La calle Euskadi de Atarfe pide ayuda para Prieto, su vecino con síndrome de Diógenes
Los residentes lidian desde hace tres años con problemas de convivencia, mientras el afectado asegura que esta vez limpiará su hogar
Rodeado de inmundicia, entre basura y atosigado por las moscas pasa Prieto las horas en un hogar inhóspito. «No pido compasión, pido comprensión», dice a sus 72 años de edad. Padece síndrome de diógenes. Después de ocho años encerrado por depresión, salió un día de casa para empezar a acumular colchones y chatarra entre esas mismas cuatro paredes que escrutaba a diario en soledad. Hace diecisiete que sufre problemas de salud mental, según explica a IDEAL, y en los últimos tres la convivencia se ha hecho insostenible para sus vecinos de la calle Euskadi Miguel Márquez en Atarfe. El hombre asegura que en la última semana ha comenzado a quitar de en medio los restos que custodiaba con ahínco, pero los habitantes temen que el problema se repita en un nuevo «círculo vicioso».
El síndrome de diógenes y el trastorno por acumulación es un asunto que hay que abordar por distintos frentes para poder atajarlo. El cuidado personal, la higiene, la limpieza a fondo de la basura acumulada, la atención social y psicológica son fundamentales para que los que sufren la dolencia no recaigan.
En Atarfe están desesperados. No saben ya cómo ayudar a Prieto. «Ha sido un hombre pacífico, amable, muy tranquilo. Un buen vecino que echaba una mano en lo que podía», resumen la treintena de residentes que comparten zona y acera con él.
Con la acumulación de basura, el conflicto empezó a escalar. Han aguantado tres años hasta que han sacado a la luz la realidad en su calle. Otras alternativas no han servido.
«Empezó a meter colchones y cosas que encontraba en la basura de madrugada. Saltaron las alarmas en el barrio. Nunca habíamos tenido problemas con él. Llegó el mal olor, las moscas, los gusanos por las paredes, las ratas y las cucarachas. Su patio empezó a desbordar porquería y el olor que se cuela es nauseabundo», resume María Cano, que vive pared con pared. Maripaz Roldán, que también comparte muros, cuenta que se percató del mal de Prieto cuando aparecieron relojes, latas y cachivaches en las puertas de los domicilios todas las mañanas. Ese nudo de ocho años de soledad y vida ermitaña que llevaba a sus espaldas había desbordado.
Sin soluciones
El propio afectado explica que sus problemas personales se le hicieron bola, aunque no está del todo solo y su círculo social lo forman algunos familiares y vecinos del municipio que le estiman.
«Hemos ido al Ayuntamiento infinitas veces y llamamos a la familia también pero sentimos que se desentienden del problema. Recogimos también firmas y la convivencia se ha deteriorado. Hemos recibido amenazas, le hemos denunciado también y así vamos. Tiramos cómo podemos», lamentan en la calle Euskadi.
«Necesitamos ayuda para nosotros y para él. Tiene conductas problemáticas. Alguien tiene que solucionar esto, una persona no puede vivir así, sin tener unas condiciones dignas», señalan. Al vecino lo acompañan dos perros que rescató de la calle, según la propia versión de Prieto. Y los animales resultan molestos a los residentes.
Ladran a deshoras y van sueltos, por lo que demandan también orden y control sobre esas mascotas. La desesperación de los vecinos va acompasada con la preocupación por el infierno mental que ha pasado Prieto y la seguridad de todo el barrio. «Se han producido daños en los coches y en invierno hace fogatas para calentarse. Tememos que la chatarra prenda y se quemen nuestras casas», sentencia María.
Respeto y comprensión
Por su parte, el hombre asegura que se le hace un mundo estar en casa. «Un día salí y no quise entrar más», comenta. No tiene agua corriente y confiesa que duerme con frecuencia en su vehículo. Aún así tiene esperanza en que las cosas van a cambiar. Él se siente diferente esta vez.
«Quiero tener la casa arreglada en dos semanas. Estoy sacando la chatarra con ayuda de un chaval del pueblo y he hablado con un pintor para ponerla bonita después. Será la mejor de la calle», argumenta. De momento, pide un poco de paz y una tregua mientras solventa sus cuitas. Rehuye las cámaras de televisión que visitan el barrio y pide respeto. Este medio se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Atarfe, que ha declinado hacer declaraciones.
FOTO:Quieren que vuelva la paz al barrio y que el hombre viva en condiciones «dignas». Pepe Marín
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