22 octubre 2024

Puntos Violeta: ¿son un buen recurso para la prevención de la violencia sexual?

Aunque resulta positivo que las políticas públicas asuman que los Puntos Violeta pueden ser básicos en la prevención de la violencia de género o sexual, así como en la atención a posibles víctimas en espacios donde aumentan los factores de riesgo delictivo, el recurso no siempre cumple con unos mínimos en su planteamiento y desarrollo.

Quiero empezar esta reflexión subrayando lo siguiente: la prevención de la violencia sexual no debería estar sujeta a la ideología partidista. De la misma forma, quiero destacar otra cuestión: la prevención de la violencia sexual es la prevención de un delito grave y, por ello, ni puede basarse en una intervención anecdótica, ni contar con personal sin formación específica, ni carecer en su fundamentación y desarrollo de una perspectiva victimológica.

Los Puntos Violeta buscan implicar al conjunto de la sociedad en la lucha contra la violencia machista. Entre sus principales acciones se encuentra la difusión de información relevante en el caso de sufrir violencia de género o sexual, o de ser conocedor de este tipo de violencia en alguna persona del entorno. Este instrumento, promovido por el Ministerio de Igualdad y que cuenta con el apoyo de diferentes gobiernos regionales y locales, a menudo se desarrolla en espacios de ocio y festivos.

Sin embargo, al margen de la institucionalización de este recurso, es importante mencionar que los Puntos Violeta comenzaron como una propuesta de los grupos y asociaciones feministas. Hoy son las administraciones públicas quienes han asumido su organización e incluso han entendido que juegan un rol fundamental para salvar vidas o evitar situaciones de revictimización en determinados espacios. No obstante, el origen de este recurso se encuentra en el asociacionismo feminista. En un principio, el Punto Violeta fue una iniciativa voluntaria y autogestionada, que pretendía que las mujeres se sintieran seguras en eventos festivos.

Aunque resulta positivo que las políticas públicas asuman que los Puntos Violeta pueden ser básicos en la prevención de la violencia de género o sexual, así como en la atención a posibles víctimas en espacios donde aumentan los factores de riesgo delictivo, el recurso no siempre cumple con unos mínimos en su planteamiento y desarrollo.

En muchas ocasiones, importa más la foto y ahorrarse unos eurillos que la calidad del servicio. No se valora la importancia de la formación y experiencia profesional en la atención a víctimas, la coordinación con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o los derechos laborales de las propias trabajadoras, a menudo mujeres y relacionadas con el ámbito social. Asimismo, rara vez se hace un esfuerzo por realizar una campaña de sensibilización que conecte con las personas más vulnerables, las y los jóvenes, y que pueda ser difundida en el Punto Violeta.

De poco sirve dar pulseras con el lema «No es No» o facilitar cubre vasos que animan a una «Fiestas libres de sexismo» si no se establece un diálogo con las personas en dichos puntos. Cuando se trata de Seguridad Ciudadana o de financiar las fiestas populares, rara vez se escatima en gasto. Sin embargo, en lo que respecta a la prevención de la violencia sexual y de género en espacios donde aumentan los factores de riesgo, muy pocos consistorios lo reconocen dignamente en sus presupuestos.

De poco sirve dar pulseras con el lema «No es No» o facilitar cubre vasos que animan a una «Fiestas libres de sexismo» si no se establece un diálogo con las personas en dichos puntos

Otra actitud con respecto a los Puntos Violeta se mueve entre el ridículo y la obsesión. Los gobiernos antifeministas han optado o bien por pintar el Punto Violeta de blanco y censurar el morado, y bautizándolo como «Punto de información» o por eliminar directamente el servicio y animar a las víctimas a que griten «fuego». Lo primero resulta simplemente ridículo, lo segundo francamente irresponsable.

Justamente, entre la información que se comparte en el Punto Violeta, está la de explicar que existen varios tipos de violencia sexual y que no todas las personas reaccionan de la misma forma cuando sufren dichas agresiones. Habrá quien grite y se defienda, pero otras personas se quedan paralizadas y bloqueadas ante el miedo o las amenazas del agresor. Luego están las agresiones por sumisión química, ¿de verdad alguien piensa que en esos casos la víctima va a gritar?

Lo que puede hacer el Punto Violeta ahí es ofrecer información antes o después de que pase, para animar a las víctimas a reconocer lo ocurrido y explicarles que el hecho de que tengan lagunas, fueran ellas las que consumieron alcohol o estuvieran tonteando con el chico, pero no querían acostarse con él, no significa que no sean víctimas o sean malas víctimas. A la vez, se puede facilitar información sobre la denuncia o que, en muchos servicios asistenciales para víctimas, no es necesario poner denuncia para recibir ayuda psicológica y/o asesoramiento jurídico.

Como profesional que tiene varios Puntos Violeta en su currículum, ni quiero minimizar su función ni tampoco idealizarlos. Cuando el recurso está profesionalizado y cumple unos mínimos de calidad resulta imprescindible. Coloca el mensaje sobre la importancia del consentimiento y el respeto a los límites en plena verbena. Allí donde la gente baila, se divierte, liga y se emociona se ofrece información, asistencia y escucha. La percepción del miedo se reduce, pues si pasa algo, no solo es que vayas a recibir asistencia directa es que se va actuar para que esa persona no te siga acosando, respete la orden de alejamiento o no tome como una «broma» tocarte el culo. También hay espacio para las dudas: «¿Qué pasa si un chico sufre violencia sexual?», «¿Por qué parece que ahora hay más casos?», «¿Cómo puedo ayudar a una amiga que está pasando por esto?».

La propaganda partidista no debería eclipsar el compromiso por hacer políticas públicas con perspectiva de género

Por otro lado, otro aspecto a tener en cuenta es, en lo que se refiere a la sensibilización, se llega a un perfil de personas muy amplio y a veces de difícil acceso. Por ejemplo, jóvenes que ya han abandonado la etapa de educación obligatoria y que, de acuerdo a su etapa vital, empiezan a socializar y a tener sus rolletes o primeros noviazgos. La sensibilización se cuela en la verbena y puede extenderse posteriormente a los recursos asistenciales.

Como psicóloga, he atendido muchas situaciones en los Puntos Violeta: chicas que se encontraron con su abusador en la misma fiesta cuando él tenía una orden de alejamiento, chicas que fueron acosadas porque «el pesado de turno» se negaba a entender que «no es no», chicas que habían tenido sexo consentido con un chico y que los amigos de este le habían grabado en la misma fiesta, chicas que habían sido acorraladas en baños y forzadas a realizar una felación en la misma fiesta, chicas asustadas porque habían perdido a sus amigas, tenían el móvil sin batería y estaban asustadas por si les pasaba algo, chicas que confesaban en el Punto Violeta ser víctimas de pornovenganza, de abuso sexuales en la infancia, de maltrato en relaciones anteriores… Pero también he podido atender a chicos, los cuales han sido el apoyo de sus amigas cuando han sufrido violencia sexual, que también ha sido víctimas de abusos en la infancia o que reconocen que algunos hombres malos dan mala fama a su género cuando ellos son fundamentales en la lucha por la igualdad.

La propaganda partidista no debería eclipsar el compromiso por hacer políticas públicas con perspectiva de género y, sin embargo, parece que la ciudadanía se ha acostumbrado a ello. La queja conformista ha sustituido todo espíritu reivindicativo y crítico con la gestión de lo público. Los Puntos Violeta funcionan como recursos de prevención victimal, pero tanto su mala gestión como su eliminación responde a una misma ideología: no apostar comprometidamente por los derechos de las mujeres y, en especial, de las víctimas.