«Doña Maruja, la maestra» por Juan de Dios Villanueva Roa
Corrían los sesenta, aquellos años en los que pertenecer a una familia numerosa era lo más normal (ahora lo difícil está siendo encontrar niños en la familia). Doña Maruja ejercía de maestra en Los Tablones, ese lugar alpujarreño tan entrañable. En aquellas fotos aparece con no menos de 50 niños a su alrededor. Niños y niñas llamados a trabajar la tierra, a no ver más horizonte que la Alpujarra frente a sus ojos, el río a sus pies y la tierra sobre la que pelear sus vidas
. Pero ella, Doña Maruja, que era como entonces se llamaba a los maestros, cuando los padres respetaban esa figura por encima de cualquier cosa porque sabían que ahí estaba el otro futuro para sus hijos (ahora el futuro queda encerrado en un teléfono móvil que los tiene entretenidos mientras pasa la edad de crecer hacia su mañana, porque el futuro parece que está entre Apps y divertidos juegos electrónicos, mientras los grupos de guasap son los escenarios de la vida), Doña Maruja, decíamos, llevaba al final de cada curso a quienes consideraba que podrían hacer algo más que sembrar hortalizas en la vida.
Y los traía a Granada. Y aquí los examinaban y encontraban la oportunidad de acceder al inicio de otra vida. Muchas de ellas, muchos de ellos, han desarrollado y lo siguen haciendo una profesión como médicos, maestros, abogados, ingenieros (ponga usted el femenino también). Y regresan a su tierra y tal vez sientan que su vida ha sido diferente gracias a Doña Maruja, aquella maestra de Pinos Puente que un día vio algo más en sus ojos, como lo siguen viendo hoy tantos maestros que no son escuchados por nadie.
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