«PREGÓN DE FIESTAS DE ATARFE 2024 » por Ángel Fernández
Hace ya muchos años que la Gacetilla y curiosidades elvirenses de José Enrique Granados había pedido que Ángel Fernández fuera el pregonero de nuestras fiestas. Anoche se hizo realidad y tal como lo pronunció nos lo envió a distintas publicaciones. Mirador de Atarfe, como los pregones anteriores, lo publica y le agradece a Ángel su entrega y buen hacer por Atarfe
Atarfeños y atarfeñas, buenas noches:
Antes de nada, quiero agradecer a la Corporación Municipal la oportunidad que me brinda de pregonar las Fiestas Patronales de mi pueblo, a las que con tanto cariño me he dedicado durante estos últimos años. Estoy muy orgulloso de estar hoy en este balcón. Gracias!
También quiero agradecer la presencia de las familias y de los amigos que nos acompañan esta noche, pues es muy grato sentir su cariño y su aprecio. No encuentro palabras más grandes para agradecer su afecto que estas: Muchísimas gracias.
También quiero rendir un efusivo y evocador recuerdo a un estimado amigo que estoy convencido de que hoy estaría en esta plaza si la enfermedad no le hubiera arrebatado la vida antes de tiempo: hablo de Manuel Pérez Molina, Manolo el “Ruso”, atarfeño de pro, persona sencilla, humilde, cordial, amable, y muy buena persona. En su nombre, quiero mostrar mi cariño y respeto a todas las personas que durante este año se han ido al cielo infinito del recuerdo, como José Manuel González el “Hueso”. Nos acordamos de todos vosotros.
Dicen que la parte más difícil de un discurso es el inicio, y yo lo tengo muy difícil, dado que en años precedentes, por este balcón han pasado personas brillantes, formadas, de fácil verbo y mejor escritura, que con sus bellas palabras han repasado, comentado, y recordado cada estampa, cada rincón, cada anécdota, cada aspecto emocional y sentimental de sus vivencias y experiencias vividas en este, su pueblo.
Así que mejor será hablar con el corazón abierto. Echar mano de la memoria, siempre flaca y soñadora. Escarbar en el olvido. Despejar la bruma de los paisajes, de las voces escondidas, recuperar imágenes que andan desperdigadas entre las hojas del calendario. Retroceder a ese territorio del recuerdo con geografía propia que es la niñez.
Mi infancia también son recuerdos de un patio, un patio con una higuera, unas parras, y un pozo. Recuerdo la mecedora desvencijada de mi abuela, la abuela que no envejecía por muchos años que pasaran, siempre estaba muy vieja!. El tinao con su olor agrio, sus nidos de golondrina, la marranera, el saco de picón, la leñera llena de pabilos de las panochas de maíz, las ristras de membrillos, melones y los caquis colgados en las vigas. La alacena con el bidón de latón lleno de aceite. El saco de terrones de azúcar. La miel de caña para las gachas de cuscurrones, la miel de abeja, el manojo de manzanilla que servía para todo los males. La mezcolanza de olores creaba una atmosfera rancia con sabor dulce y un color gris de inofensiva pobreza. Nuestra vida de aquellos días trascurría por las calles Colón, Reyes Católicos y Sevilla. También por los dos nogales. La Acequia del Camino de Albolote, que serpenteaba con leves ondulaciones para acomodarse al terreno. A lo lejos los cortijos del Tiznao, Pirrángano y Vista Alegre. Y aún más lejos la Canterilla, la Emita de los Tres Juanes, que nosotros le decíamos el castillejo.
Para tranquilidad de no sé quién, había un mantequero que nos quitaba las mantecas, “menudo trabajo”, también andaba por ahí Tío del Saco. De este malvado nos defendía Pepe el Pirrángano, un vecino que era guarda rural, que siempre cargaba con su enorme carabina y una canana en bandolera con cartuchos de sal, que aunque nunca disparó, él decía que siempre tiraba a dar.
Las eras fueron, para muchos niños de la década de los sesenta, un rito de iniciación a la aventura. Un cuento de hadas, una visita guiada a un parque natural. Separadas por altos balates de tierra y piedra, en los que crecían los cardos, las ortigas, los jaramagos y el matorral, que servían de medio para lagartos y bichas. Se disponían como terrazas escalonadas atravesadas por veredas que terminaban en el Camino de Albarrate.
En los veranos se trillaba el trigo y en los otoños se secaban las panochas de maíz y los troncos de tabaco, y los pabilos que se utilizaban para encender el brasero y para las chimeneas. Apenas había basura, en aquellos años se aprovechaba todo.
Algunas tenían su nombre: “la Era perdía”, “las Dos Eras”, “la de Encima del terrizo”, “la del Terraplén”, “la Era Chica”, “la Era Baja”, había alrededor de veinte eras, todo lo que ocupa hoy el barrio de Santa Amalia.
El terrizo era un islote de tierra entre las eras de piedra. Aunque no tenía una gran dimensión, sí se prestaba como un extraordinario campo de futbol. Cuántos recuerdos se pierden y de repente aparecen. Veo jugar a Fidel Castillo, a Filistro, a Rivas, al Sevillano, a Indalecio, a Adolfo el “Herrerillo”, y a un chavea que con el tiempo se convirtió en figura: Luis Fernando Moreno, “Luisfer”.
Y en las Dos Eras jugaban Pepito Moya, Cecilio “el Chirlo”, mi Jesús, Antonio Díaz, Manolo Castro, los “Herrerillos” Paco y Luis – es que había muchos “Herrerillos” y todos jugaban muy bien-, Manolo el “Ruso”, Miguel el “Corniz”, Antonio Ballesteros el “Chico el Lechero”, todos siguiendo los pasos de jugadores como Gerardo Jiménez y Pepe Santisteban, que dejaron su impronta en el fútbol atarfeño.
Los días avanzaban muy lentos, todo tardaba en llegar y todo se repetía. Los gusanos de seda, la morera. Las flores a María que madre nuestra es. La ropa nueva para los días de función. La misa de los domingos, perdona a tu pueblo, perdónalo señor. El “pelao” para la Primera Comunión, en el Solana, Miguel el “Pelucas”, Arsenio el “Niño Cachas” o Paco Peluqueros. Y las niñas, a Las Contreras, a la Pura o a la Josefina Fernández.
El cielo azul brillante de las mañanas de verano, siempre taladrado por el vuelo excitado y nervioso de los vencejos, que con su pitido chirriante anunciaban las esperadas fiestas de Santiago y Santa Ana. Alegría, luces, farolillos del Tío Pepe, los gallardetes, ropa nueva, columpios, algodón dulce, los dulceros con sus casetas de turrón, la tómbola, la procesión.
La Procesión de Santa Ana me devuelve un eco de dulzura, un bálsamo de ternura, me recuerda al niño que fui y lo lejos que estoy de él.
Yo bajaba con mi madre, mi hermana y mi tía Encarna a la calle Gozálvez, a casa de unos familiares, para ver pasar la Procesión. Sentados en unas sillas de anea esperábamos su llegada. La brisa calurosa traía el repicar de las campanas, el olor a pinchitos morunos, a calamares fritos y a churros de Ana Rueda la “Triana”, mezclados con el aroma del incienso.
Se acerca el desfile. Silencio, solemnidad, la música de la banda, la imagen de Santa Ana iluminada con cientos de velas. El fervor, la devoción, los labios de mi madre en forma de rumor, de murmullo, la exaltación de fe en un rostro de súplica.
“¿Qué le pides?” pregunté. Una respuesta fácil, humilde y sencilla. “Que no os pongáis malos, que no os pase nada, que seáis buenos, que tengáis buenos amigos, que os quiera la gente ….”
Nada y todo, un mundo de esperanza, un ruego de fe y de amor, una súplica de cariño. Así vive Santa Ana en el alma de los atarfeños.
Después el castillo y a esperar la feria de septiembre. Mientras tanto, el verano y su calor inclemente, la poza en la acequia para bañarnos. Las chicharras, los juncos, los berros, las libélulas y los insectos patinadores. La siesta interminable de las tardes calurosas, el zumbido de las moscas, la pistola “Flit”. El pan con aceite y azúcar, la bombillas en las esquinas de la calle donde se amontonaban las salamanquesas. El ulular de las lechuzas que anunciaban un fallecimiento y, además, se bebían el aceite de la iglesia.
Estaban los juegos de las tardes, cuyas reglas no recuerdo. Estaba el juego del “churro, pico, terna”, “los hoyos”, “las bolas”, de las bolas sí me acuerdo: primera, segunda, chito, bonito, matute y hoyo. “Policías y ladrones”, “el pañuelo”, “el marro”, el de las tapas de las cajas de “mistos”, que llamábamos “los santos”, “la rayuela”, “la comba”, los cromos, la lima, “la cheta”, y la temeridad de las bombas de carburo. Y en las cortas tardes de invierno, mesa camilla, brasero de picón y juegos reunidos Geiper, todo un lujo.
Estaban los amigos de la calle, los amigos de la escuela, los zapatos gorilas, que había que domarlos, las zapatillas la Cadena o las Tórtola, con sus molestas rozaduras, el balón de Curtis. El cine Benítez, el cine de verano, la plaza de toros portátil en las Dos Eras, y las guerrillas a pedrada limpia contra los de la Cañada. Las Madres del Rao, la del Caballo, el Canal de los Quintines, las “alameas embotas”, el agua helada donde muchos niños aprendieron a nadar, las alfalfas y su plaga de chuises. Las trampas y las perchas de zorzales.
Las Escuelas Nacionales, el Colegio de las Monjas, la escuela de la señorita Anita Pozo, la de Don Octavio, la de Don Onofre, la de Don Jesús, el mapamundi colgado en la pared, el cuadro de Franco, el olor ácido de los lavabos, el recreo, el vaso de leche en polvo, el ángelus. El terror al niño que te puede, el olor denso a niño sin lavar. Los ejercicios espirituales. Dios ha creado el mundo y ya está.
Los farolillos de melón zocato, los cuentos de fantasmas, el de Don Juan Tenorio y los muertos que aparecen por las paredes, mi miedo, el miedo al infierno, los tebeos, el Capitán Trueno, El Jabato, Bengala, Sandokán, Mortadelo y Filemón. La quema de los últimos rastrojos, olor a otoño, el hule de plástico con el mapa de España. Las majoletas y su cerbatana, que anunciaban la feria de septiembre.
Las sirenas de las fábricas!!!. Las sirenas de las fábricas me traen un recuerdo de solidaridad. Somos un pueblo solidario, lo vivimos el año pasado. En la década de los sesenta los trabajadores de la fábrica la Vega y la Alcoholera, cuando cobraban, en un acto de grandeza digno de alabanza, realizaban una colecta para ayudar a las familias de Atarfe que por diversas circunstancias, como enfermedad del cabeza de familia, se encontraba económicamente en apuros. No había significación, ni protagonismo, ni relevancia. Sencillamente solidaridad y generosidad.
Y hablando de generosidad, aprovecho también para reconocer la de los tenderos, panaderos, lecheros, y demás pequeños comerciantes, que con su libreta, y apuntando la deuda, ayudaron a salir adelante a muchas familias.
Estaban también las tabernas, con el humo del tabaco, con el serrín húmedo en el suelo, el juego del pellejo, el olor rancio a vino peleón. La cuartilla de vino en el “Coco”, en el “Niño la Julia”, el quinto en el “Peña” o en el “Volante”. Y la eterna pregunta de por qué le decían “La Tienda la Esquina” cuando siempre estuvo en mitad de la Calle Real. Antoñito Sánchez lo sabe.
El grupo Realidad y sus canciones, los pelos largos. Y con las melenas llegaron los vaqueros, los pantalones de campana, los zuecos, la Junquera, la Holiday y el Mesón Don Manué.
Faltan muchas pinceladas y también puedo estar aquí hasta mañana, así que devolvemos los recuerdos de niñez y adolescencia a su baúl, a la espera de que otro día alguien los rescate. Estoy convencido de que estas vivencias atarfeñas dan para cientos de relatos.
Hablar de las fiestas también es hablar de cultura. Teatros, conciertos, cabalgatas, Carnavales, actividades infantiles… Y cuando surge el recuerdo, inevitablemente hay dos figuras que aparecen en el escenario: Fuencisla Moreno y este que os habla, que durante muchos años planificaron, programaron y organizaron infinidad de actividades culturales y festivas para todos los atarfeños y visitantes. Un trabajo humilde, constante, tenaz, perseverante. Ha sido un privilegio participar en tantos eventos que suscitan emoción en la memoria de nuetros vecinos. Quiero desde aquí dar las gracias al equipo del Centro Cultural Medina Elvira por su entrega y compromiso durante todo este tiempo: a José Luis Chamorro, Víctor Rueda, Francis “Ramión”, David Rajoy y Jose Prieto, y a nuestra entrañable bibliotecaria, que ha compartido con nosotros este viaje: Pilar Fernández Almenara.
Doy ahora un salto en el tiempo, pues para mí es inevitable hablar de Radio Ilíberis, que ha cambiado mi apodo de Ángel el de la Ceniza, por el de Ángel el de la Radio.
Me traslado a marzo del 87, cuando Manolo Codina, por aquél entonces Concejal de Cultura, ideó una radio municipal y con ese objetivo se organizó un grupo de jóvenes que comenzaron la aventura. Cuanta ilusión!!! Cuanta energía!!! Cuanta creatividad!!! La radio propició en aquellos jóvenes la necesidad de buscar más formación, más conocimiento, con el objetivo personal de realizar programas con sentido, dignos, de nivel. Radio Ilíberis abrió las puertas al respeto, a la diversidad, a la reflexión y al debate. Fué, durante varias décadas, un hervidero de locutores y un punto de encuentro de amigos.
Vaya mi cariño y mi abrazo a Mario Casado, y su “Música para el recuerdo”.
A Miguel y Jesús Rosillo con su “Atarfe deportivo”. Cuantas peripecias para retransmitir los partidos del Atarfe Industrial. Impensable visto desde este tiempo. Miguel con un rollo de 150 metros de cable de teléfono para poder conectar y narrar en directo los partidos. Toda una odisea.
Y a Francis Lucena, siempre en el control.
En Radio Iliberis brotaron infinidad de iniciativas:
- El Atarfe Vega Rock con el empuje de Víctor Rajoy y Paco Alijarte y su programa “Diablo Latino”.
- La carrera nocturna, con Manolo Gordo y Manolo Campos.
- El Festival de Jazz en el Lago, con Carlos, el policía municipal.
La carrera por montaña con José Manuel Peula y Rosa Cervera, cuantas alegrías, y también algunos malos ratos. Cuanto trabajo por Sierra Elvira, con la máxima de acercar nuestra sierra a los atarfeños, pues siempre hemos pensado que si conoces la sierra, la quieres y la cuidas. Qué pena que la barbarie desoladora de la ignorancia ha calcinado nuestra Sierra Elvira!!! Manolo, Paquillo y Rodolfo, cuantas horas balizando la sierra y las calles para las carreras!
José Luis Alcuace y su lista “Hit 25”, más de veinte años en antena todos los sábados, y ahora, presentador generoso de todas las actividades programadas en Atarte.
José Miguel Díaz y sus carismáticos monográficos de grupos nacionales e internacionales.
También es obligado reconocer el trabajo y colaboración de Óscar Granados, Pepi Téllez, de Susana Marruecos, de los hermanos Vaquero, de Enrique Reyes, de Mariángeles Martín, de María José Maldonado, de Mariana y su mariposa azul, del Curri, de Pepe Herrera, de Paquillo Navarro, de Jerónimo, de Emilio, de Sonia Casado, y de mi sobrino Javier, mi rémora cariñosa, y un largo listado de amigos y componentes que tuvieron un empuje transformador en la juventud de Atarfe.
La radio sigue, se acerca a los cuarenta años en antena, nuevos tiempos, nuevas fórmulas, nuevos rumbos, y así, como la vida, la radio continúa.
Si la radio ha sido importante en mi vida, qué decir de mi familia. De toda mi familia. Lo noble, lo sensato, lo agradecido, el deseo de superación, el equilibrio emocional, todo se lo debo a ellos. A mi mujer y a mis hijos, gracias por hacer que la vida sea tan bella. Ahora, la familia ha aumentado con una princesita llena de energía y alegría, que es un encanto, mi nieta Daniela.
Hablo de mi nieta e inevitablemente pienso en el futuro. A muchos de los niños de los setenta se nos pedía como un logro obtener los estudios primarios o la EGB. Hoy hace falta que cada joven tenga una carrera universitaria, y si puede ser dos, mejor. Es imperativo más conocimiento, más educación, porque el futuro siempre viene con sorpresas y es necesario estar muy preparados para poder encontrar las respuestas.
Precisamos mucha cultura y mucha formación para defender y mejorar todo lo conseguido. Somos un pueblo cada vez más culto, un pueblo trabajador, un pueblo educado. Hay profundas razones para creer que estamos en el buen camino. Solo con mirar al pasado con mente clara, objetiva y sin grumos, entenderemos que no estamos equivocados. Hay que seguir trabajando para desarrollar más razonamiento, más claridad autocrítica y más sentido común, hay que seguir preservando lo que hemos conseguido, pues hay tan poca gente que lo ha tenido antes ….
Atarfe es un hermoso lugar para vivir, aunque a veces tengamos que decir todo lo contrario. Cuando pienso en el enorme trabajo de tantas y tantas personas que se esforzaron y se esfuerzan por tener un pueblo como este, en los sudores que les costó a nuestros abuelos y padres que tuviéramos una buena educación, porque querían lo mejor para nosotros, cómo no estar agradecidos por todo ello, cómo no estar agradecidos por los valores que nos inculcaron: respeto, generosidad, la convivencia, paz. En estos días de fiesta hay que compartir risas, alegría, abrazos y recuerdos, pues es la mejor forma de decirles, estén donde estén, que sus esfuerzos merecieron la pena.
Ahora, cuando la fiestas reclaman nuestra atención, ha llegado el momento de callar y a mí solo me queda daros las gracias por vuestra atención y desearos
Salud, amistad y alegría, y
FELICES FIESTAS