pero no agua para todo»
Una de las confusiones que arrastramos desde hace tiempo es la de clima y tiempo meteorológico. Pero también padecemos de una confusión entre el significado de cambio climático y cambio global.
El cambio climático sería uno de los motores del cambio global junto, por ejemplo, a los cambios en los usos del suelo, o la disminución de los recursos hídricos (en cantidad y en calidad), para la cuestión que nos afecta especialmente en esta ocasión
Siempre que me invitan a una charla, conferencia, mesa redonda, coloquio o simplemente me preguntan sobre algún asunto relacionado con el cambio climático tengo que empezar intentando aclarar estas cuestiones, (confieso que a veces sin éxito porque el empecinamiento y la contaminación mental y las falacias con las que algunos se manejan son como marmolillos difíciles de mover); en todo caso, salvo MpuntoRajoy y su primo, la inmensa mayoría sabe ya la diferencia entre que hoy llueva mucho en un lugar concreto y que el clima se vuelva lluvioso, (o deje de ser seco), por esa circunstancia concreta. Sin embargo, la diferencia entre el cambio climático y el cambio global es más compleja.
Con el término cambio global queremos hacer referencia al conjunto de cambios ambientales en los procesos que determinan el funcionamiento de los sistemas naturales que tienen su origen en el impacto asociado a las actividades humanas, en nuestro modo de vida, de producción y consumo. En ese sentido el cambio climático sería uno de los motores del cambio global junto, por ejemplo, a los cambios en los usos del suelo, o la disminución de los recursos hídricos (en cantidad y en calidad), para la cuestión que nos afecta especialmente en esta ocasión.
Así al analizar el tema de la escasez actual de lluvias, ostensiblemente por debajo de la media histórica varios años consecutivos, podemos afirmar que es cosa del clima mediterráneo y del cambio climático, pero que la sequía asociada a estas anomalías está también causada por acciones antrópicas relativas a la gestión del agua. En nuestra tierra tenemos un problema (grave) desde siempre con el agua, relacionado con las escasas e irregulares precipitaciones de nuestro clima, pero este problema se está agravando por la disminución de la cantidad de lluvia que recibimos con el cambio climático (y estábamos advertidos) y además por la gestión de su uso que hacemos, queriendo ignorar esta circunstancia y adoptando medidas en contra del uso racional y eficiente.
Traigo a colación estas aclaraciones para contextualizar el problema de la actual sequía en Andalucía, y en el resto de España, y para hacer la distinción entre sequía meteorológica y la sequía hidrológica, relacionada con el cambio global, en el sentido que antes expresaba.
Pondré un ejemplo paralelo para que se entienda. Los daños crecientes producidos por las inundaciones en algunos lugares de nuestro país se deben tanto al incremento de la torrencialidad de las lluvias, con registros récords de precipitaciones en un tiempo dado, como a los efectos provocados por haber ocupado las zonas de inundación e incluso los propios cauces de los ríos. Es lo que se suele conocer como que “los ríos sacan las escrituras”.
En esta confusión se sigue manejando el gobierno andaluz de Moreno Bonilla que ha aprobado hace unos días un nuevo Decreto de medidas contra la sequía, que es entendida erróneamente como una catástrofe natural coyuntural. Es el cuarto ya en los últimos años, con lo que en total sumará unos 500 millones de euros en obras de infraestructuras hidráulicas para contrarrestar los efectos de la falta de lluvias.
Dichas medidas parecen avaladas por un Comité de Expertos, entre los que abundan los ingenieros, aunque las medidas, permítaseme el chiste fácil, carecen de mucho ingenio. En cualquier caso, no se ha dado publicidad a sus informes ni ha trascendido la evaluación (si se ha hecho) de las medidas incluidas en los Decretos anteriores. Lo que sí ha trascendido es la mediocre gestión del gobierno andaluz de los Fondos recibidos para inversiones en infraestructuras hidráulicas, con centenares de millones no ejecutados. Propongo que entre los expertos asesores del gobierno se incluyan otros profesionales que den una visión más amplia, más ecológica de la gestión del agua y no sólo aquellos que ven en la hidrología solo la h de hormigón, por decirlo de manera gráfica.
De partida, un nuevo Decreto supone un fracaso en la planificación y en la consideración de la gestión del agua. Una medida parcial, un nuevo intento de parchear un complejo problema. Aunque parece que, por fin, el gobierno de Moreno Bonilla empieza a advertir que no es un asunto coyuntural. La propia consejera de Agricultura, Pesca, Agua y Desarrollo Rural ha declarado que “estamos ante una situación extrema. No se trata de ser alarmistas, sino realistas… la sequía es una cuestión estructural”. Han tardado mucho tiempo, demasiado, en darse cuenta que la sequía en Andalucía no es algo circunstancial o excepcional, sino que es nueva realidad a la que tenemos que adaptarnos, tanto como modelo de sociedad, como en nuestra forma de hacer uso de los recursos hídricos a la hora de generar riqueza y empleo, sobre todo en un escenario de cambio climático en una región especialmente vulnerable a sus efectos como es Andalucía.
(Hago un inciso para señalar que uno de los problemas de la gestión del agua en Andalucía es que esté incardinada en la Consejería de Agricultura y subordinada a una de las políticas sectoriales más consumidoras de agua. Debería estar en un organismo aparte, o en su caso en una Consejería de Medio Ambiente y Transición Ecológica elevada a vicepresidencia. Eso sí sería una Revolución Verde y no las medidas propagandísticas de las que presumen usando esta etiqueta).
Pero a pesar del nuevo discurso, como ocurriera con los tres decretos anteriores, esta cuarta iniciativa de medidas de lucha contra los efectos de la sequía del gobierno andaluz mantiene una línea continuista y cae en los mismos errores de considerar la problemática actual del agua, únicamente desde el lado de la oferta, es decir, sólo intentando incrementar los recursos hídricos, bien con nuevas infraestructuras, bien aumentando el número y capacidad de las desaladoras o bien con medidas puntuales de emergencia como la del transporte de agua por barcos.
Todas estas medidas son insuficientes y, en el mejor de los casos, sólo pueden considerarse como paliadoras de la situación, denotando una visión cortoplacista, ya que no van a la raíz del problema ni sirven para poner en marcha medidas orientadas al ahorro y la eficiencia y a dotarnos de unos usos mucho más racionales y de unos criterios más justos a la hora de repartir el agua.
Porque debe haber agua para todos, pero no hay agua para todo por lo que hay que incrementar el control público de los usos y de la calidad de las aguas. Porque la mal llamada sequía no puede considerarse una cuestión cíclica, ni es (solo) culpa del cambio climático. De nada servirán las acciones que se acometan si seguimos gestionando el agua como si sobrara, si sobreexplotamos los acuíferos, si regamos jardines o campos de golf con agua potable, si continuamos cambiando secanos a regadíos o cambiando el uso de terrenos forestales; de nada servirán si no comprendemos que el agua aporta bienes y servicios ecosistémicos para el bienestar de nuestra sociedad y alteramos el uso de los regadíos históricos o seguimos entendiendo que el agua que llega a los ríos es ‘agua perdida’.