Manuel de Falla, el entrañable enfermo que lo apuntaba todo
Una investigación del médico Blas Gil y la musicóloga María Julieta Vega derriba algunos mitos malintencionados sobre la salud del maestro a través de sus cartas
Los epistolarios de Falla son, sin duda, una buena muestra de su carácter y circunstancias. El primero de los que se iban a publicar es el que más se ha retrasado, precisamente por la pésima noticia para la salud global que supuso la covid 19. Pero por fin ha visto la luz la complicación de cartas sobre las cuestiones relativas a la salud del músico, en una edición que incluye el estudio clínico de este por parte del médico y escritor Blas Gil Extremera y que ha coordinado la musicóloga y enfermera María Julieta Vega García-Ferrer.
Como recuerda Paolo Pinamonti, director del Archivo Manuel de Falla, la importancia de este trabajo está en que por primera vez se publican las misivas a los muchos médicos que acompañaron al autor a lo largo de su vida, médicos que acabaron siendo, cómo no, amigos de este, y también que ven la luz de forma ordenada las múltiples anotaciones que él mismo hacía sobre su estado de salud, las listas de medicamentos que tomaba, e incluso unas radiografías realizadas en Argentina durante los últimos años de su vida.
Una época difícil
Como afirma el profesor Antonio Martín Moreno, las cuitas médicas de Falla estuvieron, en parte, provocadas por la difícil época que le tocó vivir. «Siempre se ha hablado de la salud del músico, y siempre aparecían dos patologías relacionadas con él: tuberculosis y sífilis. Ambos rumores perversos son descartados en el libro», comenta. Martín Moreno define a Falla, lejos de la hipocondria, como una persona «de una gran normalidad, con reacciones parecidas a las que hemos tenido hoy, en una época de polarización igual a la nuestra. Su conducta puede ser calificada por algunos como rara, quizá, pero no estuvo motivada por haber contraído la sífilis. Con la vida que Falla llevó, cualquiera podría ser calificado como raro».
La conservación del epistolario se debe a la meticulosidad del músico, que guardaba borradores y copias al carbón de la correspondencia. También a sus descendientes, Isabel y Elena García de Paredes Falla. Candela Tormo y Álvaro Torres han realizado una excelente revisión de este volumen, publicado por la UGR en su colección de Musicología. En total, son 201 las cartas que forman parte de la obra.
Para la investigadora María Julieta Vega García-Ferrer, «Falla es un ser humano que sufre, que se debate entre sus creencias y la realidad, y al final, un pobre anciano débil, pero profundamente lúcido, con un gran corazón con el que ama a su familia y amigos». Asegura que en los diarios íntimos del maestro se reflejan datos como su temperatura, su tensión, cómo le afectaban los cambios meteorológicos, las recetas médicas, los tratamientos… También destaca el hecho de que el músico vivió muy de cerca dos epidemias, la de 1885 y la de 1919, que mató a sus padres. «¡Quién no se va a sentir afectado por estas circunstancias!», señala.
Una víctima más
Vega García-Ferrer afirma con cierta tristeza que la demora en la publicación de este epistolario, por mor de la pandemia que tuvo lugar, precisamente, un siglo después de la que causó la muerte a los padres de Falla, haya impedido que la obra haya podido ser leída por Isabel Falla, fallecida en 2022. Finalmente, señala la excelente relación que el maestro siempre tuvo con sus galenos, y lo agradecido que estuvo a los profesionales granadinos que le trataron.
El médico, profesor y escritor Blas Gil Extremera ha sido el encargado de hacer el estudio clínico que aparece en el libro. Gil comenta que el músico, en sus 70 años de vida, padeció diversas patologías, en parte relacionadas con su estilo de vida. Fumador de tres cajetillas de tabaco al día, era una persona con poco apetito, afectada con frecuencia por la faringitis y consumidor habitual de fármacos. Incluso, sus radiografías hablan de la existencia de un discreto enfisema pulmonar.
«Falla tenía una constitución leptosómica –brazos largos, cuello alto y mentón hundido–, tórax hipoesténico con poco desarrollo muscular, un pulmón más grande que otro. y dificultad para subir escaleras», destaca Gil. Además, afirma que se tomaba la temperatura dos veces al día, lo que ha dado lugar a más de 2.000 registros, algo que el doctor no recuerda haber visto nunca. Aunque era cordial con sus médicos, les evaluaba de múltiples maneras, es decir, les diagnosticaba a su vez: cómo se movían, cómo iban vestidos, cómo era el trato, cómo se expresaban… «Les ponía nota», afirma Blas Gil con humor.
FOTO: El músico, a sus 61 años, ya había desarrollado las patologías que le acompañarían hasta su muerte. FUNDACIÓN ARCHIVO MANUEL DE FALLA
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