21 noviembre 2024

Venir a estas alturas diciendo que ya lo avisamos es casi improcedente.

Cuando se le da opción a quien tiene más armas que manos puede ocurrir cualquier cosa, incluso que intente matar a su líder, el mismo que después disparará verbalmente contra su oponente político, porque su tupé es de más calidad social que su cerebro. Qué podemos esperar de una sociedad, la moderna actual, que ve con buenos ojos cómo se apalea un muñeco que representa a un presidente de gobierno. Nadie hace nada, sirve de mofa y alienta el todo vale.

Luego pasan estas cosas, son los resultados de las palabras violentas, de los extremos llevados a la gente sin considerar la racionalidad de hechos y palabras. Las gentes que esgrimen la violencia en público, que igual en privado incluso ponen caritas de osito o felpudo, se van apoderando de la calle, escondidas entre la muchedumbre, amparadas en anonimatos con escocidas conciencias porque saben que ese no es el camino, incluso golpean sus pechos, no al estilo de King Kong, sino en señal de constricción. Hace un par de meses denunciamos aquí mismo un hecho vergonzante, el de dos jovenzuelos que tiraron en jornada electoral del cordón que sostenía la tarjeta identificativa del PSOE a una apoderada que iba delante de ellos por la calle a la par que la insultaban, una señora septuagenaria que caminaba apoyándose en una muleta.

No pasó nada, estas son las cosas que ocurren cuando el radicalismo es alentado desde quienes tienen altavoces públicos, y es que los descerebrados entienden que todo el monte es orégano y sacan sus vicios a pasear, ya sea con rifles, con palos, con las manos o con la palabra ante un micrófono. Todos somos un poco culpables, pero todos no somos igual de culpables.