10 noviembre 2024

Creativa

Si hay un recuerdo que como ningún otro me acerca al septiembre de mi infancia es, sin dudarlo, el olor a libro nuevo.

Atrás quedaba el verano y la vuelta al cole traía la ilusión de estrenar libros, cartera, plumier o estuche, aunque a veces no siempre fue así.

Se apuraban las hojas de las libretas del curso anterior porque las mañanas de verano de once a doce y de lunes a viernes mi hermana mayor, Mari Trini, improvisaba en el patio de la casa una escuela bajo un toldo hecho con los sacos vacíos del azúcar  con la que elaboraban mis padres riquísimos helados artesanales.

Y allí bajo aquella sombra  repasábamos cuentas, caligrafía, ortografía-qué cantidad de dictados madre mía- leíamos en voz alta y hasta algún que otro dibujo daba fin a las hojas de la usada libreta. No sé por qué  pero un caracol de largos cuernos  que terminaba en unos enormes ojos era mi dibujo favorito y junto con la palabra fin la libreta estaba lista.

Era mi hermana quien nos forraba los “heredados” libros con papeles de colores y repasaba estuches y carteras para ver qué teníamos que comprar en la librería de Bailón en la “Calle Nueva”, curiosamente el mismo lugar en donde mi padre  compraba la leche para sus helados de producción propia.

Yo estrenaba cada año un nuevo estuche después de que vinieran los Reyes Magos porque mi tía Cándida, hermana de mi padre, que regentaba junto a su marido, mi tito Pepe, en verano una heladería y en invierno una papelería-juguetería en Marbella, me traía uno por aquellas fechas- qué pasada de estuche, cuarenta y ocho colores y doce rotuladores además de escuadra, cartabón, semicírculo, regla, goma., sacapuntas, tijeras y compás- . Cada vez que lo abría una amplia sonrisa iluminaba mi carilla.

A mis hermanos sí les compraban carteras nuevas, yo no quería porque  prefería las “reliquias”. Recuerdo ir al colegio con una cartera de lata color rosa que mi abuela materna tenía guardada porque alguien se la dio. Me encantaba. Otra vez llevé una pequeña maleta de madera que había pertenecido a alguno de mis tíos, hermanos de mi madre. A mi hermana le daba vergüenza y le pedía a  mamá que no me dejara ir con semejante artilugio al cole.

Pasaron  pocos años y los libros “heredados” dieron paso a los esperados libros nuevos que comprabas en la librería  Bailón o en la librería Díaz en donde te los forraban dejando de hacerlo por el trabajo que ello tenía  y  en su lugar  te regalaban por la compra de libros,  el forro y el “Fixo “para que lo hicieras tú en casa.

Mi hermana pasó el testigo  a mi hermano Fernando quien para librarse de la ardua tarea de forrar los libros nos enseñó a hacerlo.

 Nunca olvidaré la primera vez que forré mis libros con aquel forro que tenía pintadas mariposas de colores. Ni tampoco olvidaré el característico olor a libro nuevo que invitaba a pasar sus hojas con cuidado  mientras te impregnabas de tan inolvidable aroma.

Un corazón de guitarra quisiera para cantar lo que siento”

(Alberto Cortez)