«Tambores de Guerra Nuclear» por Jerónimo Páez
Antes de entrar en un conflicto de este calibre, debería hacerse un referéndum y preguntar si estamos dispuestos a morir por salvar el honor del nacionalismo ucraniano
En la segunda década del siglo XX, la orgullosa, soberbia y rica Europa que dominaba el mundo; la Europa ilustrada que creía tener una misión civilizadora y se consideraba el continente defensor de los derechos y libertades de los ciudadanos, decidió descender a los infiernos, cuando inició la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Todavía no sabemos bien por qué empezó y menos todavía por qué no se detuvo al poco de iniciarse. Durante cuatro trágicos años Europa se descuartizó a sí misma. Fue la mayor matanza de seres humanos de la historia, hasta entonces. Desbarató políticamente el planeta y luego, no hemos sabido cómo recomponerlo.
El mundo se había globalizado y la guerra también. Para colmo, al final terminó dividiéndose en dos grandes bloques que iban a disputarse durante el pasado siglo la hegemonía mundial.
No había poderosas razones que justificaran esta Guerra. Casi nunca las hay.
David Lloyd George, por aquel entonces primer ministro de Gran Bretaña, dijo: «Las naciones europeas resbalaron hasta el caldero hirviendo de la guerra sin ninguna muestra de aprensión ni de consternación». Margaret MacMillan, excelente historiadora sobre este conflicto escribió: «Su estallido tomó por sorpresa a la mayoría de los europeos… las decisiones cruciales que nos llevaron a esta locura fueron tomadas por un numero sorprendentemente pequeño de personas. La Ciencia y la Tecnología, que tantos beneficios trajeron a la humanidad durante el siglo XIX, aportaron también armas nuevas y terriblemente destructoras. La rivalidad fomentó una carrera armamentística que potenció este desastre. Los pueblos europeos se revistieron de una gran oleada de patriotismo que sólo sirvió para aumentar la destrucción». Clemenceau, uno de sus artífices, diría «es mucho más fácil hacer la guerra que la paz».
Añadió que cuando terminó en 1918, habían caído cuatro grandes imperios, el ruso, el alemán, el austrohúngaro y el otomano. El viejo orden internacional desapareció para siempre. Millones de combatientes –aún no había llegado el momento de las grandes matanzas de civiles– murieron en aquellos cuatro años: 1.800.000 alemanes, 1.700.000 rusos, 1.384.000 franceses, 1.290.000 austrohúngaros, 743.000 británicos (y algunos cientos de miles más de diferentes países). Y un número mucho mayor de heridos e inválidos, así como una enorme destrucción de la naturaleza y del patrimonio artístico continental.
El precio que pagó Europa fue mucho mayor de lo que se pensó. Nada justifica esta catástrofe.
Algo parecido podemos decir del conflicto entre Ucrania-Rusia. Solo se puede pensar tras conocer las declaraciones de Enmanuel Macron, Úrsula von der Leyen, de Putin, de Zelenski, de Jens Stoltenberg y de ese siniestro personaje que es el presidente Biden de los EE UU, –a su vez el soporte más importante de la locura destructiva que se ha apoderado de Netanyahu–, que estamos gobernados por locos de remate, incompetentes y belicosos.
Pero no tienen el poder, y si lo tienen, había que quitárselo, para arrastrarnos a participar directamente. No están autorizados para tomar este tipo de decisiones, y si lo están, hay que impedirlas. Hablamos de que los ejércitos de algunos países europeos se incorporen a la defensa de Ucrania, lo que puede generar una Guerra Mundial. Incomprensiblemente la presidenta de la Unión Europea ha insinuado la posibilidad de que resbalemos en «este nuevo caldero hirviendo». Tendría que dimitir por el mero hecho de haberlo mencionado. Antes de entrar en un conflicto de este calibre, debería hacerse un referéndum y preguntar a los ciudadanos europeos si están o estamos dispuestos a morir por salvar el honor del nacionalismo ucraniano.
Cuantos consideraban que los enfrentamientos eran cosa del pasado, deberían pensar que vamos camino al precipicio. Los EE UU y la UE enfrentados a Rusia y también a China en el tema de Taiwán, inmersos además en la enconada lucha por conseguir la hegemonía mundial, han terminado por generar una Guerra Fría más peligrosa que la del siglo XX. En realidad, es un enfrentamiento entre Occidente y Oriente, como si hubiéramos vuelto a Las Cruzadas. Unida a la locura de Israel con Netanyahu, potenciada por la carrera de armamentos, vivimos el momento más peligroso que ha existido desde la Segunda Guerra Mundial.
Puede pensarse lo que se quiera. Afirmar que Ucrania es un país independiente desde hace mucho tiempo y que nada tiene que ver con Rusia. O como dijo Nikolái Berdiáyev, la historia de Rusia se ha desarrollado en cinco etapas: la de Kiev, la del yugo tártaro, la de Moscú, la de Pedro el Grande y la soviética. O como escribe el historiador norteamericano James H. Billington, en su libro ‘El icono y el hacha’, la más erudita y completa historia de la cultura rusa jamás publicada, Rusia es una historia de tres ciudades: Kiev, Moscú y San Petersburgo. En esta línea Ucrania tendría una identidad histórica tan ucraniana como rusa. En alguna medida, puede que Vladimir Putin cuando la invadió, pensara que Ucrania pertenecía a su imperio y que una gran mayoría de sus habitantes le apoyarían, lo que no le justifica en ningún caso.
El problema actual radica en que la invasión ha dividido totalmente Ucrania donde existen dos pueblos marcados por un odio recíproco e inconciliable. La única forma de terminar este trágico conflicto que difícilmente puede ganar alguno de los contendientes, exigía y exige que Occidente y sobre todo la UE impongan la paz a cualquier precio, aunque nadie esté conforme. Nuestros dirigentes políticos, incluido el propio Pedro Sánchez, debían haber pensado que la primera Guerra Mundial a quien destruyó de verdad fue a Europa en su conjunto.
En el fondo, este no es un conflicto entre dos nacionalismos, sino entre dos potencias nucleares, EE UU y Rusia. John J. Mearsheimer, dice al respecto: «A Putin lo que más le preocupaba era impedir que una alianza militar, dirigida por la mayor potencia del globo, antigua enemiga jurada de la Unión Soviética, pudiera incluir al vecino ucraniano en su regazo. La postura rusa en este asunto puede estar inspirada en la Doctrina Monroe, elaborada por los EE UU en el siglo XX, que estipulaba que ninguna gran potencia, estaba autorizada a instalar fuerzas militares en su patio trasero hemisférico». Era muy peligroso por tanto que Ucrania se convirtiera en un bastión norteamericano en las fronteras de Rusia. Lo sabían Norteamérica, la OTAN y la UE. Podían haber evitado que Putin cometiera su gran error.
Basta pensar la reacción que hubiera tenido EE UU si Rusia hubiera tratado de tener un bastión en las fronteras de Norteamérica, en México, por ejemplo. Podemos retrotraernos a la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Si los halcones del Kremlin y de Norteamérica, si Kennedy y Jrushchov no hubieran actuado con sensatez, posiblemente hubiera desaparecido la civilización.
Los dirigentes europeos que por doquier siguen atizando el conflicto, deberían pensar que el imperialismo norteamericano es tan perverso y ambicioso como el ruso y el chino. Hoy día la sensatez y el pacifismo han desaparecido. Todo ello no augura nada bueno para la Humanidad.
JERÓNIMO PÁEZ
FOTO: a Carta fundacional de la ONU se firmó el 26 de junio de 1945. Foto: ONU/Yould
https://www.ideal.es/opinion/jeronimo-paez-tambores-guerra-nuclear-20240310230328-nt.html