Autocrítica para la izquierda
Los dos partidos del Gobierno de coalición deben afrontar un cambio de estrategia tras el evidente fracaso en Galicia.
El PSOE y los partidos nacionales a su izquierda (Sumar y Podemos) fueron los grandes derrotados en las elecciones gallegas del domingo, un fracaso rotundo que obliga a sus máximos dirigentes a la reflexión sobre su despliegue y su discurso territoriales. Los datos son incontestables: los socialistas firman su peor resultado histórico con nueve diputados y poco más del 14% del voto; Sumar y Podemos ni siquiera entran en el Parlamento dado su ínfimo porcentaje de apoyo: 1,9% y 0,26%, respectivamente. La concentración del voto de izquierdas en el BNG —considerado esta vez la opción útil— y la tendencia al voto dual respecto a las generales —donde la utilidad cae del lado de los partidos estatales— los han perjudicado, pero las tres formaciones se equivocarían si no llevaran su análisis más allá, máxime con otras tres elecciones en el horizonte: vascas, europeas y catalanas.
El PSOE vuelve a mostrar su dificultad para consolidar liderazgos autonómicos de larga duración cuando pierde el poder incluso en comunidades donde logra buenos resultados en los comicios nacionales: el 23-J obtuvo en Galicia el 30,2%, más del doble que este domingo. Leer en clave estatal las citas autonómicas se traduce en una excesiva tendencia a intervenir desde Ferraz en las candidaturas territoriales. Y a hacerlo tarde. Algo que ya es tradicional en la Comunidad de Madrid y que en esta ocasión sucedió también en Galicia. José Ramón Gómez Besteiro, que en la campaña se reveló como un buen candidato, fue ungido hace cuatro meses como el quinto aspirante socialista a la Xunta en otras tantas convocatorias. Parte de sus posibles votantes se decantaron por Ana Pontón (BNG), que, tras una labor de años, supo compensar la apuesta por la identidad con algo difícil de improvisar: cercanía.
El Partido Socialista se enfrenta desde el Gobierno central a la paradoja de adentrarse en una legislatura marcada por el debate sobre el modelo territorial en el momento en que tiene menos peso autonómico. Solo encabeza el Ejecutivo de tres comunidades: Asturias, Castilla-La Mancha y Navarra. Un escenario, además, en el que la izquierda nacionalista amplía su espacio, especialmente entre los más jóvenes, menos fieles a unas siglas concretas. Su condición de partido estatal con espíritu federal obliga al PSOE a conciliar su discurso para las autonomías históricas con un proyecto válido para toda España. Este es el desafío para el que necesita una estrategia que no se ve. La pérdida de poder institucional —aunque no de votos— del 28-M y ahora el fracaso en las gallegas demuestra que le perjudica nacionalizar en exceso las campañas. Pedro Sánchez, que se volcó en ambas, sale tocado del 18-F por aceptar los términos en que planteó la disputa Alberto Núñez Feijóo.
A la izquierda del PSOE el panorama es aún más desolador en una región en la que ese espacio llegó a tener 14 diputados en 2016. Años de batallas internas le han pasado factura hasta dejar a Podemos con unos raquíticos 3.900 votos. Sumar, presente en el Gobierno de España, es a estas alturas un proyecto por definir. Y su desplome resulta más estridente en la comunidad en que se forjó Yolanda Díaz. Su capacidad como referente para la izquierda queda en cuestión a un mes de su primera conferencia política. Las dos formaciones coaligadas en el Gobierno central sellaron en octubre una agenda social cuyo despliegue puede verse afectado por la debilidad territorial de ambas frente a un PP decidido a usar su enorme poder autonómico para torpedear las decisiones del Ejecutivo. Otro reto para la izquierda.
EDITORIAL DEL PAIS