Divorciarse, tener aventuras, mudarse… Por qué los 60 son una edad ideal para cambiar de vida
Varios factores se alían para que sea una edad perfecta para dar un vuelco a la vida y emprender tareas pendientes
Unos ya lo han pasado, a otros aún les queda por hacer y el resto, están justo en él. El caso es que nadie se libra. Hablamos de ese momento de la vida ubicado algo más allá de la madurez –un poco antes o después de los 60–, cuando hacemos balance de nuestra vida y nos parece, en la mayoría de los casos, que nos hemos dejado por el camino asignaturas pendientes y sueños sin cumplir. Ponemos así el colofón a la llamada crisis de la mediana edad, que ha empezado años antes, y nos entran las prisas por solucionar todo aquello que no nos convence, aunque digan a nuestras espaldas ese refrán bastante repugnante de ‘a la vejez, viruelas’, como si nuestro cambio fuese ya un indicio temprano de senilidad. Divorciarse, cambiar drásticamente de trabajo, iniciarse en actividades de riesgo, viajar a lugares lejanos, mudarse a otra ciudad… El catálogo de ‘locuras’ es muy amplio. Y todo por haber hecho balance. ¿Por qué nos llega a todos ese momento de revisión?
«Es una necesidad básica en el ser humano. Favorece la autoconciencia y renueva el sentido de dirección. Llevar a cabo este ‘inventario’ vital sobre los logros, los fracasos, la calidad de las relaciones que mantenemos y los sueños por cumplir es también un ejercicio de bienestar mental. Es un modo de darnos cuenta de en qué punto nos encontramos, qué no está funcionando en nuestra existencia y qué cambios deberíamos aplicar para sentirnos mejor con nosotros mismos», apunta la psicóloga y escritora Valeria Sabater.
La experta explica que este fenómeno, aunque nos llame mucho la atención porque resulta socialmente escandaloso, está muy descrito y estudiado por la psicología. El psicólogo Abraham Maslow, en su teoría sobre las jerarquías humanas, afirma que una de nuestras necesidades es alcanzar la autorrealización. Y esta es una tarea en la que resulta esencial llevar a cabo un autoanálisis cada cierto tiempo, «para saber qué (y quién) sobra en nuestra vida y en qué deberíamos invertir mejor nuestros esfuerzos».
A veces, claro, esta criba resulta brutal, deja atónito a nuestro entorno y nos garantiza una avalancha de críticas… No es fácil cambiar de rumbo, porque, además, siempre sobrevuela una pregunta bastante tétrica: ‘¿Ya merece la pena para los años que me pueden quedar?’. «En todo esto, hay un factor que vale la pena tener en cuenta –apunta Sabater–. La longevidad ha aumentado en las últimas décadas, de forma que los 60 o los 65 son casi una segunda madurez, una etapa donde se abren nuevas oportunidades. Ahora mismo tenemos a muchos adultos mayores dando giros extraordinarios a sus vidas con un propósito claro: trabajar en su bienestar. Son personas con una gran seguridad emocional que saben muy bien lo que quieren en estas etapas y no dudan en trabajar en ello. No es la muerte lo que da miedo, sino no estar aprovechando de manera auténtica el tiempo que nos queda».
La edad, el paso del tiempo y el miedo a terminar nuestra vida sin tachar de la lista cosas importantes forman el epicentro de estos cambios ‘tardíos’. Pero también hay circunstancias que nos pueden empujar a reflexiones vitales y giros: enfermedades graves –propias o de personas cercanas–, muerte de seres queridos o notar los primeros achaques que confirman que nuestro cuerpo no es eterno.Son ‘sustos’ grandes y pequeños que nos colocan ante un dilema existencial: ¿es mejor cambiar lo que no nos gusta antes de que sea demasiado tarde o quizá sea más acertado quedarnos como estamos? Es decir, ¿mejor arrepentirse por lanzarse a la piscina en las últimas décadas de nuestra vida o por no haberlo hecho? «Lo cierto es que se han realizado muchos estudios al respecto. Algo que suelen expresar muchas personas que están en el umbral de la muerte es su arrepentimiento por no haber intentado ciertas cosas. Suele pesar muchísimo», revela Sabater.
Una mochila llena
Por tanto, lo ideal, según explica, sería acumular cuantas más experiencias mejor, luchar por los propios sueños y, sobre todo, disfrutar cuanto podamos del aquí y ahora. «En este trayecto todos cometeremos errores, es cierto, habrá cosas que salgan mal y que nos duelan y otras, en cambio, nos dejarán una impronta de felicidad extraordinaria. Vale la pena intentarlo», anima.
Pero, a ver, tampoco se trata de ir de ‘kamikaze’. Así que, para no pegarnos el gran trompazo, es necesaria una profunda reflexión previa que nos va a orientar en un sentido o en otro. «Además, suele llegar una edad en la que, gracias a una mochila llena de experiencias, empezamos a sortear miedos y resistencias para saber a qué piscinas vale la pena lanzarse. Y no es lo mismo dar ese paso con 20 que con 55 o 60», aclara la psicóloga.
Esto le pasa al cerebro
Antes de los 50…
El desarrollo de las zonas dorsolaterales del cerebro, involucradas en el control de la conducta, no se cierra hasta los 25 años. Por eso, antes de esa edad presentamos conductas impulsivas. Pero luego se abren décadas de estabilidad y ‘racionales’.
… y después
El control cognitivo se difumina pasados los 50 años porque lo emocional recobra importancia. Nos dejamos guiar más por la parte del refuerzo, por lo que nos gusta.. Nos damos caprichos y perdemos miedos.
Salir o no salir de la zona de confort, he ahí la cuestión
«La zona de confort es ese lugar acolchado donde nos sentimos seguros y cómodos, pero también es donde corremos el riesgo de estancarnos. A medida que cumplimos años, el cerebro tiende a resistirse a los cambios, como si estuviera programado para mantenernos en nuestra rutina conocida», explica María Padilla, fundadora de Capital Psicólogos..
Según explica, hacer balance a ciertas edades «es un privilegio, aunque a menudo viene acompañado de una dosis de ansiedad que es más o menos asumible en base a las consecuencias y/o condiciones traumáticas que acompañen a ese cambio, por eso lo mas fácil, a según que edade,s es no tomar la decisión», apunta. Ojo, lol más fácil, no lo mejor. Son cosas distintas. Padilla afirma que la brecha entre los objetivos de vida planteados y los objetivos de vida conseguidos puede generar un impulso poderoso hacia el cambio. «Pero aquí viene la parte difícil: ¿cómo dar el salto cuando nos sentimos atados por nuestras propias limitaciones, ya sean reales o autoimpuestas? El arrepentimiento, ese compañero de viaje no deseado, nos recuerda que no hay garantías en la vida. El arrepentimiento está en las dos alternativas: hacer el cambio o quedarte en la zona de confort. La única forma de averiguar qué hay al otro lado del cambio es dar el paso, pero eso significa enfrentarse a un proceso de adaptación que, en general, no es agradable», advierte. En última instancia, resume la experta, se trata de «sopesar el costo de quedarse quieto frente al potencial de alcanzar nuestros verdaderos deseos pero dentro de una incertidumbre a corto plazo».
Hay una edad crítica de los 50 a 60 años en las que una decisión de divorcio, cambio de ciudad, la puesta en práctica de un deporte (no diría de riesgo) o un cambio de trabajo «con cierta seguridad» sin ir de la mano de locuras y desde la reflexión sí se pueden afrontar y disfrutar de ese evolución deseada y elegida. A partir de los 60 se establece una ley «mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer» . Hay otro factor que no debemos olvidar, la maduración: Los errores son más asimilables cuando eres más joven, tienes más capacidad de equivocarte porque tus reflejos de afrontamiento son más activos. A medida que cumplimos años, evidentemente el error está permitido, pero la experiencia de los años no nos deja hacer tantas locuras porque existe una relación inversa con el cumplimiento de años.
El mejor consejo: Equilibrar la emoción con el cerebro, siempre nos dará más preparación para el desafío. Sopesar el coste desde la reflexión pero también escuchar al corazón. Lidiar es entrenar un avance y afrontar con éxito impulsos de cambio vitales que viene con enfermedades, impactos de vida, con muertes de seres queridos que implican decisiones importantes. Cuando te embarcas en ese salto sabes de donde sales pero no sabes cómo te irá, es el llamado factor incertidumbre el cual hay que manejar y tolerar. Es bueno acudir a un profesional que te guíe de los pasos que te irás encontrando, te dará seguridad. En resumen: tirarse a la piscina, no de cabeza, si no… con cabeza.
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