«FEDERICO Y ALLEN» por Remedios Sánchez
El tiempo tiene unas gafas de acero que traspasan el corazón del sueño y lo interpretan, que van sobre él como quien galopa con un caballo salvaje sin rozar jamás el suelo; así, de esta manera, con su traje gris y su ancianidad perpetua, el tiempo va sobrevolando instantes, cruzando aires en las amanecidas de las choperas de la vega, atravesando crepúsculos de rojos infinitos, atrapando los copos de la nieve antes de que despierten al hombre, a la mujer, al niño que viene con los ojos cargados de inocencia. Sabe bien que el sueño nos salva; que ahuyenta añoranzas, desencantos, ausencias repentinas, el dolor previsible de quien se arriesga en el juego de vivir. Esto sucede en las obras de García Lorca, del Federico que posee un establo de oro en sus labios, que es de todos cuando se eleva entre las gentes cada cinco de junio para celebrar su cumpleaños.
El misterio perpetuo de su nombre (entre los juncos y la baja tarde, / ¡qué raro que me llame Federico!) canta una canción de cuna y abraza al premiado en cada edición con el Pozo de Plata que es el mayor regalo que se le puede otorgar a un lorquiano verdadero. Y este año el galardonado ha sido el maestro Allen Josephs. Como la memoria puede ser esquiva hay que traer aquí que, Allen, ya convertido en un amigo de gestos recios y palabras claras, fue quien nos abrió las puertas del ‘Romancero gitano o ‘La casa de Bernarda Alba’ a varias generaciones de niños con las ediciones de la editorial Cátedra donde, junto a Juan Caballero, analizaba el hombre/símbolo que es Federico.
A saber: el hombre que fue capaz de retratar las pasiones humanas que había conocido en las canciones o en los romances de cal, verde musgo, silencio y agua que a veces se estanca, las que habitan en los rincones oscuros del alma, con la precisión de una fotografía a color; pero también el símbolo de la tragedia fratricida de casi un millón de muertos, la sangre de todos los asesinados que se bebió la tierra en la España brutal de la Guerra Civil.
Lorca, el pequeño amigo del viento Oeste que quería dormir el sueño limpio de las manzanas, fue asesinado por los caminos del alba un 18 de agosto de 1936 y eso hay que saber contarlo sin que implique levantar de nuevo a las dos Españas, otra confrontación de odio y rencor en quienes se acercan para conocer al más heterodoxo de nuestros poetas desde la patria que es la infancia. Lo cual que, Allen, un norteamericano de risa franca y mano tendida que vino a descubrirse en los paisajes peninsulares, acabó por encontrarse a sí mismo en nuestras esencias y ha dedicado cincuenta años a desplegar el universo lorquiano como un mapa de sentimientos y pasiones hondas que se alza ahora delante de nosotros. Tanto esfuerzo, tanto entusiasmo por decir Federico y que su genialidad acariciase la ternura párvula de lo que fuimos había de tener recompensa: este pozo chico de argenta que es como una luna creciente, que se vuelve inmenso como muestra de afecto, de respeto y de admiración. Un pozo que es parte de la leyenda del tiempo de García Lorca. De esta leyenda de la que tú ya formas parte, Allen.