15 noviembre 2024

«Es la primera vez que entro a esta habitación…/desde que me asesinaron».

¿Miedo, terror, pavor, escalofrío? Como quiera que se llame, no es sino el estremecimiento del cuerpo y del espíritu cuando es atravesado por una sensación que hace temblar todo el universo a nuestro alrededor, y resuena como un eco en nuestro interior.

Viene Halloween, la fiesta de los muertos que, entre mitos, fantasmas y miedos, se ha instituido originada como un sincretismo entre las celebraciones católicas (especialmente el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos) así como las diversas costumbres de los indígenas y menos indígenas americanos.

No en vano, el nombre de esta celebración es la contracción de ‘All Hallows’ Evening’, es decir, «la víspera de todos los santos», dado que se celebra en la noche previa al Día de Todos los Santos, según el calendario de la Iglesia cristiana occidental.

Sucede cuando llega el día en que el tiempo cálido y luminoso se da por acabado. El sol cada vez muestra su presencia durante menos horas, y la oscuridad comienza a reinar sobre la tierra. Es entonces cuando, como decían los antiguos galos, hay que despedir a ‘Lugh, dios del sol’, hasta el año siguiente. Pero en su ausencia, los muertos y fantasmas podrían volver a pisar brevemente la tierra.

Estas son fechas en las que curiosamente se celebra el miedo, e incluso el terror. Y ambos conceptos son convertidos en motivo de folclore e incluso de diversión, de forma muy contraria a lo que esencialmente deberían representar, al menos según las acepciones que la Real Academia nos proporciona de estos términos. Según esta, el miedo es una angustia por un riesgo o daño real o imaginario, y que cuenta entre sus sinónimos términos tan temibles como pavor, espanto, alarma, susto, sobresalto, mieditis, canguelo, cerote, julepe, etc.

Pero, ¿qué pasa en el interior del ser humano cuando se enfrenta al miedo? La neurociencia del miedo es un campo fascinante que combina biología, psicología y neurofisiología para desentrañar los misterios detrás de una de las emociones más fundamentales en la experiencia humana.

Científicamente, el miedo se define como un sistema de alarma que nuestro cerebro activa cuando detecta una posible amenaza. Se trata pues, de una respuesta útil y adaptativa que conlleva cambios en la fisiología, los pensamientos y el comportamiento.

Siendo algo tan terrible y de temer, ¿cómo es posible que el humano haga una fiesta de ello y sea capaz de celebrar la llegada del tiempo oscuro con calabazas iluminadas que semejan cabezas de seres poseídos, películas de terror que resucitan muertos y riegan de sangre las esquinas de las ciudades, y disfraces de brujas que pretenden atravesar el delgado velo entre el mundo de los vivos y el de los muertos, repitiendo ritos ancestrales?

Porque si aceptamos como verdadera la afirmación de Stephen King, el maestro de los relatos de terror, cuando afirma que «los monstruos y fantasmas son reales, viven dentro de nosotros, y a veces ganan….», ya no sabremos cuánto de amenaza real representa aquellos que nos despierta la sensación de terror. ¿Vive el miedo dentro de nosotros por siempre y a veces gana, o es consecuencia de una amenaza externa?

La neurofisiología nos explica, a la luz del conocimiento actual, que el miedo, como emoción, se origina en el cerebro y se manifiesta a través de una serie de procesos biológicos complejos. La respuesta de miedo está relacionada principalmente con una estructura cerebral conocida como la amígdala, como demuestran las investigaciones de Méndez-Bértolo, de la Universidad Politécnica de Madrid. Esta actúa como centro de alarma ante la percepción de amenazas. Cuando algo pone en riesgo nuestra seguridad, la amígdala procesa esta información y se comunica con otra región cerebral conocida como hipotálamo, que a su vez activa el sistema nervioso simpático, desencadenando una serie de respuestas fisiológicas, tales como el aumento de la frecuencia cardíaca, la liberación de adrenalina y la preparación del cuerpo para un posible combate o huida.

Otra cuestión es que esa alarma primera provenga de una amenaza real exterior al propio cerebro o nazca dentro de uno mismo sin necesidad de estímulo externo, en una semilla fecundada por la imaginación o por el delirio de la pesadilla. De una u otra forma, el miedo es idéntico sea real o no la amenaza.

De hecho, un reciente estudio en ratones y encéfalo de personas muertas muestra como se desata el temor en ausencia de amenazas reales. Hui-Quan Li y Nicholas Spitzer, investigadores de la Universidad de California buscaron la base química del miedo generalizado, en el que no hay una situación de peligro objetivo, concluyendo en que los eventos traumáticos pueden provocar trastornos de ansiedad que suelen estar asociados a un miedo generalizado. Cuando esto ocurre, la conducta temerosa asociada al contexto se generaliza a situaciones inofensivas, con consecuencias adversas para la calidad de vida y la salud mental.

Halloween se acerca y nos invita a sortear el miedo con sentido del humor. Aunque quizá no podamos evitar un mínimo estremecimiento ante la breve historia que nos cuenta un desconocido:

«No puedo moverme, respirar, hablar u oír, y está muy oscuro todo el rato/Si supiera que esto era la soledad, habría preferido la incineración».

FOTO: https://ocioterror.es/halloween-2024-actividades-y-planes/

https://www.ideal.es/opinion/javier-castejon-viene-halloween-20241029233430-nt.html