Repensar el urbanismo para resistir futuras danas
La mortífera gota fría que ha asolado parte del País Valencià hace urgente preparar el territorio para unos fenómenos extremos que irán a más y liberar el espacio para que el agua circule provocando el mínimo de daños.
El enorme balance de daños del paso de la DANA por varias partes de la Península Ibérica –con especial virulencia en el País Valencià, donde el temporal ha provocado decenas de muertos– ha vuelto a poner encima de la mesa la necesidad de cómo prepararse para afrontar episodios de este tipo. Y es que a pesar de que las tormentas que generan inundaciones importantes son relativamente comunes en el clima mediterráneo, todas las evidencias científicas señalan que a consecuencia del cambio climático irán cada vez a más y ganarán intensidad.
En este sentido, los científicos consultados tienen claro que el camino tendría que pasar por planificar y ejecutar políticas de «adaptación» a la emergencia climática. Entre otras cuestiones, estas tendrían que provocar cambios profundos en la planificación urbanística y, en determinados casos, suponer el traslado de líneas ferroviarias, la reforma de paseos marítimos e, incluso, demoler edificios en las zonas de mayor riesgo de inundación dónde, de entrada, no se tendría que haber construido nunca.
La DANA de esta semana solo es el último ejemplo de un debate que se abre paso cuando hay una tormenta que provoca daños profundos, como pasó también a raíz de casos afortunadamente menos mortíferos como la gota fría que golpeó las Terres de l’Ebre en septiembre del año pasado, el temporal Glòria de 2020 o la borrasca Filomena de 2021.
Pero hasta ahora no se va más allá de una «dinámica de ir reaccionando ante los acontecimientos [meteorológicos], sin que haya variado la planificación por parte de las administraciones», apunta Carles Ibáñez, director científico del Centre en Resiliencia Climàtica (CRC), un espacio dedicado a impulsar la investigación y la innovación en la adaptación a la emergencia climática.
Dejar espacio al agua
Para Ibáñez hay que repensar la costa, que puede verse afectada tanto por las inundaciones procedentes del continente, como por las levantadas o temporales de mar que llegan de la costa y por un crecimiento del nivel del mar que se acelera. Pero también «los espacios de ríos y rieras, porque tienen poco espacio para evacuar el agua» cuando, a causa de un temporal, experimentan crecimientos repentinos.
«Tenemos que repensar el territorio y aplicar la perspectiva del horizonte del cambio climático, que acentúa los fenómenos extremos«, añade el directivo del CRC, un proyecto impulsado por el centro tecnológico Eurecat, junto con la Universitat Rovira i Virgili (URV) de Tarragona y el Ayuntamiento de Amposta, donde se ubica.
En este sentido, el científico ve imprescindible que las administraciones «asuman como objetivo transversal de alto nivel intentar anticipar parte de estos daños» provocados por fenómenos meteorológicos extremos, lo que implica «planificar medidas a corto, medio y largo plazo». Unos daños que se acentúan en aquellos territorios donde se ha urbanizado zonas inundables o han proliferado campos de conreo que, a la práctica, dejan a ríos, rieras o torrentes sin un espacio natural que recuperan con fuerza cuando hay inundaciones. Determinadas canalizaciones o gran parte de los paseos marítimos también limitan el espacio de crecida del agua, ya sea de un río o del mar en el caso de una levantada.
El director científico del CRC subraya que hacen falta «políticas de adaptación al cambio climático», pero puntualiza que tiene que ser una «adaptación muy local», puesto que «lo que sirve a un municipio no sirve a otro». «Debe de haber unos principios generales y a partir de aquí un conocimiento muy detallado del terreno para hacer la adaptación de manera efectiva y no hacer una mala adaptación, que lo complica todavía más», relata. Así, por ejemplo, «nos encontraremos con lugares donde será inevitable derrocar edificios, otros en los que habrá que hacer recular los paseos marítimos para que puedan ser sostenibles o trasladar infraestructuras».
¿Y qué es una mala adaptación? Pues cuando «lo único que hacemos es reconstruir las infraestructuras que se ha llevado un temporal, si quieres de manera más reforzada, porque así cronificamos el problema». Por eso ve imprescindible hacer un análisis previo para identificar los «puntos críticos y pensar en el rediseño del urbanismo y las infraestructuras para adaptarse a la nueva situación».
«La clave está en ganar espacio de acomodación tanto en la costa como en la red de ríos y rieras, para que el agua y los sedimentos puedan fluir» sin provocar grandes daños, continua. Ibañez pone el foco en que es imperativo «rediseñar los usos del territorio para que sean más compatibles» con unos fenómenos que van a más y, por lo tanto, «anticipar lo que pasará igualmente».
«Por ejemplo, tenemos que dejar espacio al mar, porque crecerá igualmente», apunta, lo que conlleva ensanchar las playas. Sobre esto incide también David Pino, profesor del departamento de Física de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), que reitera como «una playa de mayor amplitud tiene más capacidad de disipar la energía de las olas y la subida del nivel del mar, puesto que actúa como un mecanismo natural de defensa de la costa».
Pino también es coordinador del proyecto MEDIFLOOD, un catálogo que recoge 14.500 casos de inundación pluvial y fluvial en la costa mediterránea peninsular durante un milenio y que permite ver los efectos del urbanismo ante fenómenos naturales para poderlos prevenir con mayores garantías.
Urbanismo en zonas inundables
En el caso concreto de Catalunya, el 15% de la superficie urbanizada se encuentra en zona inundable, ya sea fluvial o marítima, según el informe RiskCat, que se encarga de evaluar los riesgos de los fenómenos naturales. El Baix Ebre y el Montsià –las dos comarcas donde se ubica el Delta de l’Ebre–, partes del litoral del Maresme y la Selva –sobre todo el tramo final del río Tordera, entre Malgrat de Mar y Blanes–, las zonas más próximas en el Llobregat –especialmente al Delta– y al Besòs del área metropolitana de Barcelona, puntos del Alt Empordà (Girona) y zonas de la ciudad de Lleida o Girona están entre las de mayor riesgo de inundación, en parte también porque la mayoría tienen un elevado nivel de urbanización.
Según Carles Ibáñez, esto «es una hipoteca que arrastramos de las pasadas décadas, cuando se construyó en zonas donde no se tendría que haber hecho» y, por lo tanto, ahora tocaría «repensar la planificación» en las zonas de mayor riesgo y «rehacer infraestructuras a medida que haya oportunidades».
En una entrevista previa con este diario, David Pino argumentaba que «sabemos que estos fenómenos [extremos] continuarán pasando y, por lo tanto, nos tenemos que hacer la pregunta de qué queremos hacer».
¿Continuar haciendo una inversión para intentar paliar puntualmente los efectos de una inundación y volver a la situación anterior? ¿O hacer una inversión mucho más grande y ver en qué zonas nos podemos ahorrar que cuando haya inundaciones afecte a la población? Porque si no vive nadie, el impacto es mucho más pequeño». Una reflexión plenamente vigente estos días.
Con todo, Carles Ibáñez señala que «los propios actores económicos tendrían que ver que esto es una oportunidad para hacer una planificación urbanística más humana, habitable y bien diseñada, que deje atrás la que se hizo de manera caótica y muy desordenada durante los años 60 y 70″ del siglo pasado.Carles Ibáñez: «No estamos dirigiendo recursos hacia estas cuestiones, que son prioritarias, y cuanto más tardamos peor será»
O, incluso, décadas antes, como es el caso de la línea R1 de Rodalies, que pasa por la primera línea de costa de la comarca del Maresme (Barcelona) con unas playas que han ido perdiendo amplitud y que, según él, se tendría que «trasladar hacia el interior». «Todo el mundo sabe que hay que hacerlo, pero no se prioriza como inversión. No estamos dirigiendo recursos hacia estas cuestiones, que son prioritarias, y cuanto más tardamos peor será». Como apunte final, el director científico del CRC concluye que «si no nos anticipamos a los problemas lo acabaremos pagando más caro en costes económicos y de infraestructuras, pero también en vidas humanas«. Como, desgraciadamente, se ha visto en el País Valencià.
FOTO: Coches destrozados tras el paso del la Dana. A 30 de octubre de 2024, en Málaga, Andalucía (España). — Álex Zea / Europa Press