Ningún cáncer es rosa, el de las mujeres tampoco
La investigación e innovación en oncología debe ser una inversión pública, sanitaria, social y económica. No puede depender de intereses empresariales y campañas de marketing que edulcoran la crudeza de una enfermedad como esta
El cáncer de mama es el tipo de tumor más frecuente entre las mujeres y la primera causa por la que mueren en España cuando hay un diagnóstico de cáncer: 6.677 en 2023, casi 100.000 en la última década y media. Ser mujer es el principal factor de riesgo para tener un cáncer de mama y morir de él; en hombres, el porcentaje de casos es del 1,5% del total. Y la tasa de supervivencia ha aumentado, sí, una excelente noticia; aunque también es importante saber que esa tasa de supervivencia se mide a cinco años, que es el tiempo que duran los tratamientos de mantenimiento, normalmente la hormonoterapia. Pasado ese tiempo, cuando ya no hay tratamientos de mantenimiento, la mortalidad de aquellas que han pasado un cáncer de mama aumenta. Tanto, que la comunidad médica empieza a alargarlos hasta los siete, los 10 años, para evitar las recaídas, las recidivas, las metástasis en otros órganos de nuestro cuerpo: cerebro, pulmón, huesos e hígado son los puntos más frecuentes. El cáncer metastásico es incurable y es esa metástasis lo que mata a las mujeres enfermas y esa metástasis llega a producirse en hasta el 30% de los cánceres de mama. Yo puedo estar libre de enfermedad en este momento, pero nadie me asegura que esto vaya a ser así para siempre. Egoístas, inmortales y viajeras, así son las células de cáncer (lean el libro del mismo nombre escrito por Carlos López-Otín)
El cáncer duele física y emocionalmente. Morir a causa de un cáncer, sea de mama, de páncreas, cerebro o pulmón es una de las experiencias más dolorosas y duras por las que puede pasar una persona y su gente querida. Quizá por eso hay tanto miedo a nombrar la palabra cáncer, por eso y por el estigma de que igual hay algo de culpa personal en ese diagnóstico, de lo que ha hecho o ha dejado de hacer. Qué fácil es reducir lo complejo a la culpa. Miedo, culpa y también desconocimiento; mejor dicho, ignorancia. Qué poca información clara y asequible tenemos las mujeres diagnosticadas de cáncer de mama. Esta no se ofrece, hay que buscarla, porque existir, existe, y es muy útil para hacer frente a los tratamientos, sus efectos secundarios, el pánico, las cicatrices y otras huellas que deja la enfermedad pasada la quimio, la radioterapia y las cirugías. Desconocimiento al que contribuyen las campañas rosas que romantizan estos procesos oncológicos y maquillan la realidad hasta convertirla en un cuento de princesas que van a ser salvadas por la marca de turno que donará una irrisoria cantidad de sus ventas a la investigación.
Pocas cosas se me ocurren más antagónicas que el color rosa y el cáncer, ni de mama ni de cualquier otro tipo. Mientras que para nosotras y nuestra gente un diagnóstico de cáncer de mama significa que “el mundo se detiene” (otro libro recomendable, el de Juan Fueyo), para las marcas esta enfermedad ―y solo pasa con el cáncer de mama― abre un mundo de oportunidades de negocio. Para concienciar sobre el cáncer de mama no hace falta teñir octubre de rosa y que nos entreguemos al consumismo. ¿Quién no tiene un caso de cáncer de mama o simplemente cáncer cerca de sí?
Abran los ojos, estamos aquí.
Nuestras historias individuales no son caso aislados, son un relato colectivo. No somos las y los consumidores lo que tenemos que asumir una responsabilidad que corresponde a los poderes públicos, a los presupuestos públicos del Estado, de las autonomías y de los ayuntamientos. Si es de algún color es el marrón. Pregúnteselo a cualquiera de las mujeres que han pasado por esta enfermedad o que están pasando ella. De esto va la última campaña de Teta&Teta, una producción de Canadá dirigida por Irene Baque y protagonizada por las propias pacientes y enfermas de cáncer de mama.
Falta mucha información precisa sobre cuáles son las causas del cáncer de mama. Información necesaria para prevenir, detectar y personalizar cada vez más los tratamientos. Hay avances, muchos avances, pero las comunidades científica y médica son incapaces de tener una explicación a por qué los diagnósticos de cáncer de mama crecen por encima del 12% desde el cambio de siglo y se han disparado desde 2016. Se sabe que el cáncer de mama surge de una combinación de causas ambientales (físicas, psicológicas y químicas), y también genéticas. Pero también se sabe que la mitad de las mujeres que padecen cáncer de mama no presentan ninguno de los factores de riesgo que habitualmente se mencionan, muchos de ellos asociados al estilo de vida de las propias mujeres.
A pesar de saberlo, cada vez son más frecuentes las campañas que ponen el peso de la prevención del cáncer solo en ese estilo de vida como si (y subrayo la palabra solo) solo comer sano y hacer ejercicio físico fueran suficientes para evitar tener cáncer o para que este no vuelva. En cambio, apenas se habla de la importancia de la existencia de regulaciones que controlen los factores ambientales a los que estamos expuestas involuntariamente todos los días y frenen la comercialización de productos que contienen sustancias cancerígenas, productos que están en las estanterías de todos los supermercados.
Mientras haya campañas rosas que nos hagan sentir bien con nuestra compra solidaria que salva mujeres enfermas (pero valientes) será muy difícil poder hablar de la necesidad de que el Presupuesto del Estado destine más dinero a la investigación pública, a los ensayos y tratamientos innovadores y que se doten a los centros especializados públicos de más recursos con un enfoque integrativo. Tampoco habrá posibilidad de hablar en medio del frenesí y la fiesta rosa por el cáncer de mama de la importancia de formular políticas públicas orientadas a prevenir el cáncer de mama y que actúen sobre la base de lo que ya se sabe acerca de las sustancias químicas o agentes físicos y biológicos sospechosos de causar cáncer o que aumentan el riesgo de esta enfermedad.
La investigación e innovación en oncología debe ser una inversión pública, sanitaria, social y económica. No puede depender de intereses empresariales y campañas de marketing que edulcoran la crudeza de una enfermedad como el cáncer y nos ponen a las mujeres con cáncer de mama a bailar y a saltar para que no decaiga la fiesta del lazo rosa. Como dice Anne Boyer, autora del libro Desmorir, “es tan importante investigar los genes como el agua que bebemos para buscar las causas del cáncer”. Quizá ha llegado el momento de otro relato del cáncer de mama, uno colectivo que cuente que esta enfermedad no es culpa de quienes la sufrimos sino de una sociedad capitalista, sexista y belicista que permite que enfermemos y se lucra con nuestros tratamientos. Quizá ha llegado el momento de colectivizar esta maldita enfermedad, de hablar de pandemia. La del cáncer, no solo de mama.
Violeta Assiego es abogada, exdirectora general de derechos de la infancia y de la adolescencia del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, activista por los Derechos Humanos e investigadora en temas de pobreza y discriminación.
FOTO: Marcha contra el cáncer de mama en Bilbao, el 6 de octubre.Javier Zorrilla (EFE)
https://elpais.com/sociedad/2024-10-20/ningun-cancer-es-rosa-el-de-las-mujeres-tampoco.html