¿Eres un padre o una madre ‘quitanieves’?
Evítalo. Aunque no lo creas, no es bueno ni para tus hijos ni para ti.
David McCullough junior es un escritor y profesor de Literatura norteamericano que en 2015 publicó un libro titulado ‘Tú no eres especial y otras palabras de aliento’. En él usó un término que ha hecho carrera, el de ‘padres quitanieves’. Se refería a aquellos padres y madres que se desviven para ponérselo todo en bandeja a sus hijos, desde hacerles los deberes, ponerles el bocata cuando ya tienen edad de hacerlo ellos mismos hasta intentar protegerlos de cualquier circunstancia que, por nimia que sea, entiendan que les pueda causar un trauma casi irreparable. ¿Se reconocen? Si es así, sepan que eso no es bueno ni para sus hijos, a los que está sobreprotección convertirá en dependientes e inseguros, ni para ustedes mismos. Se frustrarán porque es un imposible y se olvidarán de sus parejas, que también existen.
«Sobreproteger equivale a inutilizar. Los padres ‘quitanieves’ son fábricas de niños inútiles», asegura Enric Soler, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). «El aprendizaje por ensayo y error es imprescindible. No podemos pretender que un niño crezca de forma saludable sin permitirle equivocarse, enfrentarse a retos, dificultades o situaciones que son más dolorosas para los padres que las observan que para el propio niño», añade.
La razón de que hoy en día muchos padres caigan en este error son varias. Una son los propios miedos de los progenitores, que ven todo tipo de peligros acechando a sus pequeños a todas horas. La reacción es sobreprotegerlos, como si fueran un jarrón chino de la dinastía Ming. «La sociedad actual se percibe como más insegura. Y aquella cuestión tribal o de pueblo, cuando todos cuidábamos un poco de todos y bajar a la calle no era un peligro, porque la vecina de enfrente o el señor de la tienda también echaban un ojo, ya no se da en la ciudad», apunta la psicopedagoga Sylvie Pérez, de la misma universidad.
Niños miedosos y alérgicos a la frustración
Otra razón es la falta de tiempo. No nos dan las horas del día para hacer todo lo que tenemos o queremos hacer. Y si los niños tardan en hacer los deberes, los padres, siempre con prisa, se los hacen para pasar rápidamente al siguiente punto de la agenda. El inglés, el karate, la natación… lo que toque ese día. Sin embargo, la principal razón es, según Soler, la ansiedad, que «se ha convertido en el trastorno más generalizado de nuestra sociedad».
El trabajo, la hipoteca que sube y sube, la cesta de la compra que también, la eterna misma rutina del día a día… Todas suman para hacer una gran bola de nieve que los padres tratan de manejar intentando que la vida de sus hijos sea un camino de rosas. Algo así como mejor sufrir nosotros que ellos de una forma muy enrevesada porque no es así. «Es más fácil sobreproteger al niño que enfrentarse a retos propios de los adultos», apunta el psicólogo.
Habrá padres quitanieves que a estas alturas sigan pensando que lo están haciendo bien y que sus hijos lo merecen todo y más. Esto último puede ser así, claro, pero no debería incluir no dejarles hacer nada por sí mismos. Quizás cambien de opinión viendo lo que realmente consiguen. Porque el resultado, dicen los expertos, son niños miedosos al heredar los temores que se le transmiten – «Si tengo miedo de algo y hablo de ello como amenazante, mi hijo, para quien eso mismo podría ser algo neutro, acabará viéndolo seguramente como amenazante», dice Pérez–; inseguros y dependientes al no ser capaces de hacer nada solos, y alérgicos a la frustración. No es el fin del mundo que nuestros pequeños intenten hacer algo y no les salga a la primera, a la segunda o a la tercera. Es un berrinche pasajero que debe servirle de aprendizaje.
Un punto de equilibrio
«Si evitamos constantemente que hagan las cosas y les salgan mal porque no les hemos ayudado, no serán autosuficientes. Necesitan equivocarse para ser autosuficientes. Tienen derecho a pasar por una frustración para experimentarla y poder aprender de ella».
No solo eso. Los propios padres también se ven perjudicados por ser sobreprotectores. Se acabarán frustrando porque se han autoimpuesto una tarea imposible, como un quitanieves no da abasto frente a una tormenta de grandes dimensiones, y porque centrándose en sus hijos se olvidan de que tienen una pareja.
¿La solución? Ni pasarse de autoprotectores ni dejarles hacer todo lo que quieran. Promuevan su autonomía, enséñenles a gestionar los problemas por sí mismos y dense un respiro. Es como cuando se les enseña a andar en bicicleta. De los ruedines se pasa a llevarles sujetos del sillín para, al final, dejar que vayan solos. Seguramente se caerán algunas veces, pero lo superarán y acabarán aprendiendo. Pueden empezar por algo sencillo como no hacerles la mochila todas las mañanas. Son muy capaces por sí mismos.
FOTO: HIGINIA GARAY
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