17 noviembre 2024

Es la primera vez en toda la historia que las mujeres nos relatamos públicamente, una a una y por millones.

Si sumamos el alcance del gran movimiento #MeToo, del #Cuéntalo, los franceses #BalanceTonPorc y #MeTooIncest o el #SeAcabó, contamos con un enorme archivo que contiene millones de voces contando la violencia machista, y muy en particular la violencia sexual que sufrimos y hemos sufrido. Es una barbaridad de tal calibre que modifica la sociedad entera, todas las sociedades. Jamás antes había sucedido. Todos los relatos sobre nosotras mismas, los personajes que nos representaban, estaban creados por hombres. Muy especialmente los más simbólicos, desde Eva y la Virgen hasta Madame Bovary, desde Julieta o Penélope hasta Lolita, desde Caperucita a la Bella Durmiente. Por supuesto, conocemos algunas autoras, y otras han quedado tapadas, pero podemos enumerarlas precisamente porque son una excepción.

No me parece casual en absoluto que la primera vez que las mujeres tenemos los mecanismos para  narrarnos todas a una, lo primero que emerja sea la violencia. Había una urgencia por contarlo. ¿Por qué? Porque no lo habían narrado quienes sí podían hacerlo. Porque lo habían escondido. Porque la violencia contra las mujeres, que es algo habitual, constante y omnipresente, parece que había pasado inadvertida —oh. casualidad— a los ojos de los que manejaban el relato. Y el relato no solo nos lo han dejado los escritores y los predicadores, también los medios de comunicación. Todos los mecanismos de comunicación de masas —prensa, además audiovisuales, industrias culturales, el cine, los libros…—, todos han relatado gestas, guerras, partidos de fútbol, dietas, tendencias de moda, motor y bolsa, estrenos, vida de la gente «famosa», supuestas historias de amor o de terror. Y, mira tú por dónde, ahora, esos mismos medios de comunicación que tan prolijamente dicen haber retratado la sociedad y la actualidad, se sorprenden ahora con lo que contamos las mujeres. Se sorprenden de que seamos tantísimas, todas. Se sorprenden de que hayamos encontrado un hueco, una brecha en el silencio, y la hayamos aprovechado. ¿Para qué? Para gritarle a la sociedad que esto somos y esto nos hacen, y nos lo han hecho desde que nacimos.

Deberían preguntarse los señores de los libros y los señores de los medios por qué durante tantos siglos se ha callado la violencia contra las mujeres. Por qué han tenido que llegar las redes sociales —para cuyo uso no es necesario invertir capital— para que nosotras las okupemos con el relato de nuestras violencias. Por qué hemos invadido y estamos poblándolas de narraciones donde contamos —insisto: una a una— lo que no había sido contado. Porque no se trata de que no existiera. Imaginemos la vida de una mujer a principios del XX, del XIX, del XVII… Se trata de que ninguno de los hombres que ha manejado el relato de nuestra sociedad jamas había tenido a bien fijarse en las violencias machistas. Mucho menos, narrarlas como lo que son: el pan nuestro de cada día.

Esto que estamos haciendo las mujeres es histórico, revolucionario, y por supuesto, por todo ello genera en la sociedad una crisis de un tamaño que aún no somos capaces de calibrar. Eso sí, quede claro que esta crisis, esta revolución, no la estamos provocando con armas o dolor, ni es fruto del capital, la estamos llevando a cabo solo con palabras. Así que un respeto por las que narran. Lo hacen por todas, y también por todos, y sobre todo por quienes nos sucederán.

Cristina Fallarás

FOTO: Manifestación del 8M en La Rioja. Imagen de archivo. Alberto Ruiz / Europa Press

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