El olvido está lleno de memoria

Me pongo a escribir esta mañana sobre una idea que me ronda la cabeza desde hace semanas y que tiene que ver con la fragilidad de la memoria y su desconsoladora unión con la necesidad. Recordamos situaciones, experiencias o personas cuando son de nuestro interés y cuando dejan de serlo son despedidas al descampado del olvido donde quedan aisladas, y, es posible, huérfanas para siempre.

Desde hace muchos años estoy acompañando, primero a mi sobrina nieta y, ahora, a mi sobrino nieto, al aula matinal en el CEIP Medina Elvira. En cualquier mes del calendario escolar es de noche o apenas está amaneciendo. He observado cómo los más pequeños, las niñas y los niños de 3 años que acuden al aula matinal, llegan temerosos durante las primeras semanas, agarrados fuertemente a las manos de sus padre o madres, de sus abuelos o abuelas, algunos lloran. El miedo a lo desconocido, la ruptura abrupta, de un día para otro, con el medio familiar los vuelve muy vulnerables.

A la primera persona que conocen es a Carlos, el cuidador del cole, que a esas horas ya está haciendo sus tareas de limpieza. Carlos los recibe con cariño y su “Hola, peque” es el primer vínculo que establecen en su nuevo recorrido vital. Pronto Carlos aprende sus nombres y ese primer saludo se convierte en un “Hola, Andrés” o en un “Hola, Manuela”. Por su parte, los diminutos seres humanos de 3 años, generación tras generación, comienzan a saludarlo como “Carlitos”; este hecho siempre me ha producido una gran sorpresa y ternura. Atraviesan seguros los dos patios que separan la verja exterior del aula matinal porque saben que “Carlitos” siempre estará cubriéndoles las espaldas. Pero cuando ya se sienten seguros comienzan a olvidarse de su protector, de su ángel de la guarda, de su amigo entrañable, y cruzan el patio “como una bala”, sin saludarlo: “Carlitos” se ha vuelto innecesario y se convierte en invisible.

Yo me he propuesto que mi sobrino nieto no deje de saludarlo cada mañana. Cuando me despido de él en la verja de entrada, todas las mañanas sin excepción le digo: “Joel, juega mucho, aprende media cosa y no dejes de decirle buenos días a Carlos”.  Pretendo así que, al menos, El olvido esté lleno de memoria.

Esas pequeñas cosas…

Carmen Morente

 

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