22 noviembre 2024

Una definición del carácter patrio es la que muestra al individuo que al entrar en una rotonda acelera para mostrar sus potencias, evitar que los otros se le cuelen y apurar a tope mientras los demás contemplan el justo instante para entrar en esa guerra de unos segundos.

Y así, usted llega a la fila que aguarda con tortícolis y aspavientos, juzgando la capacidad ajena de penetrar ya, colarse, acelerar a tope mientras se escucha el pitido de quien está dentro, como amo absoluto de ese asfalto en el que nadie puede osar pisar mientras él lo recorre acelerando inmisericordemente. Y al fin le llega su turno y observa el transitar a doscientos por hora, por el carril de la derecha, a esos matasuegras que impiden que nadie más circule, dando giros de casi 360 grados pegaditos al borde exterior y a toda pastilla.

Y al fin usted penetra, y en ese mismo momento se oye una pitada infame, se intuyen unos alaridos de perro rabioso generados por su osadía de entrar en ese círculo donde los velociraptors se juegan su honor al impedir que nadie más consiga circular. Las rotondas, estos ingenios del tráfico que son inauguradas como grandes avances circulatorios, en las que casi nadie conoce cuál es su espacio una vez dentro, pero en el que la inmensa mayoría va como alma que lleva el diablo con velocidades absurdas mostrando insolidaridad, falta de educación y desconocimiento de las normas básicas del tráfico. Parecen inventadas por el enemigo para mostrarnos lo idiotas que somos. Como el mundo político mismamente en su entrar para ni salir ni dejar que otros entren, establezca los paralelismos.