«La soledad no se ve, se siente» por Juan Santaella
Si queremos que los mayores vivan con dignidad, tendremos que crear el marco internacional adecuado para reconocer sus derechos
El día 1 de octubre se celebró el día internacional de las personas mayores, propiciado por la ONU, y en Granada hubo una marcha, desde la Plaza del Carmen hasta las calles más céntricas, bajo el lema ‘La soledad no se ve, se siente’. Según la ONCE, el 7,8% de los mayores de 65, y el 12,2% de los mayores de 75 años se sienten solos sin desearlo. Muchos se avergüenzan de su soledad, como si fueran culpables de ella, y no salen de casa. Si las generaciones anteriores cuidaban de sus mayores hasta que se morían (incluso en Atapuerca tenemos constancia de ello), hoy, debido a las costumbres, a las obligaciones laborales y a la agitación de vida, ese cuidado familiar apenas puede producirse.
El lema de la ONU para este año 2024 es ‘Envejecer con dignidad’. Para 2030 habrá más mayores que jóvenes, en los países desarrollados, y eso incidirá en la sociedad del futuro. Si queremos que los mayores vivan con dignidad, tendremos que crear el marco internacional adecuado para reconocer sus derechos humanos.España es el país de la UE con mayor esperanza de vida (84 años), frente a la media comunitaria (81,5), según Eurostat, lo cual nos exige un esfuerzo mayor. Hacen falta políticas públicas bien integradas, planificadas y ejecutadas, para que los que carecen de medios no se vean abocados a la indigencia y el abandono. Un sistema público de pensiones dignas, sin pérdida de poder adquisitivo, debe ser la piedra angular de las políticas sociales; así como una ley de dependencia, que vele por la atención de cada mayor.
Para el Papa, «la soledad y el descarte de los mayores no son casuales ni inevitables, sino fruto de decisiones políticas, económicas, sociales y personales, que no reconocen la dignidad infinita de toda persona más allá de toda circunstancia. Esto sucede cuando se pierde el valor de cada uno y las personas se convierten en una mera carga onerosa, en algunos casos demasiado elevada». Lo peor de todo esto
es que los mismos ancianos terminan sometiéndose a esa mentalidad, llegan a considerarse un peso, y desean hacerse a un lado. «Estamos perdiendo el sabor de la fraternidad» (Fratelli Tutti, 33). La anciana
Noemí, tras la muerte de su marido y de sus hijos, invitó a sus dos nueras a regresar a sus países de origen, considerándose un peso para ellas. Orpá aceptó; pero Rut rompió todos los convencionalismos
existentes, y le dedicó a su suegra unas palabras tan bellas que han quedado como un modelo de fidelidad, ante una anciana que la necesita: «Donde tú vayas yo iré, y donde vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios».
Aunque en la sociedad griega había muchos que despreciaban a los mayores, para Platón y Sócrates la ancianidad representaba la experiencia y la sabiduría. Según Platón, «en la ancianidad, el ser humano alcanza las más altas virtudes morales: la prudencia, la discreción y el buen juicio… pues está a salvo de las pasiones y de los vicios» (La República). Y en el mundo romano, Cicerón entendía que la vejez es bella, no en un sentido físico y corporal, sino en uno moral y útil, que distingue a ciertos ancianos, y merece reconocimiento y alabanza, por su coherencia y su equilibrio.