«A propósito del sionismo» por Juan Santaella
Hanna Arendt siempre se opuso al sionismo, al entender que los judíos eran cosmopolitas
En la guerra actual entre Hamás e Israel hemos visto la brutalidad criminal del grupo terrorista, pero también cómo Israel responde bombardeando indiscriminadamente a la población, generando una auténtica matanza.
La creación y el estatus del Estado de Israel ha sido siempre muy discutido, incluso entre muchos judíos, que no vieron claro el sionismo. Este surgió en Europa central, a finales del siglo XIX, gracias al periodista austrohúngaro Theodor Herzl, ‘El Estado Judío’, 1896, quien dio vida a un movimiento nacionalista sionista que proponía un Estado exclusivo para el pueblo judío, en Israel.
El movimiento prendió en muchos judíos jóvenes que empezaron a emigrar y a desarrollar tareas agrícolas. La mayoría venía de Rusia, por su antisemitismo; y, más tarde, a partir de 1930, de Alemania y de Europa, por la persecución nazi. Tras el holocausto, el número se incrementó enormemente.
Para la interpretación correcta del sionismo, son esenciales las cartas que se cruzaron, tras la Segunda Guerra Mundial, dos grandes intelectuales del siglo XX, Hannah Arendt y el sionista Gershom Scholem, sobre todo, a raíz de la publicación, en 1963, del libro de la primera Eichman en Jerusalén.
Gershom Scholem, filósofo, teólogo e historiador, fue un sionista nacido en Alemania, que emigró con 26 años a Palestina, impartió clases en la Universidad Hebrea de Jerusalén y participó activamente en la fundación del nuevo Estado de Israel (1948). Su autoridad intelectual era universal; viajó mucho a Europa y fue presidente de la Academia de Ciencias y Humanidades Israelí. Trabó amistad con Arendt en 1939, cuando ella estaba exiliada en París, donde vivía con su segundo esposo y miles de exiliados más, en la indigencia. Entre esos amigos se encontraba Walter Benjamín, íntimo también de Scholem, que terminó suicidándose en 1940, ante la imposibilidad de cruzar la frontera española.
Arendt emigró a Estados Unidos en 1942 y se llevó con ella las obras de Benjamín que publicó con la colaboración de Scholem. Pero pronto surgirían las contradicciones entre ambos sobre el Estado de Israel. Mientras Scholem era un sionista fiel, partidario de la reagrupación de los judíos; Arendt, sin embargo, se mostraba dura e irreverente, y se oponía a la creación de un Estado-nación judío, pues entendía que los judíos eran cosmopolitas y tenían que repartirse por el mundo para engrandecerlo. Por eso, siempre le extrañó que un filósofo y teólogo de la talla de Scholem se aferrara al sionismo. Para ella, todos los ismos (sionismo, marxismo, nazismo…) son ideologías que impiden pensar y esclavizan a sus seguidores.
Las tensiones más fuertes surgieron a raíz de la publicación, por Arendt, de ‘Eichman en Jerusalén’, muy criticada por Scholem. Arendt le responde: «Lo que le sorprende a Vd. es que soy independiente y no hablo en nombre de nadie sino en el mío propio». Según el filósofo, Arendt mostraba gran desamor al pueblo judío, y pecaba de frivolidad al tratar unos hechos tan dolorosos, pues daba la impresión de que los judíos eran culpables de su propia suerte, al no haber tenido coraje para defenderse, y que algunos líderes judíos habían cooperado ‘de manera involuntaria’ con el holocausto. Ella respondió, con su característica amplitud de miras, que nunca había «amado a un pueblo concreto», y que lo único que buscaba era «comprender» a las personas.
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