La cultura del vino ha ocupado la cuenca mediterránea desde los tiempos más remotos de que se tienen vestigios. El mosto de la uva, convenientemente fermentado, ha servido de ofrenda a los dioses,   agasajo a los huéspedes, producto medicinal e incluso metáfora transustanciada de la sangre del hijo de un dios.

Cultivo de la vid, cosecha y producción del vino forman parte de la cultura universal, por lo que el vino ha generado una abundante presencia en la  literatura, que arranca en episodios del Antiguo Testamento o La Ilíada para llegar a Baudelaire o Neruda, pasando por Omar Khayyam, Berceo, La Celestina, el Arcipreste de Hita, Quevedo, Tirso de Molina, El Lazarillo de Tormes, Baltasar del Alcázar, Espronceda, Poe, Villaespesa, los hermanos Machado, Valle-Inclán, Blasco Ibáñez, Caballero Bonald, Borges o Claudio Rodríguez, por mencionar sólo una mínima muestra de los autores que han contado con el alcohólico jugo como motivo literario.

Presentación Cuentos para el vino

En ese largo contexto, aparece “Cuentos para el vino” (Segovia,  Cylea Ediciones, 2013), un nuevo empeño editorial de Lola Vicente, quien en su justificación preliminar del libro, parte de una pregunta: ¿Por qué escribir cuentos para el vino? Responde a su propia indagación aportando distintas justificaciones: por el carácter de cultura ancestral que el vino conlleva; o por el seductor colorido que ofrece; o por asociarlo al amor, a la desinhibición, a la cordialidad y a la alegría; y también porque el vino es un líquido natural que necesita una encendida defensa frente a otras bebidas no autóctonas; o porque incita a vivir… También pesa, nos dice, el hecho de haberse criado junto a una bodega de su Yecla natal.

“Cuentos para el vino” se presenta hoy, 17 de marzo, a las 20,00 h., en el salón de actos del Instituto Padre Suárez. Está formado por veintinueve relatos que abordan el fenómeno de la viticultura desde distintos enfoques, con estilos radicalmente distintos y centrando las tramas y sus personajes en diversos ámbitos geográficos y temporales.

Incluye también una breve sección sobre las variedades de la uva. Se trata de una imaginaria cata llamada “Vivencias del vino”, escrita por el sumiller Óscar Hernando. Hay también un emocionado epílogo de  dedicado a la memoria de Medardo Fraile, a cargo de José López Rueda, que fue su amigo y compañero de estudios, de teatro, de creación y de la vida. Se cierra con una mínima nota biográfica de cada uno de los firmantes, que aparecemos por riguroso orden cronológico de nacimiento.

Para reseñar este libro he optado por hacer una clasificación temática, ni más ni menos acertada que otra cualquiera y en ningún caso estanca. He establecido seis categorías o divisiones, que son las siguientes:

EL VINO COMO DESENCADENANTE DE PROCESOS ANÍMICOS

Edward Hopper, Halcones de la noche,-1942

 Edward Hopper, Halcones de la noche,1942

Empezaré por el tema que mayor presencia tiene en el libro: el vino como desencadenante de procesos anímicos, en el que he situado hasta ocho relatos, en los que el vino sirve de consuelo al dolor de una ruptura, ayuda al olvido, sirve de estímulo para rehabilitarse, ayuda en una relación humana, despierta empatías, relaja las tensiones de lo cotidiano, recupera recuerdos…

“Gran reserva”, de Valeriano Franco. Una botella de Pesquera Gran Reserva 2002 y una amable conversación con una desconocida sirven para que el protagonista cambie la siniestra intención con que ha llegado a un hotel. El vino tiene efectos terapéuticos muy positivos. Un aire de literatura negra y nocturna, perfectamente conseguida, llena este cuento.

“La hora del rioja”, firmado por Hilario Barrero nos habla de dos soledades conectadas a través de internet. Una periodista, casada y madre de dos hijas, encuentra una renovada ilusión cuando se conecta con “el hombre del rioja”, un profesor de Nueva York que le traduce poemas y que tiene problemas de salud. Así de simple. Un cuento breve donde se sugiere más que se cuenta, dejando abiertas mil posibilidades argumentales. Sencillo, denso, estilísticamente perfecto.

En este grupo temático hay que situar mi propio relato, “La copa del viajero”. He optado por una casa noble de la Grecia clásica en la que es acogido un viajero. Cuando cena con los dueños de la casa, comparten el vino y éste obra el milagro: aparecen la amistad, la conversación, lo noticioso, el deseo, la empatía… El vino como desencadenante de procesos afectivos, tan comunes e intemporales como complejos.

El siguiente en esta categoría es “La verdad que le brindó el vino”, de Alejandro Pérez García, centrado en la rehabilitación de José, un hijo pródigo que regresa a sus orígenes para recuperar un viñedo y una bodega. El trabajo tenaz, la vieja voz de su padre en su conciencia y la necesidad de superación hacen de él un notable cosechero, que encuentra su verdad en el vino.   

“Dinámica de un  día cualquiera”, de Julia Gallo Sanz título que no engaña, ya que se trata de la fatigosa rutina de una mujer, costumbre que alivia “una gotilla” de vino con que acompaña su almuerzo junto a su marido. La moderada ingesta de vino como un hábito saludable y grato. Sencillez y realidad cotidiana en tierna simbiosis.

También he adscrito a esta categoría el relato “Fuera de cobertura”, de José Manuel Vidal Ortuño,  en que un hombre entretiene la espera de su compañera paladeando un vino, leyendo la etiqueta de la botella y reflexionando sobre su relación. Los tres planos se mezclan con sabia maestría en este cuento de soledades y copas de vino. El vino aparece aquí como paliativo de la ausencia y como remedio para conseguir el olvido.

En “Meditar en el vino”, de Beatriz Villacañas, la semejanza de los colores de un ocaso y del vino que hay en una copa hace que a un poeta anciano se “le subleve la melancolía” y regrese su infancia para iniciar el repaso de su biografía. Vino y recuerdos, con una voz sensorial, colorista y de un tono intimista muy emotivo.

En mi opinión, el último relato del libro también debe adscribirse a este grupo. Es obra de un autor afincado en Granada. Se trata de “Curioso viaje”, que firma alguien que se oculta tras su seudónimo habitual: Sir Henry Willowy. Narra el azaroso viaje de Eduardo Rienzi desde Padua a Constantza. Autobús, presencia de viajeros desagradables, el cruce en barco del Danubio… son situaciones que permiten al viajero ir conociendo gentes, costumbres y vinos. Tal vez haya demasiado autobiográfico en el relato…

VINO E INFANCIA

Otra categoría que establezco, vino e infancia, muy cercana a la anterior, está formada por un total de cinco relatos, en los que la ingesta de vino, haciendo el mismo efecto que aquella magdalena de Proust, lleva al bebedor a su infancia, a sus raíces y sus recuerdos.

Es el caso del relato del prolífico Carlos Murciano,  «Sor María» , lleno de claves bodegueras: una jovencísima monja, al apurar el vino de consagrar, revive su infancia en una familia vinculada a la producción de vino. Intimismo, un eficaz tratamiento del proceso psicológico de la protagonista y una pregunta final, cuya respuesta resume la vida de toda persona.

En  “El marinero de Noja”, del madrileño Juan Ruiz de Torres, se exponen las diferencias de percepción entre un niño de Noja y un niño manchego de Tomelloso centran la trama, que supone un proceso iniciático del cántabro en el territorio de la degustación del vino manchego. Costumbrista, etnográfico y enológico, sutil y agradable, como una buena copa de vino manchego.

El relato de la propia editora, Lola Vicente, se llama “Pan con vino y azúcar”: una mujer destinada lejos de su origen yeclano cuenta vivencias de su infancia que al principio aburren a quienes la rodean. Sin embargo la machaconería de la protagonista (¿quizás la misma autora?) termina por infundir complacencia en sus compañeros. Un relato que asocia vino y recuerdos, en ese siempre eficaz retorno literario a esa feliz arcadia que es la evocación de la infancia. 

“Pasadito de pan, vino y azúcar”, firmado por Mercedes Molina Mir, hace referencia a un tema doloroso: las personas extrañas a las que se encomienda el cuidado de nuestros enfermos seniles. En el cuento, Damiana, que cuida a don Enrique, intercambia con él la vieja merienda de su infancia a cambio de viejas historias, en realidad la memoria familiar, con sus inconfesables chismorreos, por imprudencia puestos en manos de una extraña. Sentido del humor para un problema humano, fina ironía y tres generaciones cada una con su fase vital y sus problemas.

El último relato de esta categoría es obra de Carolina Molina. Se llama “La siesta” y está dedicado a la memoria del desaparecido Medardo Fraile. Oportuna dedicatoria, ya que trata de la muerte de un personaje, el abuelo Isacio, que a los ojos de su nieto es el poseedor de todas las sabidurías y de un chaleco que contiene la llave de la bodega, el ámbito donde ambos participan de una tierna complicidad. El abuelo lo inicia en el sabor del vino y, con su muerte, en los misterios insondables del ser humano. Un tono contenido, mágico y diáfano, impregna de ternura este delicioso cuento.

Figuras de una vasija griega

 Figuras de una vasija griega

VINO Y HUMOR

En los cuentos que he incluido en la tercera categoría, predomina el sentido lúdico y desenfadado de la vida. La he llamado vino y humor e incluye cuatro cuentos.

El segundo cuento del libro, llamado “Cuento de vino y música”, de Ángel Alcalá, es todo un ejercicio de metaliteratura: un profesor tiene que enfrentarse al siempre imprevisible reto de escribir un cuento. Evoca a sus fuentes literarias (el Quijote, Stevenson, Cecilia Thaxter, la Celestina…) y escucha su música favorita (Schumann) en busca de inspiración, pero el folio en blanco impone su tiranía. Hasta que sigue el consejo del nieto… Ironía, sentido del humor, desmitificación de la escritura, puro ejercicio lúdico.

En “Qué naufragio más tonto”, de Ángela Reyes, se cuenta la sorprendente lucha por sobrevivir a un impreciso naufragio de Lila y Poncho, quienes a la desesperada, intentan salir a flote de una situación que los amenaza y que sólo al final del cuento queda aclarada. Humor, ironía, un poco de angustia y un golpe de efecto final son los rasgos de este poco convencional y divertido relato. 

La granadina Ayes Tortosa firma el cuento llamado “¿Cómo es posible que quepan tantas cosas en la tienda de Nicolás?”. De nuevo, la autora va a las calles del Albayzín granadino en busca de un universo narrativo. En el viejo barrio sitúa a un personaje entrañable y mágico, Nicolás, dueño de una exigua tienda donde se puede encontrar todo cuanto se necesite, por impensable que parezca. Fino humor, un personaje perfectamente trazado y una tierna trama que remite al realismo mágico narrativo.

“El velatorio”, del poeta y novelista Fernando de Villena. En el relato aparece el viajante de comercio y filósofo doméstico de los años sesenta Bernardo Ambroz, un personaje de su creación que pronto volverá a ofrecer nuevos cuentos. En esta ocasión, el protagonista y su acompañante comparten amistad y copas de vino con un viejo señor de Priego, al que visita cada vez que su ruta lo lleva a la elegante villa cordobesa. Una de las veces que llega al pueblo, “en su flamante seiscientos”, su amigo acaba de fallecer y le deja una curiosa herencia: un barril de vino. Costumbrismo de una época, soltura narrativa y ternura, en la siempre eficaz línea narrativa de Villena.

TRATAMIENTO ANTROPOLÓGICO DE LA A VITICULTURA

Y una nueva categoría que, de un modo u otro, lleva consigo el tratamiento antropológico de la a viticultura: el proceso fabril, la angustia de la cosecha, las herramientas, usos y costumbres, personajes, el mundo de la bodega… enfocados desde distintas perspectivas, llevan al lector a la exacta percepción de que el vino lleva tras sí una larga y rigurosa historia de afanes y desvelos. Seis cuentos conforman esta categoría, que –lo repito- no considero estanca respecto a las demás, ya que estos relatos también suelen ir de la mano de un regreso a la infancia.

es obra de José López Martínez, y nos explica la sólida amistad entre Joaquín, un hombre viudo, y Candelero, un soltero, que por ser poco gregarios, cultivan su amistad compartiendo charla y copas. Una tarde de procesión se aíslan y hablan de poesía y vinos. Aparecen, cómo no, las rubbayat de Omar Khayyan. Copas y conversación llevan a todo un intercambio de ideas sobre la viticultura, un tesoro aprendido en la niñez, tan lejana y rica como algunas cuartetas del poeta persa.

El periodista Esteban de las Heras Balbás, burgalés de nacimiento, parece rendirle homenaje a nuestro idioma castellano, surgido en un monasterio cercano a su propio lugar de origen. Para ello, despliega un brillante léxico relacionado con la viticultura. Son nobles voces patrimoniales (ubio, garia, dalle, escabuche, garillo, cañizadera…), algunas no reconocidas por la RAE, que dan al cuento un sabor noble y primigenio  En su cuento, llamado “El garillo”,la sencilla trama (de nuevo, una entrañable vuelta al pasado, a las complicidades antiguas) parece estar al servicio de la muestra de vocabulario autóctono, sin perder un ápice de  frescura o eficacia en el planteamiento o el tono narrativos. Me ha parecido uno de los mejores del conjunto.

“El largo ritual”, de Lourdes Ortega Puche, ahonda en el calvario que supone lograr unas buenas cosechas y un buen un buen nombre en el mundo del vino. En la inauguración de un restaurante, alguien establece la diferencia entre el ritual de los invitados, que esperan degustar un magnífico vino y otro mucho más largo y doliente, de luchar durante muchas décadas con el campo para arrancarle el mejor vino. El relato va dedicado al padre de la autora, que es (o fue) cosechero de Yecla, y ese recuerdo lo impregna de ternura.

En “Baquito, el de las botellas”, relato de Emilio Porta, aparece una perspectiva diferente del vino: el paladar de un sumiller. En efecto, Paquito, después llamado Baquito por su profesión, desarrolla desde la niñez su sentido del gusto y se especializa en vinos, campo en el que obtiene un notable éxito profesional. Ignoro si se trata de un personaje real. Si no lo es, debería serlo.

Ángel Olgoso firma el relato “Los buenos caldos”. Un cuento mínimo en extensión, pero lleno de enjundia. No es precisamente nueva la destreza de Olgoso para resolver con absoluta eficacia el binomio brevedad/intensidad, aquí magníficamente aplicado a un terrible rito de preparación de la vendimia. 

También entra dentro de este grupo “Guárdame el secreto”, de Ana María Tomás, que ahonda en esa “filosofía” especial, tan próxima de la alquimia, del bodeguero. La muerte del abuelo de la protagonista la hace regresar a la infancia y tomar una decisión drástica que cambie su vida.

EL VINO COMO INSTRUMENTO DEL FATUM

He encontrado un cuento que por sí mismo establece una categoría: el vino como instrumento del fatum. Se trata de “Ellas…”, de la ceutí María Manuela Dolón, relato que habla de literatura. De teatro, concretamente: un autor y actor teatral debe tomar un autobús que lo tendría que conducir al papel de su vida. Ellas, las botellas de vino, le hacen perder su ocasión, aunque… La vida juega con las criaturas desde los dos lados del espejo en este cuento de vivo fatalismo.

EL VINO COMO CAMINO DE PERDICIÓN

''El triunfo de Baco o Los borrachos''

 Velázquez, »El triunfo de Baco» o «Los borrachos»

He dejado para el final el aspecto menos amable del vino: su dimensión negativa, es decir, el vino como camino de perdición, como vicio o viaje a la degradación del ser humano. El fenómeno aparece retratado desde distintos puntos de vista (etnográfico, costumbrista, fatalista,  moralista e incluso religioso). He encontrado cinco cuentos para esta categoría.

        Julio Alfredo Egea abre el libro con su relato “Casimiro el tuerto”, premio Ciudad de Hellín en 1989, en que el protagonista inicia el camino imparable a su propio infierno por el abuso del vino. El amor, el desengaño, el cante flamenco, el ambiente gitano… completan el universo perfecto de este amenísimo cuento, que fluye con un sabio estilo literario. Un magnífico inicio del libro, indudablemente.

        “Carmen” es la aportación de Francisco Gil Craviotto. Cuento ambientado en Les Mureaux, pueblo de la región parisina que el autor conoce tan bien (ha sido su lugar de residencia durante dos décadas), nos muestra el proceso autodestructivo de una clocharde apodada Carmen. La mujer encuentra en el vino un paliativo para su íntima tragedia, un camino directo e irreversible hacia la muerte. Ternura, milimétrica exactitud en el trazado del personaje y de los que la rodean… y un denso aire trágico que envuelve la trama y al personaje. Otro de los hitos de este libro.

        “Patricia Lobillo”, de Alejandro Moreno Romero, también se ocupa de idéntico argumento: la bajada a los infiernos de una alcohólica irrecuperable. En este caso, bodeguera, lo que le da a la trama un aire fatalista, de camino sin retorno. Ritmo narrativo muy exacto y un personaje sólidamente trazado.

        En “Un vasito de vino”, del teólogo Luis Arrillaga, un hombre de 47 años, aquejado de una minusvalía psíquica, abandona su metódica vida de lecturas, cine y conciertos cuando se deja llevar por las disciplinas de pensamiento oriental y cae en el alcoholismo destructor. También deja a sus viejos amigos y su medicación.

Y cierra esta reseña un relato de la granadina Celia Correa Góngora. Su cuento, “Mortalmente vivo”, trata de la caída en picado de un hombre  que, de ejercer la cirugía y tener prestigio, pasa a la indigencia callejera. Una situación que, lamentablemente, se nos presenta cada vez con más frecuencia. Dramático, denso, escueto, realista… entra perfectamente en esta categoría.

El libro, considerado globalmente, supone una indagación literaria muy completa sobre el mundo y la cultura del vino y un conjunto de una calidad ciertamente notable. Si es verdad que en el vino está la verdad, en este libro están casi todas las verdades del vino.

Alberto Granados

Publicado por Alberto Granados el

Cuentos para el vino

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