Refugios de tranquilidad, oasis de cultura – por Fran López
Pertenecer a una sociedad avanzada, cimentada y construida en la inmediatez, nos
hace pagar un alto precio. Incluso, hemos alcanzado un momento en que la mayoría de
los bienes materiales que poseemos, o susceptibles de ser adquiridos, son accesibles a
golpe de clic.
A diario, inmersos en esta carrera constante de efímeras rutinas, olvidamos la existencia de bienes que no son tangibles, para los que no existe moneda que pueda pagarlos: el tiempo, la felicidad, la pausa, la reflexión y el conocimiento profundo. Cada uno de estos elementos converge en una misma línea de unión que redunda en el beneficio de algo, hasta la fecha, irremplazable: nuestra propia salud mental.
Sería ingenuo por mi parte, pretender en este espacio, ofrecer una solución a una realidad tan intrincada y compleja. Sin embargo, sí que me atreveré a invitarte a descubrir un lugar donde poder eludirte, tan asequible, que su acceso solo dependerá de tu propia voluntad. Es posible que hayas pasado por su puerta, incluso es posible que, lejanamente hayas oído hablar de su existencia, sin haberte aventurado a cruzar su umbral. Hoy, 24 de octubre, Día Internacional de las Bibliotecas, pueda ser una buena oportunidad para pasar a descubrirlas. Un espacio que invita a la tranquilidad y a la calma, donde adquirir conocimientos y viajar de forma sedentaria a través de las páginas de sus libros.
Sumérgete en su fragancia, combinación de madera, barnices y papel impreso. Rodéate de estanterías repletas de historias, esperando que descubras las experiencias que tienen reservadas para ti.
Bajo la permanente custodia de estos templos de la cultura, encontramos la figura del bibliotecario o la bibliotecaria. Profesionales dispuestos a ayudarte, a guiarte con su infinita paciencia y sabiduría. Personas con la habilidad de entregarte el libro perfecto, ese que te permitirá escapar de una realidad que intentará arrastrarte continuamente a al abandono por la voluntad de su frenética inmediatez. Sin embargo, una vez consigas vencerla y permanecer en la quietud de sus páginas, terminarás agradecido
eternamente, pues ya nunca podrás dejar de alimentar la sabiduría que te otorgarán sus lecturas.
En nuestro pueblo o, mejor dicho, en nuestra ciudad, son muchas las personas que de forma cotidiana promueven la cultura, tantas, que a riesgo de dejarme atrás alguna, evitaré mencionarlas de forma individual, que cada quien se reconozca en la parte que le corresponda. Desde aquí, animarles a continuar con su labor, la cultura no es un lujo, es una necesidad. Nunca perdáis de vista la importancia de vuestro trabajo, pues como afirmó José Ortega y Gasset: “La cultura es la única cosa que hace posible
la vida en común.”
En este Día Internacional de las Bibliotecas, sería imperdonable no recordar a una de las personas clave en su impulso a nivel estatal. Si hoy en día, es posible su acceso independientemente de la escala social a la que pertenezcas, en gran medida se lo debemos al trabajo de María Moliner. Ella fue quien el año 1937, en plena Guerra Civil Española, publicó las Instrucciones para el Servicio de Pequeñas Bibliotecas y en cuyo prólogo concluía con esta reflexión:
«(…) pensad tan sólo en lo que sería nuestra España si en todas las ciudades, en todos los pueblos, en las aldeas más humildes, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas vitales a leer, a asomarse al mundo material y al mundo inmenso del espíritu por esas ventanas maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las consecuencias que se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que no es
posible ni empezar a enunciarlas…!»
Larga vida a las BIBLIOTECAS, larga vida a la CULTURA.