Lluvia de otoño
Una solución ecológica que proponen algunos colectivos es la recogida del agua de lluvia para su reutilización. No obstante, ¿qué tan viable es esta técnica?
«Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio/ y le dejan divinas heridas de diamante./ Son poetas del agua que han visto y que meditan/ lo que la muchedumbre de los ríos no sabe». Federico García Lorca conocía el valor de la intempestiva diáspora de gotas de agua que se difumina sobre ciudades y campiñas.
Hoy, ciento cinco años después de que escribiera este poema, la lluvia en el continente europeo es un rara avis creciente. Los datos son reveladores. En 2020, la media de precipitaciones entre los países de la UE fue de 756 mm por metro cuadrado y año, siendo entre 178 países del mundo de 1.168 mm, un 54% más que en el Viejo Continente, según datos de la FAO. En España, la situación aún es más comprometida teniendo en cuenta que la media de precipitación anual en 2010 fue de 640,95 mm y que parece tener una tendencia la baja, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Zaragoza, donde el máximo, 86 puntos superior, se alcanzó en 1964.
En cualquier caso, el otoño europeo sigue siendo sinónimo de dulces borrascas que ablandan la tierra con copiosas lloviznas. Por ese motivo, hay iniciativas ecológicas que recomiendan aprovechar las precipitaciones como una herramienta para ahorrar recursos y, sobre todo, un agua dulce cada día más escasa tanto en superficie como en las reservas subterráneas. Sin embargo, ¿cuán viable es esta solución? ¿Para qué podríamos aprovechar este regalo del planeta que es el agua de lluvia?
Recuperar agua, preservar la vida
Cuando llega la lluvia, las pequeñas corrientes de agua, y luego los ríos, son los primeros en alimentarse de las diminutas gotas. Como un diluvio sibilino, el río que discurre discreto se convierte en una peligrosa serpiente acuosa, embistiendo las orillas con la violencia de su corriente. Este juego de fuerzas dibuja en el paisaje los meandros, allana las elevaciones y colma de vida las tierras que abrazan su recorrido. Pero todo río ha de ir a morir a otro más grande, y finalmente a los mares y océanos. Según los datos del Comité Español de Grandes Presas, organismo oficial filial de su homónimo internacional, un 45% del agua que conducen los ríos se pierde en el mar. Teniendo en cuenta que solo el 2,5% del agua de nuestro planeta es dulce retener la máxima cantidad posible de la molécula de la vida que nos llega del cielo se ha convertido en una posibilidad interesante.
Un posible método paliativo a este desafío consiste en la recogida activa del agua de lluvia. Las posibilidades son variadas: desde la construcción de edificaciones con tejados optimizados para la canalización del agua de lluvia hasta balsas, depósitos e instalaciones que la recogen en grandes depósitos bajo tierra.
Esta agua, sin depurar, no es indicada para ser consumida por el ser humano. Más allá de la contaminación atmosférica producida por la actividad del ser humano, las gotículas de agua recogen pequeñas partículas de muy distinta procedencia, desde la actividad volcánica hasta las propias emisiones naturales de los seres vivos, arena levantada por el viento y un largo etcétera. Todo ello sin contar la suciedad y la carga biológica que adquiere el agua al discurrir por los mecanismos de recogida. Sin embargo, hay más usos para el agua de lluvia. El más evidente, para reducir el impacto sobre las reservas hídricas que conlleva la agricultura de regadío. También es especialmente útil para el autoconsumo en huertos y jardines particulares, en el uso doméstico de la limpieza de instalaciones, de vehículos y, tratada correctamente, para uso potable.
Aunque suene hermoso, este método asume algunas dificultades logísticas. La primera de ellas es que resulta alentadora desde una perspectiva doméstica. Para uso particular, la recogida de litros de agua para uso diverso facilitaría un cierto ahorro de agua corriente. Por ejemplo, para una superficie de recogida de 100 metros cuadrados permitiría recuperar más de 60.000 litros al año tomando en cuenta la precipitación media en España medida en 2010. En otras palabras, el equivalente a 2.000 días de consumo medio por persona (estimado en unos 30 litros). La diferencia entre la necesidad básica de agua y la que puede recogerse en potencia permite optimizar recursos y superficies repartiendo la cuota de recogido en distintas edificaciones. Para actividad industrial y ganadera, la acumulación de agua pluvial generaría una importante reducción del impacto medioambiental. En las grandes ciudades, este sistema podría implantarse de manera comunitaria en bloques de viviendas.
No obstante, la situación cambia en el momento en que se enfoca la medida a la acumulación de agua para suministro continuo. La viabilidad de este sistema es mínima: habría que optimizar grandes superficies que se precisan para otros fines, como la agricultura y la industria, o que pertenecen al ecosistema. Sigue siendo más rentable aprovechar los cursos naturales de agua y emplear el método más antiguo conocido para recoger agua: el embalse. Inventado por la inteligencia del castor, uno de las más hermosas obras de ingeniería de este tipo realizadas por el hombre fue la Gran Presa de Marib, levantada en el siglo VIII a.C. en la seca área del sur de la península arábiga. Bajo su amparo crecieron los regadíos, prosperaron ciudades y se desafió al calor abrasador del desierto. Hoy en día, la construcción de presas y su conservación sigue siendo clave para garantizar un suministro de agua dulce eficiente para la actividad humana. Porque, en definitiva, nuestra especie lleva recogiendo agua el agua de otoño desde nuestros orígenes, solo que lo hemos olvidado.
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